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Con motivo del fallecimiento de Juan Diego, recuperamos el artículo publicado en noviembre de 2018 fruto de la concesión al actor del Premio Nacho Martínez en el 56 Festival Internacional de Cine de Gijón/Xixón (FICX)
El 56 Festival Internacional de Cine de Gijón/Xixón (FICX) ha incoado su cronograma de la mano y la palabra de Juan Diego (Sevilla, 1942), con motivo de la concesión del Premio Nacho Martínez 2018 al actor bormujero, en cuyo encuentro con prensa y público ha focalizado la atención en algunos de los principales acentos que han singularizado su dilatada trayectoria biográfica y profesional.
“En Sevilla, cuando yo no era”
Rememoraba Juan Diego que, desde pronta edad, descubrió “el poder de la palabra”, fruto de la tercerita de Pemán y las crónicas taurinas del diario ABC que aventuraba a leer a uno de sus tíos, afectado de cataratas. “Sentía que crecía a medida que leía”, eclosionando, así, el fértil fulgor de la oralidad, fuente de poder y de impostura, “principio y forma esencial de comunicar” a través “del silencio de los demás que se produce al escuchar”.
De este modo, el Sergio Maldonado de ‘El viaje a ninguna parte’ (Fernando Fernán Gómez, 1986) orientaba el horizonte de sus primeras y trémulas inquietudes hacia el territorio de la escena: “En teatro, el público y la crítica te examinan, te evalúan. Eso te obliga a estar muy pendiente del trabajo que realizas”. Un oficio refrendado a través del teatro universitario sevillano, que le brinda la oportunidad de adentrase en los overoles vagabundos y existencialistas de Vladimir y Estragon en ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett.
Una vez que abandona provincias, recala en los estudios diurnos de Televisión Española y merodea la estival academia nocturna del Gijón: “A finales de agosto íbamos al Café Gijón porque era cuando solían hacerse las contrataciones para las compañías de teatro”. Un errático y necesitado modo de estar en estocástica búsqueda, en tanto que “la suerte es un elemento fundamental. La suerte es un aliado” que determina, para Juan Diego, el devenir profesional, cuya periferia conduce al actor a plantear la irresoluble incógnita de “¿por qué unos triunfan y otros no?”.
Tal vez deba tratarse de una suerte sustentada por una primera y ortodoxa metodología de trabajo, fundamentada en la lectura y memorización de aquellas representaciones a las que acudía como avezado espectador, en tanto que “seguía las funciones como si fueran un máster de interpretación. Más allá de concentrarme en entender lo que decían (que ya no necesitaba), me fijaba en la técnica interpretativa”.
“El conocimiento de la sonoridad interna del castellano”
Y, de nuevo, “en Sevilla, cuando yo no era”, las lecturas y revelaciones metafóricas, la desolación mística, crítica y poética de ‘Noche oscura del alma’, “leída entre naranjos”, la lacerante prosodia interna de Juan de la Cruz, que rubrica su trayectoria académica y retorna, tras varias décadas, a las celdas toledanas y cinematográficas, impelido por la determinación del cineasta Carlos Saura: “Vuelve a ti, entonces, un golpe tan determinante en tu existencia…”.
Hitos y líricos destellos de un laureado itinerario profesional que ha transitado por diversos latifundios, como el excelso cortijo fílmico de ‘Los santos inocentes’ (Mario Camus, 1984) o el pregolpista protectorado magrebí descarnado por Francisco Franco en ‘Dragon Rapide’ (Jaime Camino, 1986).
Merecido reconocimiento para un abanderado, entre otras lides, de la determinante huelga de actores de 1975 (que logró dignificar la jornada laboral del colectivo), cuya voz, perfumada de magisterio, nicotina y salbutamol, prosigue adherida, contumaz y diligente, a todas la raíces posibles de la escena.
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