La nuit du bal. Amanda Moreno
Salón Rouge
Institut Français
C/ Moro Zeit, 6. Valencia
Hasta el 30 de mayo
La algarabía en el salón de baile, durante la recepción de los embajadores de Francia en Calcuta, solo puede compensarse con la melodía de India Song y el gran silencio que esta produce. Cada vez que suena se repite un instante congelado de aquella noche, de la gran pasión. “Que d’amour, ce ball… Que de désir…”(1).
En la noche del baile se mezclan las voces con los personajes, los gritos con los llantos, las narraciones con los destinos; todo para traer a la memoria lo que el olvido ha disipado con la luz de la aurora. La nuit du bal representa un espacio en el que el tiempo ha sido hechizado. En él Amanda Moreno consigue captar algunas de las imágenes de la obra de Marguerite Duras: aquellas que se repiten en el canto de su serie inspirada en la India y que Moreno exhibe de manera propia, haciéndola suya, fascinada por la complejidad narrativa de la francesa. Así, la densidad del tiempo, la laxitud de la acción nos introduce en la ficción, no tanto la literaria de Duras como aquella que hace de la memoria un lugar para confundir los recuerdos, dotar de existencia al amor y el deseo, dar voz a la locura y observar, de cerca, la muerte en vida.
Por tanto, La nuit du bal es un “récit très lent, mélopée faite de débris de mémoire, et au cours de laquelle, parfois, une phrase émergera, intacte de l’oubli”(2). Entonces Amanda Moreno guarda los restos de memoria que las voces traen en su narración componiendo ese gran escenario que es La nuit du bal. En él se mezcla un jardín tropical de cocoteros y palmeras, de plantas verdes y adelfas trás las que se oculta la chica de S. Thala. Una selva misteriosa que esconde los secretos del tiempo más oscuro y en el que el Ganges mece cada una de esas vidas, donde el Vicecónsul embebido en su existencia fantasmagórica vagabundea; la mendiga exhala su canto de Savannakhet. “Elle se tient là avec les restes. Oublieuse. Déliée, c’est-à-dire absolue”(3). O los leprosos que se aproximan a la embajada y que son devorados por la hambruna.
También nos hallamos frente a una recepción envuelta en decadencia exuberante. De entre estas ruinas, Moreno hace emerger algunos instantes de esplendor. Los amantes hipnotizados por la asfixiante dulzor del vals atraviesan las estancias a pesar del rumor de los cuchicheos de los invitados. El pasado lujo se ha hecho añicos, polvo y piedras quemadas. La luz emana del monzón verde, de los rostros blancos de la locura, de las manchas de la luna y el negro de la noche.
La absoluta visualidad deviene una transición de paisajes de ausencias. Oscura es la noche, calurosa e inalcanzable. Las sombras hacen de ella su morada. El deseo avanza apresurado sobre la tormenta que se adentra en el Bengala. Así, el monzón con su lluvia impregna cada pincelada: el aceituna que aflora de la húmeda y espesa selva tropical, el amarillo de la faz perdida y su destilación en flores, y el azul del mar que ensordece el final de cada palabra. Las veladuras aumentan la atmósfera pesada y perfumada en incienso. Cada fragmento de papel pintado, arrancado y pegado por nuestra artista es la rotura de una escena, el hábito de los deseos más enloquecedores y la lepra del corazón.
Todo los elementos de las grandes estancias de la embajada, los personajes y la naturaleza parecen estar cubiertos por las piezas rotas de una historia imposible de ser compuesta, en la que el fin ya llegó y su escritura está por venir. Por eso, los fragmentos de collage-décollage pictórico, de las pinturas rotas y brillantes de Amanda Moreno son como la memoria residual de las voces que nos hablan de La nuit du bal.
(1) Duras, M., India Song. Paris, Gallimard, 1973, p. 16
(2) Íbid., p. 40
3) Certeau, M., La fable mystique, Paris, Gallimard, 1982, p. 48
Johanna Caplliure
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