Parece que, especialmente de un tiempo a esta parte, pues en Valencia es de viva actualidad, hay un tema que ofrece controversia: ¿ha de estar un museo de bellas artes, o centro de arte, dirigido por personas que tengan conocimientos sobre historia del arte o acaso ha de ser un gestor con dotes de mando y capacidad de liderazgo el que lo gobierne?
Desde luego, una cosa es ser competente para saber elaborar un discurso científico, serio y riguroso, un proyecto museográfico claro y con sentido, discurrido a partir de los fondos del centro a la vez que, teniendo visión de futuro, pensar en todo aquello que pueda complementar su colección. Sin pretender hacer aquí relación exhaustiva de las funciones de un director, deberá también, en torno a esos fondos, saber renovar su exposición permanente, como proponer una coherente política de adquisiciones, organizar y promover muestras temporales así como dirigir y alentar investigaciones que mantengan vivo al museo. Para lograr todo esto con exigencia profesional, se hace cada vez más imprescindible el relacionarse con centros de similares características en cuanto a su perfil o tipo de colección, tanto a nivel nacional como internacional.
Para todo ello se suele dar la casuística del primer perfil, pues quien capitanee esos objetivos tendrá que ser a la fuerza alguien que conozca bien la intrahistoria del museo, su origen y formación, como por supuesto sus fondos. Estas personas son, normalmente, historiadores del arte, muchos ya vinculados al mundo museístico, como al universitario, pero siempre, en cualquier caso, reconocidos investigadores dentro de su sector y con gran reputación, mucho mejor si ésta supera nuestras fronteras.
Sin embargo, hay quien piensa que para lograr todo esto basta rodearse de un buen equipo de conservadores que puedan asesorar a su director en esta materia, dedicando su tiempo a otros menesteres, como captación de fondos y recursos financieros. Este tendría pues otro perfil, más relacionado con el mundo empresarial, directores generales o financieros que dan otra visión de lo que comúnmente entendemos debe ser un centro de arte, aunque si bien es cierto encuentra ejemplos también a nivel tanto nacional como internacional. De cualquier modo, estos museos, habitualmente con buena financiación y línea presupuestaria, cuentan siempre con un amplio staff profesional que efectivamente se ocupa de ordenar debidamente la colección, coordinados generalmente por alguien que trae ya experiencia en el campo de los museos y la investigación.
Evidentemente lo ideal sería encontrar un “dos en uno”, cosa no habitual, ni sana tal vez, encontrando modelos de gestión idónea por supuesto en varios museos de Madrid, como en Barcelona o Bilbao.
Pero hablemos del caso concreto del Museo de Bellas Artes de Valencia, que es uno bien distinto y que pese a esa vitola que se le cuelga muy habitualmente de ser la «segunda pinacoteca de España» no deja de ser un museo hasta no hace mucho «provincial». Nuestro museo es el que es, no queramos, una vez más, ser “més que el que més”. Si en algo destaca sobre el resto es especialmente por su colección de «primitivos», así todavía denominada, nuestra “edad de oro” reconocida y admirada a nivel internacional.
Sin mencionar uno por uno a cada uno de los directores que ha habido desde su fundación, entre los que figuraron tanto historiadores como algún que otro artista, muchos vinculados a la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos hasta bien entrado el siglo XX -tan imbricada por otra parte a la historia del museo-, nos referiremos solamente aquí a los más recientes, por ejemplo desde que fueron transferidas las competencias en materia de cultura a las comunidades autónomas. Este proceso pilló de lleno en la dirección de este centro a Felipe Garín Llombart, que ya por entonces era catedrático de historia del arte y miembro del cuerpo facultativo de conservadores de museos y que, aunque de perfil tal vez más ajustado al campo de la gestión, ya era en aquella época autor de numerosos estudios, como comisario de exposiciones que además promovió. Tras más de veinte años al frente del museo fue sustituido en 1991 y durante algo más de dos años por Carmen Gracia Beneyto, también catedrática de historia del arte y con una línea de investigación centrada fundamentalmente en la pintura valenciana de los siglos XIX-XX, la otra época brillante de nuestra historia artística cuya representación en nuestro museo es especialmente significativa. Tras ella, en 1993 y también durante algo más de dos años, accedió a la dirección Ximo Company i Climent, doctor en historia del arte, consagrada su investigación fundamentalmente a la pintura valenciana medieval, a la que dedicó especial atención durante su también corta estancia en el museo. Ya en 1996 y durante más de trece años Fernando Benito Doménech pudo encarrilar y dinamizar una colección que conocía a la perfección, seguramente como nadie, su génesis y sus fondos, y que aunque era reputado especialista en el barroco valenciano cuando entró al museo, tuvo tiempo de ampliar su campo de investigación a los siglos XV y XVI, a través de numerosas exposiciones con elogiados y reconocidos resultados.
Hago este somero repaso para acabar en la historia más reciente y actual de nuestro museo, encontrándose al frente del mismo Paz Olmos Peris desde 2011 y hasta la actualidad. Llegó a la dirección tras su paso por la Dirección General de Patrimonio y es funcionaria de alto rango, aunque su perfil nada tiene que ver desde luego con los anteriores, ajustándose más a asuntos tecnócratas. Al margen de polémicas, su nombramiento se justificó en un momento complicado, a punto como parecía estar el museo de iniciar otras obras de mejora y ampliación, con el objetivo de capitanear las negociaciones de aquel complicado embrollo entre administraciones. Solucionado este asunto, es ahora cuando finalmente comienzan, esperemos que ya sin interrupción, decidiendo las autoridades -a lo que parece en connivencia con el Ministerio-, que precisamente, y por este motivo, no es momento de relevos de ninguna de las maneras.
Aquí viene el quid de la cuestión: ¿no estamos acaso confundiendo las competencias? Está bien que haya alguien que dé la cara, que aúne voluntades entre las dos administraciones, la nacional y la autonómica, que cuide el normal proceso de rehabilitación y mejora, pero las cualidades que deberá tener quien comande estas competencias parecen ser más propias de un buen gestor -dedicado si se quiere en exclusiva a ello-, que de un director. A buen seguro la actual hará bien este cometido.
Pero nuestro Museo de Bellas Artes, lo que necesita recuperar, sí o sí, es a alguien que sepa quién es Reixach, Osona, Yáñez o Joanes, distinguir a Ribalta de Ribera, Orrente, Espinosa, Vergara, Vicente López, Benlliure, Pinazo y Sorolla, por acabar aquí. Sin que nadie se sienta ofendido, reivindicamos pues la reputación a nivel científico de la que gozaba hasta no hace mucho esa casa, hoy del todo inexistente, que pide ya a gritos un cambio de modelo que se asemeje más a otros museos similares del panorama nacional. Esto por no hablar de su parca plantilla, entrando en detalles, la misma básicamente que la que se formó con esfuerzo hace ya unos treinta años.
En definitiva, lo que queremos para nuestro museo, lo que desean quienes realmente lo conocen y lo hemos vivido de cerca, es que sea un centro vivo, también atractivo al público, que goce por fin de cierta autonomía institucional, si no toda en la medida de lo posible, adaptándose poco a poco a los exigentes modelos de autofinanciación que hoy en día imperan y sobreviven.
Vicente Samper*
*Historiador del Arte
Redactado, 17 de abril de 2014
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