#MAKMAArte
‘El arte de la sorpresa’, de Luis Mariano Ruiz Aguirre
Espacio 600
Zuloaga Ignacio Pintor Kalea 4, Zorrotzaurre (Bilbao)
Viernes, sábados y domingos
Hasta el 3 de abril de 2022
La vida nos hace dar muchas vueltas, a veces por lugares imprevistos. Nos hace cambiar, por ejemplo, de casa, de trabajo, de pareja, con resultados para todos los gustos. Muchas veces, esos cambios son imposibles de adivinar, como si una pitonisa nos leyera un futuro que estuviera en las antípodas de lo que vivimos ahora y que, a pesar de todo, sucede.
Si no, que se lo digan a Walt Disney cuando conducía ambulancias, a Christopher Walken cuando domaba leones o a Harrison Ford cuando hacía armarios. Puede que ese cambio tenga un motivo concreto o, por el contrario, exprese un deseo latente, nos llegue de fuera o lo busquemos nosotros. Puede que ocurra por puro azar o sea una consecuencia antes que un motivo, un deseo inconsciente antes que una circunstancia clara.
O también puede anunciar una crisis, como en el caso de Luis Mariano Ruiz Aguirre. Para este profesor de Matemáticas de la Facultad de Económicas de la UPV, una serie desgraciada de circunstancias personales le forzó a dejar bajo mínimos su trabajo para coger los pinceles y empezar en serio una carrera artística que esperamos sea de largo alcance.
Componen su exposición en Espacio 600 de Zorrotzaurre (Bilbao) un total de 40 obras de diferentes formatos y contenidos entre cuadros (16), piezas (5) y fotografías (19), pero unidos por un mismo propósito: demostrar que el arte es un catalizador de experiencias, muchas veces, como en este caso, críticas.
A partir de aquí, la cadena de sucesos sigue una ruta muy concreta para el autor: dejar de creer en lo que ha hecho hasta ese momento, descubrir las propias contradicciones que le empujan a un conflicto consigo mismo y, por último, querer trascenderlo, mudar de piel, para nacer de nuevo. Este es el recorrido que da sentido a la serie de obras expuestas y que sirve de nexo de unión a los distintos temas.
Solemos ser generosos a la hora de pensar que lo sabemos todo –motivos, deseos, objetivos– solo por el hecho de estar planeándolo todo el tiempo. En el caso de Luis Mariano Ruiz Aguirre, puede que su crisis personal solo haya sido el pretexto de un deseo que ni siquiera él mismo creía tener porque siempre había estado ahí, latente y tapado: ser el artista que ya era.
El conflicto desgarra el corazón que une las partes separadas. Pero la separación, la diferenciación, es solo aparente: la parte luminosa lleva su propia sombra, la parte de sombra lleva su propia luz. Aceptarlo, verlo como es, sin preferencias, ya es en sí mismo una solución.
La luz no se puede ver, solo su reflejo en las cosas. La sombra del árbol se refleja en la luz reflejada a su vez en la tierra, como si fuera la raíz de la propia luz. La sombra afirma la luz que quiere tapar, que quiere negar. Por encima de esta condición necesaria, sobre esos árboles secos, vuela un pájaro en un cielo azul sin nubes.
De las sombras de esa cueva, se sale a la luz. Había antes una falsa seguridad, una falsa tranquilidad, una falsa realidad. La oscuridad de esa cueva no era oscura hasta haberla iluminado. Como el vacío no era vacío hasta haberlo llenado. Como las ideas, si no se cuestionan con libertad, acaban afirmándose a sí mismas. Y el engaño se hace endémico, pasando de generación en generación como un gen defectuoso.
El baile como expresión del conflicto por medio del ritmo. El baile como una estabilidad inestable, un equilibrio en constante movimiento, una creación y una destrucción, no un estado al que se llega sino algo en perpetuo hacerse, algo que se busca y se olvida cuando se encuentra…, para volverlo a buscar en otro sitio, de otra forma, tanteando. El baile como una reconciliación de los opuestos en un presente continuo.
Nacer de nuevo. El testigo que pasa a otras manos, las de una mujer embarazada. Testigo de ese presente activo en constante gestación, que pasa a las manos de un cuerpo-madre, la encarnación de un ideal desdoblado y desnudo, recién descubierto.
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