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‘Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa’, de Isabel Martín
Poesía | A Fortiori Editorial, 2021
Isabel Martín estudió arquitectura para entender por qué su isla se llenó (y se sigue llenando) de apartamentos de segunda residencia y hoteles. Todavía no lo entiende.
Decir que la poesía de Isabel Martín es otra cosa es fácil; decir que su poemario ‘Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa‘ es otra cosa también es fácil. Siempre he pensado que no puedes leer –abordar– un poemario sin antes haber escuchado al autor recitar algunos poemas…
Entender cómo aborda su poesía, qué entonación le da, qué cadencia, dónde realiza las pausas y de qué manera también forma parte del poema. En el caso de este libro, se trata de una tarea sencilla porque en cada poema se adjunta un código QR para que puedas disfrutarlos. Porque se disfruta.
La poesía comprometida difícilmente lo sería sin una autora comprometida, o una editorial también comprometida. Para la publicación de este libro se han dado las sinergias necesarias para que el proyecto saliese adelante, y eso es algo por lo que alegrarse. Siempre que un libro es editado, (casi siempre) me alegro.
“Las palabras y los cantes de Isabel están tejidos con y desde el alma. Son aire y aliento”, escribe Itziar Rekalde en el prólogo de este poemario. Comienza el libro con una declaración de intenciones, previa a los poemas, en la que la autora se declara consciente de haber nacido en un cuerpo leído como de mujer en una cultura patriarcal. Con el tiempo fue consciente de que existía un clasismo territorial que también atravesaba su cuerpo: era una mujer andaluza que hablaba azí y, por lo visto, eso era peor que hablar así.
Reivindicarse, ir a contracorriente, resulta ser un camino dificil, por lo menos duro…, pero, por otro lado, gratificante. Le he preguntado a Isabel por ese aspecto.
Isabel, una no empieza el camino de la visibilización y reivindicación de repente. Imagino que llevas muchos años cociendo estos poemas.
Pues sí, pero no de manera consciente. Ha sido un devenir del proceso de trabajarse lo propio, de escuchar a otras y leerlas…, de ponerle palabras y comprensión a silencios familiares, de sacar de lo normalizado cosas que no lo eran. En fin, de poner tiempo, esfuerzo y recursos en desgranar de qué está hecho lo que nos pasa “a nosotras, por ser nosotras”, y las violencias que atraviesan nuestros cuerpos (en mi caso, un cuerpo de mujer CIS, del sur de Europa, de pueblo pequeño, de familia minera y marinera, heredera de los que perdieron, de una isla colonizada por un turismo depredador…).
Además, no es un cocer individual, es un cocinar poniendo atención a una como parte de un relato histórico, de una cultura patriarcal en un sistema ultraviolento y de otro montón de experiencias y cuerpos que son atravesados por estas violencias. He podido asomarme a mis heridas (que son de tantas) porque otras mujeres en el pasado escribieron, hablaron, se preguntaron… Y porque tengo una red de amigas que me acompañan y a las que acompaño, que me sostienen y sostengo…
Hay una cosa que sí que decidí sobre cuándo estaba listo este libro, y tenía que ver con ir hacia delante. Con el derecho a ser otra cosa que no sea una víctima, con reivindicar que, con todo, y a pesar de todo, podemos vivir la ternura cotidiana, disfrutar y experienciar una vida que merezca la pena ser vivida. Estaba dispuesta a mirar para atrás y debajo, pero con la intención de caminar menos pesada y, sobre todo, de aligerar para el futuro, para las que serán, igual que otras en el pasado hicieron lo mismo para que yo ahora pueda hacer… esto, por ejemplo, de contar y cantar letrillas.
El hecho de que haya versos de algunas canciones tradicionales insertados entre los versos de tus poemas, de alguna forma, ¿convierte a esos poemas en máquinas del tiempo? ¿Eres consciente de que en algunas lectoras puedes destapar algo que tenían guardado hace mucho tiempo? Como escribió Lucía Berlín, “si permito que entre la pena, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón”.
Los cantes insertos en los poemas, o “cantes de fregar los platos” (en reivindicación a la ternura cotidiana revolucionaria que hay en el hecho de que las mujeres canten mientras hacen las cosas de la casa que les ha tocado por rol de género, a pesar del relato existencial de violencia que por el hecho de haber nacido tienen) están hechos de mis ancestras.
Estos cantes beben de la genealogía de las mujeres que me conforman y su sabiduría contenida en un conocimiento fuera de las instituciones y los lugares donde es reconocido algo como conocimiento válido. Además, la historia tiene una deuda (bueno, y todas las demás esferas de la vida) con las mujeres y su representación. Y mucho más con las mujeres de las periferias y de los sures (sabiendo que mi sur está en el norte y que tengo más privilegios que la mayoría de las mujeres y las niñas del planeta). Estos cantes miran patrás pa poder mirar palante.
Destapar silencios que tienen que ver con la violencia, abrir esas puertas, puede ser desgarrador. Pero yo aprendí a diferenciar el sufrimiento útil del inútil, entre otras cosas porque es mentira que no abriendo esas puertas el dolor no esté. Está en el cuerpo y atraviesa totalmente nuestra manera de estar y relacionarnos con el mundo.
