#MAKMAEntrevistas I Carmen Calvo
Premio Julio González 2022
Exposición retrospectiva comisariada por Nuria Enguita y Ramon Escrivà
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 14 de julio al 6 de noviembre de 2022
Para entrevistar a Carmen Calvo –Premio Nacional de Artes Plásticas 2013– tienes que estar dispuesto, como en el free jazz, a dejarte llevar por la intuición y digresión con las que la artista afronta las respuestas. El entrevistador formula una serie de cuestiones, trazando un mapa que permita adentrarse en su territorio plástico, y su interlocutora tan pronto se aleja de la temática –improvisando sobre la marcha– como vuelve al redil de las preguntas para interrogarte: “¿Vamos bien del guion?”.
De manera que luego, una vez acabada la entrevista –que transcurre como los viajes oníricos, de forma tan inconexa como repleta de instantes memorables–, más que transcribir sus reflexiones ordenadamente hay que irlas ligando, siguiendo el método de la interpretación de los sueños ideado por el psicoanalista Sigmund Freud. Diríase que, al igual que su obra, Carmen Calvo va por libre asociando ideas como asocia objetos para extraer, de sus múltiples conexiones, imágenes llenas de una vida extraña e inquietante.
“Yo dialéctica no tengo mucha, pero sé que mi obra inquieta y no sé por qué. Hay quien me dice, ‘ay, pues tú eres muy simpática’, y le digo, ‘es que yo me hago la terapia con mis cosas, soy como el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Me pinto los morros y hala’ [ríe]. Yo he elegido la soledad del corredor de fondo y entonces me administro sola”, señala quien ha recibido el Premio Julio González 2022, con motivo del cual el IVAM le dedica una retrospectiva de su obra, que se inaugura el 14 de julio y está comisariada por Nuria Enguita y Ramon Escrivà.
“El Premio Julio González es un galardón importante, porque ha sido concedido a sobresalientes artistas internacionales, entre ellos dos valencianos, Miquel Navarro y Andreu Alfaro, aparte ahora de mí”, subraya. Este premio –otorgado en 2020 durante el mandato de José Miguel Cortés– continúa la estela abierta por el anterior director del IVAM de poner el acento en las mujeres –Annette Messager y Mona Hatoum lo recibieron de forma consecutiva precediendo a Calvo–, lo cual “está muy bien, porque vamos entrando en un cupo”, apostilla la artista valenciana.
“Los premios –continúa diciendo– son un punto importante, porque animan a seguir, aunque tampoco son estrella por un día, sino que lo importante es el proyecto que tienes como artista. Por otro lado, hay mujeres artistas muy buenas que todavía no tienen ningún premio. Y, en mi caso, como he insistido tanto, porque ya son más de 40 años, pues imagínate”.
El comisario Rafael Gil, con motivo de la exposición ‘Peces de colores en la azotea’, en la Galería Ana Serratosa, dijo que todavía estaba por hacer una gran muestra en Valencia que situara a Carmen Calvo en el lugar que se merecía. ¿Esa exposición es esta retrospectiva de ahora en el IVAM? “Ay, es que yo no sé el recorrido que voy a tener, de manera que para mí lo último siempre es lo mejor”.
Sale a colación David Lynch, por aquello de haber tenido una infancia feliz y, sin embargo, su cine destilar una atmósfera turbia y tan inquietante como la suya, y exclama: “Me encanta. Empecé con ‘Terciopelo azul’ y he seguido todas las demás. La última –‘Inland Empire’– me pareció desconcertante. A mí me han llegado a decir que he debido de tener una infancia torturada”.
“Yo creo que al espectador no le gusta verse reflejado en el espejo de mi obra”, añade, para después adentrarse en el espectáculo mediático. “Ese mismo espectador es el que luego, sin embargo, ve la televisión y asume las barbaridades que echan y a las que nos hemos acostumbrado. Ahí tienes al loco ese de [Vladimir] Putin”. De pronto, suena el móvil, lo coge y escucha la voz de una joven vendedora, a la que cuelga con fina elegancia. “Es que es todo tan frágil. Uno se cree que es el rey del mundo por hacer tres cuadros y la verdad es otra”, dice improvisadamente.
