#MAKMALibros
‘El castillo de Barbazul’, de Javier Cercas
Tusquets, 2022
Presentación a cargo de Javier Cercas y Justo Serna
Primavera literaria | ‘Leer en defensa propia’
Llibreria Ramon Lllull
Corona 5, València
Martes 5 de abril de 2022 a las 19:00
He leído un par de veces la trilogía que la editorial Tusquets denomina ‘Las novelas de la Terra Alta’, de Javier Cercas. La integran ‘Terra Alta‘ (2019), ‘Independencia‘ (2021) y ‘El castillo de Barbazul‘ (2022). Digo trilogía porque así las presenta la editorial y porque no hay indicios de que el autor alargue este ciclo narrativo. Aunque en materia de creación, de invención, de literatura y de ficción, nunca se sabe.
En ‘Las novelas de la Terra Alta’, Javier Cercas nos cuenta la historia de Melchor Marín. Es un hombre que en principio apenas llega a la treintena. Es hijo de prostituta y no conoce a su padre. De joven es un broncas, un maleante. Posteriormente policía (mosso d’esquadra) y, al final, bibliotecario.
La acción se desarrolla a partir de 2017, a lo largo de dos décadas, y se sitúa principalmente entre Barcelona, Gandesa (capital de la comarca de la Terra Alta, en Tarragona) y Pollença (en la Mallorca septentrional), con algún otro emplazamiento. Cada una de las tres novelas tiene su propia intriga o drama policiaco a desenredar y cada una tiene un lapso diferente, una progresión temporal con distintas analepsis: o, por decirlo a la manera del cinematógrafo, con rupturas en flashback.
Marin sirve primero en Barcelona y luego en la Terra Alta, y luego, tras abandonar el cuerpo, ejerce de bibliotecario allí mismo. Entre Barcelona, Gandesa y Pollença viviremos con él una historia policial en tres momentos distintos. Es policial en el doble sentido de la expresión: estamos ante obras de ficción que podemos identificar con el thriller; y estamos ante relatos, en tercera persona, de una vida, las vicisitudes biográficas de un policía aún joven, pero maleado, y luego un hombre ya maduro y con múltiples cicatrices materiales e inmateriales.
El autor de las novelas es Javier Cercas, ya lo sabemos. El escritor nos conmueve con artificios de sabia narración. De inmediato, es fácil identificarse con ese personaje, Melchor Marín, que no narra, pero actúa, vive, malvive o sobrevive para nosotros gracias a las habilidades del escritor.
Por supuesto, en esta glosa no voy a desvelar nada más. Quiero decir, no voy a revelar el busilis ni a dar en el busilis de una historia que progresa a partir de tres tramas distintas. No tengo derecho alguno a descubrir lo que acaece en cada una de esas novelas y lo que le acaece: a Melchor, quiero decir. Lo que aquí sostengo, o apenas revelo, está escrito en clave.
Insinúo más que destapo.
Un individuo solo –con un pasado que no es pasado, que casi nunca es pasado– debe rehacer su vida en un entorno poco amistoso o incluso hostil. Debe rehacerla y rehacerse en un contexto casi siempre adverso. Desde niño, la existencia no ha sido nada fácil para él. Es más: las circunstancias de su adolescencia y primera juventud han sido más bien calamitosas y dramáticas. ¿Lo fueron y ahora lo siguen siendo? Lo serán en diferente grado en las tres novelas.
Pero, allá donde está el peligro, nace lo que salva, decía Hölderlin. Pues bien, algo así es lo que sucede en algunos momentos al protagonista de estas ficciones: allá donde está el riesgo nace lo que puede salvarlo o salvar a quienes están en peligro. Son novelas de género policial, ya digo. Pero son siempre algo más, como ocurre en las buenas ficciones detectivescas: hay una metafísica y una moralidad humanas.
En las novelas de Cercas, en sus narraciones, el protagonista suele hallarse solo, incluso aislado, tomando decisiones, acertando o errando. Un hombre solo, con buenas o malas compañías, que se ve obligado a emprender acciones imprevistas o intempestivas es uno de los motivos característicos de sus obras. En Cercas, los personajes principales o los narradores de sus obras suelen ser eso: varones que viven en soledad o en orfandad, que sobreviven o malviven con desconcierto a algún tipo de horror, de amputación, de amenaza.