Para limpiar la mierda hay que ventilar, abrir las puertas, las ventanas y lo que haga falta. Y no hay por qué hablarlo a los cuatro vientos, hay muchas maneras y todas válidas de atravesar las cosas que duelen…Y ahí está la cuestión del dolor desgarrador frente al sufrimiento útil. Las emociones asociadas a acontecimientos de mierda, asquerosos, violentos, denigrantes, deshumanizantes, cosificantes… son duras, claro, cómo no, pero no hay más remedio que atravesarlas para ser otra cosa y reponerse. No creo que sea malo sentir dolor desgarrador, la cosa es si va hacia delante o si se queda en ello dando vueltas.
A veces, se destapan cosas fuertes en los recitales, no solo a las mujeres, también a los hombres. Esto es algo sobre lo que he reflexionado mucho porque me he visto en situaciones que no sabía sostener (personas muy emocionadas que me confesaban cosas que nunca habían contado, o que callaban a gritos otras…).
La peor de todas las situaciones es cuando voy a un instituto, y hay niñas de 12 años (yo les veo a todas las caritas porque estoy delante); mientras me escuchan van asintiendo, en poemas muy duros, y me miran, y yo sé que saben de qué hablo… Y ¡solo tienen 12 años! Es terrible.
Hay mucha violencia sexual y mucho abuso (la mayoría ocurre en el terreno intrafamiliar) aún callado, y apreciarlo de criaturas tan pequeñas es asomarse a una realidad terrible; esto sí que es un sufrimiento desgarrador y muy difícil de sostener… Hay un antes y un después en una cuando escucha ciertas historias…
En algunos momentos de estos años de recitar me he planteado dejar de hacerlo, porque no estaba segura de estar haciendo bien a las personas que me escuchaban y también de saber yo sostener algunas emociones que me transmitían después.
Pero he decidido (por ahora) que no es importante cómo yo me sienta, en el sentido de que esto de participar activamente y poniendo el cuerpo de caminar hacia una sociedad más equitativa, justa, feminista…, debe elegirse poniendo el foco en lo colectivo y poniendo en perspectiva el asunto más allá del cuerpo de una. Cada vez escucho y sostengo mejor, y creo estoy acercándome a un formato de recital en el que dejar una sensación más de caminar hacia delante, no solo de remover las cosas duras.
Yo creo que cuando un poema, al leerlo, te parte por dentro se trata, por lo menos, de algo sincero. Quizá cada día es más dificil encontrar sinceridad en los textos… Una vez editado el libro, en las presentaciones, ¿detectas en quienes leen el poemario una comunión con tus poemas, una especie de sinceridad espejo (o sea, una sinceridad también de la otra parte)?
Sí, con las lectoras y los lectores. En el caso de los recitales en directo, con las personas asistentes. Sí, pasan algunas cosas que aún no consigo entender bien cómo ni por qué ocurren (tampoco es algo que quiera o pueda controlar). Parece ser que muchas personas se ven reflejadas en las cosas que cuentan los poemas, y también me comparten, a veces, que el cómo se cuentan también les es importante.
El uso del lenguaje (que también es una elección política, por cierto) sencillo y concreto (como me han dicho) también influye en cómo se reciben los poemas. Hay muchas mujeres (como mis abuelas) que no pudieron estudiar más por su condición de mujeres, y por su clase… No quiero generar distancia con ellas, ni con ninguna persona, usando lenguajes que son ajenos y que ahondan en ese clasismo que nos sobrevuela y que nos separa. Y creo que esta elección del uso de un lenguaje y no de otro también genera acercamiento con las personas que escuchan.
En algunos recitales, las personas organizadoras quieren abrir un espacio de debate después y muy pocas veces alguien interviene a nivel colectivo…, pero sí vienen de manera individual a compartirme las impresiones y entiendo que es porque se sienten en un espacio de confianza.
Es una cosa extraña, porque, aunque mi intención con los poemas sea política (en tanto a lo personal, es político) y colectiva, me apoyo en lo íntimo, de mis secretos y mi experiencia para construir las letrillas. Así que la gente que va a un recital se lleva muchas cosas mías y no sé cómo parece ser que esto genera un espacio que se presta a las confesiones… Por teorizar sobre esto, porque realmente no se qué ocurre ni cómo.
Una vez que un libro ha sido escrito, no acaba ahí su recorrido: es necesario que una editorial lo acoja en su casa y lo trate como a una criatura más. Alguien que cierre el círculo. En este caso, de esa tarea se ha encargado Jaio de la Puerta, editora de A Fortiori Editorial.
Jaio, ¿Cómo se produjo esa especie de amadrinamiento de ‘Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa’ en tu editorial? ¿Cómo llegó el libro y su autora a tu casa?
Me enamoré de Isabel Martín y de la fuerza de su poesía, en EDITA Punta Umbría, un mayo de hace ya varios años. Ella subió al escenario y lo eclipsó todo. Allí había muchísima gente participante en un encuentro de editoriales independientes y poetas, y cuando ella intervino el teatro todo paró la respiración para escucharla.
Imagino, Jaio, que ver que un poemario –y una poeta– se defienden tan bien en las presentaciones es motivo de orgullo. Como editor, creo que un proyecto no está acabado hasta verlo dialogar con el público –lectores– en las presentaciones… ¿Qué sensación te genera este poemario cuando lo presentáis?
El sentimiento es de orgullo. Mucho orgullo. Me siento orgullosísima de que ella forme parte de mi ‘Oficina de las causas perdidas‘ y también siento mucho orgullo por haber tenido el grandísimo honor de que me eligiera para caminar juntas con este poemario. Es un privilegio estar presente cuando ella comparte tan generosamente su poesía.
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