En el IVAM se van a exponer obras de sus inicios –‘Escrituras, Recopilación y Reconstrucción’–, atravesando cinco décadas de intenso y arrebatador trabajo, que concluye con piezas recientes. “En esta exposición hay mucha obra nueva confeccionada durante la pandemia. Sin aquello, igual esto no hubiera sido lo mismo, porque lo de la pandemia fue como la serie aquella de Orson Welles, ‘La guerra de los mundos’, tal era el panorama que yo veía desde la ventana de mi casa con un puente vacío de gente”.
De nuevo, cierta desazón o angustia haciendo acto de presencia en su relato, sin duda parte integral de su vasta producción. Una producción repleta de postales-libro, fotografías, esculturas e instalaciones y maniquíes como el que figura en la imagen anunciadora de la exposición. “Yo lo que hago es manipular los objetos incorporándolos a otro contexto y a otra forma de ver. Los maniquíes, por ejemplo, los han tratado desde el Renacimiento, y luego Picasso o Breton también los han trabajado manipulándolos. Si es que aquí está todo inventado. Me remito, igualmente, a Zurbarán, a los bodegones antiguos, y ya está, porque yo vengo de una educación clásica”.
La retrospectiva dedicada a Carmen Calvo no lleva título y, sin embargo, según reconoce la propia artista, su obra siempre los lleva: “Es que para mí es una manera de leer, sin leer. Lo que más me gusta ahora es leer por la noche poesía”. ‘No espero al otro que también soy yo’ es, por ejemplo, el que acompaña a la imagen del maniquí descoyuntado del cartel de la exposición. Esa ligazón entre contrarios que se extrañan a sí mismos forma parte del largo sueño -a veces pesadilla- que la artista ofrece al espectador para su interpretación.
“Yo siempre hablo de proyecto, porque es lo que te guía a continuar en el trabajo, y en mi caso tuvo mucha importancia París, donde estuve nueve años siendo muy joven, con esa capacidad para ver, para absorber; eres una esponja. Yo me vine por mi madre, si no, hubiera continuado allí. Y, más allá de Paris, pienso que es el viaje el que te aporta el conocimiento de ver, de aprender, de relacionarte”.
Puede que no fuera en París, sino a lo largo de una trayectoria artística repleta de vivencias en forma de aquellos senderos borgianos que se bifurcan, como Carmen Calvo ha ido conquistando sus propios sueños. Sueños ligados a ciertos deseos, de los que Aristóteles dijera: “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”.
“Hay películas que no puedo ver, como hay cosas que me molestan, como el chillar, la violencia o que la gente llegue a las manos”, prosigue la artista, para avanzar, precisamente a partir de esa zozobra, otra intuición acerca de su labor creativa formulada como quien silba al aire: “El otro día, mientras me compraba un vestido –que ya ves tú, para qué–, una sudamericana estupenda le chillaba a su hija y tuvo que venir la policía. Bueno, pues ves, ahí ya tienes un mundo. ¿Y qué es la pintura? Pues esto: observar. Hay gente que tiene sensibilidad para eso y otra que no”.
En una de sus obras de la mencionada exposición ‘Peces de colores en la azotea’, aparece esta frase atribuida a su madre: “La pintura la volverá loca”. ¿El artista ha de tener un punto de locura? “No creo que el artista tenga un punto de locura, sino que aceptamos la soledad más. Mi madre, que fue la que dijo esa frase, sin embargo, me apoyó en todo, aunque yo fuera díscola y dijera palabrotas. En fin, rebelde sin causa, buena película también”, dice, en otra digresión, aludiendo al film de Nicholas Ray protagonizado por James Dean.
De pronto recuerda que su hermano –veintiún años mayor que ella– tenía un muñeco que su madre lo vestía como si fuera él, dándole pie a formular otra idea con respecto a la manipulación de objetos que atraviesa su obra. “¿Por qué ha existido el cubismo? Porque era una manera de manipular materiales de desecho”. [Entonces, ve a un hombre cortando la hoja de un ficus y exclama: “¡Uy, me la llevaría yo y la pondría en agua!”].
Carmen Calvo, siguiendo esa mezcla de amabilidad y extrañeza que Freud veía en el ámbito familiar y que bien pudiera ser igualmente el sustrato de su propia obra, dice ser más diurna que nocturna: “Me levanto a las seis, pero todo me lo tomo con una mirada de relajo”. De manera que los sueños trufados de pesadillas –de los que se nutre en la noche de su imaginación– alcanzan a la luz del día el carácter lúdico que atenúa tamaña inquietud. Esa que al espectador no le gusta ver reflejada en el espejo de su obra.
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