#MAKMAAudiovisual
‘8’, de Julio Medem
Reparto: Ana Rujas, Javier Rey, Álvaro Morte, Tamar Novas, Loreto Mauleón, Carla Díaz, María Isasi
Guion: Julio Medem
Fotografía: Rafael Reparaz
Música: Lucas Vidal
126’, España, 2025
En la verborrea semántica en la que ha caído la actualidad política española en los últimos años, hay un término que ha querido venir a definirnos con aparente exactitud: polarización. De manera concisa, podríamos decir que la expresión describiría una situación marcada por la irreconciliable confrontación entre los extremos ideológicos hasta un punto en el que habría permeado a todos los estratos de nuestra sociedad.
El problema del empleo de este vocablo-fetiche no es el término en sí ni aquello que pretende describir, sino su elección como referente de un aquí y ahora en el que habríamos caído “de repente”. Pero, ¿es así?
‘8’ –así, con número–, último trabajo del director vasco Julio Medem, cuenta la historia de Octavio y Adela, ambos nacidos en dos pueblos vecinos el 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la Segunda República.
A partir de aquí, los acompañaremos en un largo viaje a través de las décadas que sirve tanto de odisea personal como excusa argumental para describir lo que Medem ha considerado los momentos más reseñables de nuestra historia reciente: la Guerra Civil, el franquismo, la transición a la democracia, el año 92, la crisis de 2008…, hasta la actualidad.
Con esta premisa, Medem aborda una pieza que trata algunos de sus temas fundamentales. Desde ‘Los amantes del círculo polar’, pero también, aunque menos evidente, en ‘Tierra’ o incluso ‘La ardilla roja’, la obra de Medem ha tomado el amor como esa cosa que el destino nos regala o nos despoja a su capricho, pero que, de alguna forma, marca nuestras vidas, bien como experiencia arrebatadora, bien como ausencia de un algo que sentimos que nos falta, pero que está ahí, en alguna parte.

Esto es lo que le sucede a Octavio y Adela. Ellos están destinados a amarse, solo que no lo saben. Y lo que es aún peor, a pesar de haber nacido en pueblos vecinos, no tendrán la oportunidad de conocerse y, cuando lo hagan, las circunstancias los obligarán a distanciarse de nuevo en un juego de encuentros y desencuentros sin aparente salida.
Es entonces cuando hace presencia otro de los temas preferidos de la filmografía de Medem: el tiempo. O, mejor, el paso del tiempo como obstáculo ante las expectativas de la vida. Tiempo que pasa inevitablemente y, por lo tanto, ya no se puede recuperar. Cuando vamos a darnos cuenta, ese tiempo que perdemos ya ha pasado.
Octavio y Adela acabarán encontrándose, pero sobre su unión pesa esa otra línea de tiempo posible con todo ese tiempo anterior en el que, en razón de la incidencia del azar o como consecuencia de los errores y decisiones tomadas, podrían haber estado juntos. Lo que pudo haber sido, como centro de la narración.
Y en medio de todo ello, decíamos, la trágica historia de España, marcada por esa eterna confrontación que denunciaban los versos de Machado que introducen la película: “Españolito que vienes, al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas, ha de helarte el corazón”.
De ahí que dijéramos que eso de la polarización no sea nada nuevo. Medem empieza su relato en una fecha muy concreta y sitúa a sus personajes a cada orilla de la disputa. Adela nacerá en una familia republicana. Octavio, en una familia católica adepta al levantamiento de los nacionales. Estos orígenes marcarán a hierro sus caracteres y sus destinos. Y la vida de España.

De esta forma y, a través de ellos, Medem nos habla de la evolución de nuestro país en las últimas décadas: las dramáticas consecuencias de una guerra acentuada por el revanchismo cainita, una arquitectura social marcada por las estructuras familiares, las desiguales consecuencias del traspaso del campo a la ciudad, la llegada de las libertades constitucionales, el pelotazo económico de los 90, la crisis económica y, así, hasta nuestros días.
Con esta guía y siguiendo las andanzas de sus dos protagonistas, Medem se coloca a los dos lados a fin de analizar de manera objetiva qué cosa se puede reprochar a cada cual. Así, veremos cómo, al principio de la película, la vida de Octavio y Adela está marcada por la pertenencia de sus dos padres a escuadras represivas de cada bando, sellando a fuego y muerte la vida de sus hijos, que llevarán esos sucesos como un estigma.
Sin embargo, podemos decir que, con ‘8’, Medem fracasa en ambas líneas temáticas y lo hace por la misma razón: un exceso de afectación que señalará tanto el desarrollo dramático del relato como su pretensión simbólica.
En lo que respecta a la relación entre Octavio y Adela, Medem no parece haber encontrado las claves de un argumento que se presenta por momentos deslavazado, demasiado anquilosado. Aun aceptando como una premisa dramática –poética, incluso– esa casualidad cuántica de que sus personajes nazcan el mismo día (y casi a la misma hora), al espectador le resulta difícil asumir la concatenación de situaciones que viven a lo largo de los años.
Y no es porque el juego no pudiera ser aceptable desde un punto de vista narrativo. El problema es que al guion de Medem le falta gancho, ingenio, le falta valor, quizá, para romper precisamente con aquello que uno siente que carece para que el artificio que se ha montado pudiera ser aceptado por el público: la verosimilitud.