En Cercas, esos caracteres dramáticos son tipos que llevan una existencia más o menos desastrosa para luego, de repente, emprender acciones gracias a las cuales quizá se rediman. Eso sí, la vida no es únicamente puro drama. Tiene, en efecto, momentos de humor voluntario e involuntario e instantes de alivio. Más aún, esos personajes suelen ser individuos acobardados o lacerados y de pronto valientes y capaces y, cuando pueden, irónicos. Eso sí, no son de una pieza.
Demuestran coraje una vez o acaso intermitentemente. En fin, esos individuos, que no siempre actúan con corrección moral, suelen observar a otros para tomar nota, para ajustar cuentas con el pasado, con ese pasado que hasta ellos llega. Insisto: también aquí, en ‘Las novelas de la Terra Alta’, tenemos a un individuo que toma nota para aprehender y aprender. O para evitar el mal.
Pero el protagonista de este ciclo narrativo no es mero observador. Es un hombre de acción al que le gusta leer desde que en la cárcel descubrió la dicha de la ficción. Lee para instruirse, para desentrañar las lecciones de vida que hay principalmente en ‘Los miserables’, de Victor Hugo (1802-1885) o, al final, en las novelas y relatos de Iván Turguénev (1818-1863). Se trata de novelones o relatos, pero siempre del Ochocientos. Es una particularidad o un vicio o una extravagancia, algo realmente intempestivo o impropio, en un mundo de hombres blancos bien machotes.
Melchor (como otros personajes de Cercas) es un tipo que no ha sido educado en la gran virtud, sino en la pequeña. Más aún, carga con un fardo, con una culpa: con una moral mezquina incluso. En efecto, hay en su vida y en su comportamiento bajezas, cobardías y mentiras, las mismas que hay en la vida de todo individuo sublunar: bajezas, cobardías y mentiras en las que todos hemos sido enseñados y de las que el grueso de la humanidad no escapa fácilmente. Pero Melchor es capaz de sobreponerse y actuar como un héroe, precisamente moral.
Si hablo de Javier Cercas, no extrañará si digo que ‘Las novelas de la Terra Alta’ son narraciones morales, protagonizadas por un persona dañada. Como solo un hombre solo puede serlo. Melchor es un individuo de desamparos y abandonos, de pérdidas irreparables y de felices y transitorias recuperaciones.
La vida no le ha tratado bien, pero ha sabido reunir fuerzas. Por ello aún conserva esperanzas. Esa persona tantea, husmea y avanza en un entorno hostil, como antes indicaba. Se trata de un entorno de crímenes: por supuesto, si de polis y maleantes hablamos. Pero es un ambiente que hostiga, aunque uno no sea ni mosso ni delincuente. Melchor tantea, husmea y avanza, igual que lo haría un individuo que caminara en la penumbra, que no es exactamente a ciegas. En ese sentido, Marín se nos parece. Nadie avanza por un sendero siempre luminoso, pues aunque tu vida esté arreglada, los contratiempos venideros y la fatalidad de un final hacen de la existencia un proyecto fallido.
Admitido esto, ¿qué hacemos? ¿Tiramos la toalla? Melchor es puro arrojo. O coraje. Pero no es temerario, pues tiene el don del sentido práctico y el instinto del instante, de la oportunidad. Nadie le ha regalado nada, pero tampoco es un angelito, ya que la violencia programada o el repente que lo impulsa es algo que no ha desechado. No es un angelito, ya digo.
Y, puesto que ahora empleo un léxico religioso, podría decir que el protagonista es un pecador, sí. Pero tiene una bondad propiamente humana, entreverada de abdicaciones y perversidades menores. Su vida es laceración y alegría, una adición de humillaciones e instantes de felicidad. ¿Cuál es el saldo? Con trepidación, con reflexión, con amarguras, con ironías y con ternuras, Melchor sale adelante, es uno de los nuestros y sabe qué es lo que le espera. En el ínterin aprende a vivir con gozo.
