#MAKMAArte
Igor Mitoraj
En colaboración con la Galería de Arte Contini y el Atelier Mitoraj
Lagos del Hemisfèric, el Palau de les Arts, el Paseo de Cipreses, el Paseo del Arte del Umbracle y la entrada oeste del Museu de les Ciències
Ciutat de les Arts i les Ciències de València
Avenida del Professor López Piñero 7, València
Hasta el 16 de octubre de 2022
Decía Milan Kundera, autor de ‘La insoportable levedad del ser’, que aquel que quiere permanentemente ‘llegar a lo más alto’ tiene a su vez que contar con que algún día terminará invadiéndole el vértigo. Esa relación entre la altura y el vértigo, vinculada igualmente con la propia levedad del ser, está muy presente en la obra del artista alemán criado en Polonia, Igor Mitoraj.
La Ciutat de les Arts i les Ciències de València acoge, en diferentes espacios de su recinto, 15 de sus monumentales esculturas en bronce, todas ellas caracterizadas por la fragmentación del cuerpo -bustos, figuras y anatomías troceadas y cuarteadas-, su gran tamaño y la alusión al arte clásico, para recordarnos que aquel grandioso pasado mitológico ha quedado transformado en melancólico presente.
“El artista hace una denuncia sobre el deterioro o el paso del tiempo del arte clásico, que quiere recordar, rememorar y recuperar sus valores”, señaló a Europa Press Miriam Atienza, directora de Contenidos de la Ciutat de les Arts, el complejo arquitectónico y cultural que exhibe hasta octubre la obra de Mitoraj. La Gran Vía Marqués del Turia de València ya contó con una veintena de sus esculturas en 2006, entonces con la presencia del artista fallecido en 2014.
Entonces, en declaraciones a Ferran Bono -El País- dijo que las exposiciones resultaban a veces estériles, de manera que, “sacando el arte a la calle, la gente que no suele acudir a los museos ve, aunque sea con el rabillo del ojo, algo que pasa en su ciudad”. Y lo que pasa, cada vez que las esculturas de Mitoraj toman la calle, es que los viandantes, lejos de ver con el rabillo del ojo tan imponentes figuras, no tienen más remedio que fijar su mirada, atónita por el paisaje humano que se le abre delante.
Volviendo a Kundera y a su famosa novela, hay un momento en que señala: “La carga más pesada es, por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será”. De nuevo, la plenitud, que parece elevarnos hacia el cielo, ligada con la levedad de lo que da con nuestros huesos en tierra, sin duda lo más real y verdadero.
Igor Mitoraj fusiona el clasicismo, de lo que el filósofo Gustavo Bueno llama mitos clarividentes, y la modernidad, entendida en este caso como la conjunción de razón ilustrada y pasión romántica: lo bello y lo siniestro. Mitos clarividentes que vienen a revelarnos la pluralidad del ser, allí donde este manifiesta su ansia de poder entreverado de la melancolía que produce la caída de tamaña aspiración.
Las esculturas de dos a cinco metros de altura, que se yerguen en medio del no menos monumental enclave de la Ciutat de les Arts i les Ciencies, ponen de relieve ese contraste entre el vigor y la decadencia, entre lo majestuoso y lo agrietado por el ineludible paso del tiempo. La verdad a la que nos confronta la obra de Mitoraj tiene que ver con esa doble faz de lo humano: su anhelo de gloria y la percepción de su fragilidad.
“Mitoraj fue un famoso escultor polaco que se inspiró en el concepto de belleza rota”, se dice en la nota de prensa enviada para dar cuenta de sus gigantescas esculturas. Una belleza, por tanto, alejada de la seducción narcisista que prolifera en la publicidad contemporánea y acrecentada con los selfis de los móviles, y que viene a quebrarla para mostrar las grietas del cuerpo real, más allá del delirio de la eterna juventud.
El delirio de Igor Mitoraj queda así canalizado a través de la obra de arte, para apuntar en la dirección de un clasicismo cuya mitología desvela el valor de la gloria -su noble aspiración a la perpetuación del ser- hermanada con lo real de la vida, allí donde esta se hace cargo de una muerte inapelable. Es el olvido de tamaña materialidad, sin duda ligada a la tierra yerma, lo que Mitoraj nos pone delante de los ojos con sus imponentes esculturas.
La denuncia del abandono de esas obras maestras de la antigüedad, esbozada por Miriam Atienza, y que el artista subraya mostrando las heridas corporales de tamaño abandono, hacen que el paisaje escultórico de la Ciutat de les Arts i les Ciències rime con el espectáculo de la sociedad posmoderna, a un tiempo seductor y melancólico; ávido de emociones y lívido al constatar su fragilidad cuando tanta pompa se desinfla a través de sus múltiples grietas.
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