Para entendernos, podríamos decir que Medem juega con lo imposible con la intención de llevarnos de vuelta hacia una realidad que funcionara en su potencia alegórica, pero le falta decisión, descaro, ironía, para hacerlo asumible. En una concepción de lo poético, que pretende aspirar a un todo superior, Medem se muestra constreñido, maniatado y, en consecuencia, carente de fluidez; y eso pesa sobre esa verdad ficcional que quiere proponernos.
Y lo mismo sucede en el plano sociopolítico. En ‘8’, Medem nos presenta una obra que quiere funcionar como un collage de nuestra historia reciente. Pero, de nuevo, su punto de vista es tan superficial que el retrato le queda tosco, agarrotado. Medem quiere tratar tantos temas que no consigue desarrollar ninguno con un poco de hondura.
Temas que se imponen sobre el argumento y que, además, se exponen de manera literal por medio de una enunciación expresada a través de unos diálogos que no surgen de las situaciones, sino al revés, las situaciones se articulan para decir un algo que parece relevante a cada paso.
De esta forma, los personajes no evolucionan a lo largo de una trama, sino que saltan de escena en escena sin otra razón que ese paso del tiempo y de las épocas, lo que entorpece el consabido desarrollo dramático. Así, dichas escenas cobran peso más sobre la imagen previa que pueda tener el espectador de cada una de estas situaciones planteadas que como resultado de la evolución de un conflicto concreto.
Esto entorpece la empatía que Medem nos sugiere que deberíamos tener con unos personajes que nos dicen cómo son, lo que sienten, cómo ven el mundo que les ha tocado vivir, su supuesta rebelión ante los condicionantes sociales impuestos por la historia, de tal forma que, poco a poco, iremos cayendo en una ligera indiferencia.

Pero, quizá, lo más problemático de esta película reside en su punto de vista. Medem ha querido componer en ‘8’ una obra que bien podría ser tanto un canto a la reconciliación, como una denuncia de su imposibilidad. Y si bien sería aceptable –incluso muy interesante– que, como reflexión, dejara la puerta abierta a ambas alternativas, de nuevo, la falta de determinación sobre el conjunto ha perjudicado el resultado.
Medem retrata a esas dos Españas de Machado, pero al no contar con un dibujo humano en profundidad su historia divaga entre ambos polos sin llegar a definir sus contradicciones, acabando con frecuencia en una mera caricatura, lo que añade más ambigüedad o confusión.
Así, en una de las escenas clave de la película, con el anuncio de la llegada de la democracia, Adela se enfrenta a su esposo, un hombre afecto al régimen de Franco y claramente católico, sobre la posible aprobación del derecho al aborto. Él, como hombre de la casa, trata de imponer su parecer, alegando que eso nunca sucederá entre ellos, y ella, desafiante, lo abandona.
Pero la escena se nos presenta tan teatral que no conseguimos empatizar con ella, y su reacción se nos muestra como una especie de arrebato repentino, comprensible, pero no bien justificado; ni logramos condenarlo a él, que, a pesar de su cerril tozudez ideológica, de su machismo, acaba despidiéndola con lágrimas en los ojos y ofreciéndole todo el dinero que tiene para que empiece su nueva vida. Medem va a por todo y a por nada a la vez.
Sin embargo, quizá sea en el plano formal donde nos encontremos ante el Medem más errático de su carrera. La información promocional del filme nos hablaba de una película desarrollada en ocho planos secuencia que correspondían con los ocho capítulos que le dan título. Pero, visto el primero de ellos, enseguida nos damos cuenta de que los planos secuencia no son tales, y su construcción interna se basa en una serie de falsos cortes que no resultan especialmente limpios, lo que desvela la impostura.
A eso hay que añadir unos fundidos en blanco, insertados tanto al final de cada uno de los episodios como dentro de los mismos, cuyo sentido no acabamos de percibir, lo que redunda en la idea de un recurso que quizá esconda bien algún fallo de la toma de rodaje, bien una fluidez narrativa que necesitaba de algún ingrediente que la animara visualmente a fin de romper la monotonía.
Tampoco parece que funcionen ni visual ni metafóricamente una serie de superposiciones que, si bien tratan de afianzar esa idea de dualidad de esa alma española escindida que quiere describir, su presentación resulta algo anacrónica como recurso.
Como sucedía con ‘La habitación de al lado’, de Almodóvar, el problema a la hora de abordar el último cine de Julio Medem es que siempre nos movemos sobre los mismos ejes. Desde ‘Los amantes del círculo polar’, Medem ha tenido el problema de tomarse demasiado en serio a sí mismo como poseedor de una poética que, creo, no le va a su carácter. Se echa de menos a aquel Medem desenfadado de sus primeras películas y, aunque todos tenemos derecho a evolucionar, tampoco está de más saber qué puntos fuertes tiene uno para desarrollarlos.
- ‘8’, de Julio Medem: un cuento de un país polarizado - 25 marzo, 2025
- Jaime Rosales, director de ‘Morlaix’: “Soy consciente de que estoy en una industria muy tutelada que premia la docilidad y castiga la libertad” - 14 marzo, 2025
- ‘Tardes de soledad’ (Albert Serra): el cine como verdad revelada - 11 marzo, 2025