Javier Cercas escribe sus novelas esperando sacar del arte la auténtica verdad de la existencia, esa verdad chiquitita que se halla en un gesto humilde. Quiere explorar lo real, echarle un vistazo significativo, y para ello no encuentra mejor instrumento que la narración. Con sus ficciones no quiere entretener únicamente. Desea interrogarse sobre tantos, tantísimos actos humanos que tienen un equívoco sentido. Hacemos algo y muy probablemente los demás nos observan: en ese hecho, los significados que atribuimos uno y otros no tienen por qué coincidir. Así, buena parte de las novelas de Cercas son relatos de equívocos, de actos contradictorios, aparentemente incongruentes.
Son historias que detallan acciones que sus personajes emprenden con fines sensatos o con intenciones alocadas. Esas acciones provocan reacciones y, por ello, luego se refuerzan, se corrigen, se alteran…, con nuevos significados que seguramente distan de lo que el personaje pretendió en origen.
Eso mismo es lo que hacemos en vida: tenemos intenciones, emprendemos nuestros actos –que no siempre se acomodan a lo que deseábamos o nos impulsaba– y finalmente, cuando las cosas se tuercen o nada tienen que ver con lo que esperábamos, damos un nuevo significado al arranque, al curso y a la consumación de nuestras acciones.
En las historias de Javier Cercas hay, sin embargo, algo tan importante como los propios personajes o los mismos actos: el narrador. En toda novela hay siempre, por supuesto, alguien que cuenta: la voz que adopta un punto de vista a partir del cual se cuentan las cosas, se administra la información. O las voces…
Pero con Cercas, el narrador cobra unas características especiales: por supuesto, no es aquel relator omnisciente que todo lo sabe. Es un ser limitado, muy expresivo y, a veces, entrometido, alguien que evoca unos hechos ocurridos por haber sido testigo o por haber sido depositario de lo que otros vieron. O, como ocurre en ‘Las novelas de la Terra Alta’, por narrar en tercera persona a partir de un punto de vista focal.
Por tanto, quien cuenta en sus novelas sabe mucho y a la vez sabe poco –aquello a lo que los lectores accedemos–, pero eso que nos relata no son hechos sin significado: son acontecimientos investidos con algún sentido según la perspectiva adoptada.
¿Cuál?
En Cercas, la realidad narrada es siempre extraordinariamente ambigua porque quien cuenta no tiene todos los datos, no sabe más que el propio personaje. O ignora qué significado cabe atribuir a unos hechos que merecen interpretaciones tan contradictorias. Y ahí, en ese punto, empieza la pesquisa, que es a la vez un autoanálisis y una metanarración.
En ‘Las novelas de la Terra Alta’ no hay o no se hace explícito ese andamiaje metanarrativo gracias al cual quien cuenta se interroga sobre lo que cuenta y cómo lo cuenta. Dicho en otros términos, suele ser frecuente que en las obras de Cercas aparezca alguien que dice llamarse “Cercas” y que no es calco exacto del escritor, sino su remedo defectuoso o mejorado.
Pero en ‘Independencia’ y en ‘El castillo de Barbazul’ el juego metaliterario reaparece: Melchor sabe que un tipo llamado “Javier Cercas” escribe su historia desde que alcanzó celebridad por una acción policial que salvó vidas, muchas vidas: Él, Melchor Marín, es el héroe de Cambrils, cuando los atentados de 2017. Y después su fama seguirá, en Gandesa, en Barcelona y en Pollença.
Sin duda, el “Cercas” al que se alude en ‘Independencia’ y en ‘El castillo de Barbazul’ es un novelista y, por ello, es un individuo del que los personajes no pueden fiarse. Ya sabemos que los escritores son capaces de inventar y de fantasear con lo que no saben o con lo que no quieren o no pueden averiguar. Aunque Javier Cercas diga escribir relatos reales, no es fiable: diga lo que diga, Cercas y “Cercas” son novelistas y, por ello, muy dados a la ficción.
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