#MAKMAArte
‘El signo universal de Clara Amado’
Sala Jerónima Galés
Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat (MuVIM)
Quevedo 10, València
Hasta abril de 2022
“La escritura es la pintura de la voz”, proclamó Voltaire. Y como las palabras son todo lo que tenemos (Samuel Beckett), Clara Amado juega con ellas para que resuenen en el MuVIM a través de lejanas formas gestuales y caligráficas de singular plasticidad sonora. Diríase que la artista, alterando los términos de la sentencia del filósofo francés, convierte la pintura en la escritura de múltiples voces ancestrales que, de pronto, comparecen en su obra tras haberlas escuchado envueltas en ciertas luces y gamas cromáticas de los diferentes países por los que ha viajado.
“Llegué a Jordania hace más de tres décadas. Mis trabajos ya se identificaban con una clara connotación de los grandes [artistas] del momento”, señala Amado, sin que ninguno de ellos ejerciera una gran influencia sobre ella. Eso sí, “Jordania fue para mí una revelación a través del color existente en el clarear, en el crepúsculo y en sus noches mágicas”.
Con esa influencia y la revelación que le produjeron ciertas escenas ligadas a la luz, materia con la que trabajan los artistas, al igual que el color, Clara Amado ha ido realizando una obra plástica teñida de manchas, una gestualidad, con la que parece querer dar forma a lo informe, y cierta caligrafía anunciando un sentido por descifrar. En el fondo, o desde el fondo, abriéndose paso el lenguaje, ya sea de signos o de palabras en principio ininteligibles, para capturar, con todas sus dificultades, una emoción insondable.
“El arte es mi alimento, el color, la forma, el movimiento en el espacio”, destaca la artista, quien, a través de 17 obras, reunidas en la sala Jerónima Galés del MuVIM, pretende dar cumplida forma a esa emoción que, en su caso, adquiere los caracteres de las múltiples lenguas recogidas en los títulos de sus cuadros: árabe, nepalí, tailandés, birmano, hindi o chino clásico, entre otras.
“Los símbolos o signos no son más que letras escogidas al azar de las diferentes lenguas que, aunque no son en su mayoría legibles para mí, todo lo contrario, sí que guardan una relación muy estrecha con mi vida”, explica Amado. Lenguas que, más allá de su significado, pretenden llegar al corazón del espectador por el tono de la voz que, como dijimos, aparece traducida plásticamente.
Podríamos hablar de cierto delirio del artista, capaz de oír voces allí donde apenas hay signos inaudibles. Pero es que la creación se emparenta, qué duda cabe, con la pérdida de la conciencia, de manera que el inconsciente aflore trayendo del fondo aquello que ha quedado sepultado por capas y más capas de información, tan reconocible como estéril a la hora de alumbrar los sentimientos más recónditos.
“Los humanos somos animales limitados, sobre todo en la manera de entendernos verbalmente”, señala la artista. Limitación verbal sin duda asociada a la estricta función comunicativa del lenguaje, allí donde este se reduce a un emisor que transmite un mensaje a un receptor de manera unívoca y transparente. Pero el lenguaje es algo más, y de ese algo más se ocupa la función poética que transpira la obra de Clara Amado.
Ya no se trata de comunicar un mensaje, sino de crearnos las condiciones para que lo incomunicable se revele a través del lenguaje formal que la artista deposita en su obra, tras múltiples probaturas. “El conjunto de símbolos, formas y movimientos armónicos que presento en esta colección de alfabetos, realizados con diferentes técnicas, de pintura, grabado, litografía, collage y estampación digital, completa el deseo de mostrar parte de mi sentimiento hacia ellos”, precisa Amado.
‘El signo universal’ ha denominado la artista al conjunto expositivo. Universo que, etimológicamente, viene a ser lo uno convertido en todo, el conjunto de todas las cosas, ligado a su vez con el cosmos y la cosmética del rostro bien proporcionado. De manera que, frente a lo real del sinsentido más absoluto, el creador se afana por ceñir mediante signos y formas, lo que escapa al sentido, precisamente afinando los sentidos para escapar de la percepción más grosera.
Claudia Navas, en ‘Horizontes de carborúndum’, texto que acompaña a la exposición, se aproxima a ello con estas palabras: “Si algo he aprendido, después de pisar tierras forasteras y hostiles, es que la puerta de la Torre de Babel, a través de las notas y la melodía, se puede reconstruir”. La incomunicación a la que alude el mito, producto de las múltiples voces en disensión, es aquí afrontada mediante la música, evocada por Navas, y mediante una caligrafía, en la que igualmente resuenan las voces que Amado traduce plásticamente de forma universal.
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