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Alberto Barrera
Regidor, jefe de producción y localizaciones
En el firmamento audiovisual, el fulgor de las estrellas –bien sean actrices y actores o directores– eclipsa el brillo de otras figuras que tienen un papel esencial, aunque permanezcan en un discreto segundo plano. En realidad, cada proyecto es una especie de sistema planetario formado por diversos cuerpos celestes, cuyo número varía según el presupuesto, que giran en torno al cineasta que lleva la batuta e imprime el ritmo. Gran parte de esos astros solo se hacen visibles en los títulos de crédito y, ocasionalmente, en los premios cinematográficos: técnicos de distinta especialidad, montadores, actores de doblaje, etcétera.
Con 30 años de trayectoria y un centenar de títulos en su haber, Alberto Barrera (València, 1962) es uno de esos hombres invisibles gracias a los cuales las estrellas deslumbran con su luz. En los papeles figura como productor, pero desde que se inició en el oficio ha hecho casi de todo: regidor, jefe de producción y localizaciones, incluso algunos cameos encarnando al poeta Constantí Llombart en ‘La vida de Blasco Ibáñez’ o en uno de los filmes saharianos de Pedro Rosado. «En esa serie televisiva hice de chófer de Luis G. Berlanga y un día me soltó: «Eres idéntico a Llombart», así que me puso las gafas de montura redonda e hice el breve papel», cuenta Barrera.
Un rodaje, sea una superproducción o un proyecto modesto, implica crear una mundo paralelo dentro del mundo real, una especie de burbuja –el plató– que hay que revestir de los elementos apropiados, el atrezzo, cuidando cada detalle bajo la supervisión del director artístico. Las funciones del regidor o auxiliar de producción que desempeña Barrera, entre la intendencia y el avituallamiento adaptados a la producción audiovisual, son esenciales. Igual que sus colegas, no está delante ni detrás de la cámara, sino en todas partes, allí donde su presencia sea necesaria para que la rueda gire bien aceitada y todo funcione como la seda.
Conseguir desde una casa nobiliaria cerca de València a una mesa del siglo XVII o un coche de época. Ocuparse del alojamiento de los actores, del catering, saber a qué restaurante, hospital o peluquería más próxima pueden recurrir en caso de necesitarlos. Ha trabajado con los mejores directores y gracias a su eficacia y sensibilidad artística se ha forjado un prestigio profesional que le ha permitido trabajar en València, incluso en épocas de sequía audiovisual sin verse obligado a emigrar.
“Estudié en el Colegio del Pilar soñando con ser arqueólogo, arquitecto o decorador, pero al acabar COU no me apetecía ir a la Universidad y empecé a trabajar en la empresa de mi hermano, que es mayorista de carne, lo que implicaba madrugones y regateos con los carniceros de Mercavalència», recuerda Barrera. «Desde niño tengo una vena artística y la pude empezar a desarrollar cuando arrancó Canal Nou”.
Con otros jóvenes de procedencia muy diversa inició su formación con la práctica diaria y como experto en electricidad e iluminación. ‘Ojalá’, ‘Banderas de Mayo’ y ‘Solo es una noche’ fueron sus primeros proyectos, enlazados con la serie ‘Benifotrem’, de trece capítulos, en la que actuaba de regidor. «Rafael Jannone me decía que lo más difícil es administrar el dinero, que hay que ahorrar en unas cosas para poder pagar otras. Ahora, se hacen transferencias, pero en los noventa íbamos con un fajo de billetes en el bolsillo como los de la mafia».
Las películas ambientadas en el Sáhara con Pedro Rosado fueron una experiencia muy intensa. “Cinco veces estuve en los campamentos de Tinduf y otros parajes donde vi cosas terribles. Abrías una lata de atún y la gente se peleaba por ella, los niños andaban desnudos, aunque tenían un almacén lleno de ropa, y los líderes esgrimían que debían de dar lástima para justificar la ayuda humanitaria de la que sobrevivían, aunque las últimas veces que fui ya surgía una pequeña economía autónoma. Son los grandes olvidados”.
Uno de su momentos más gloriosos fue formar parte del equipo de Pedro Almodóvar en ‘La mala educación’. El desaparecido cine Tirys, el Museo de las Rocas, Benimaclet y San Valero son algunas de las localizaciones que Barrera aportó en este filme, además de las cuevas de Paterna, que el director manchego utilizó 15 años depués en su filme autobiográfico, ‘Dolor y gloria‘.
“Almodóvar es exigente, maniático y perfeccionista, pero como yo también lo soy no hubo problema”. También estuvo en el último proyecto del fallecido Bigas Luna, ‘Di Di en Hollywood’, recreando en Alicante, a base de ingenio e imaginación, varios escenarios de Miami y Los Ángeles, aunque un equipo se desplazó también a estas ciudades para dar mayor verosimilitud.
Cuando estalló la crisis tras el cierre de Canal Nou, que hundió a muchas productoras valencianas, Barrera ya se había granjeado un nombre y lo llamaron para participar en numerosos proyectos. Trabajó con Jose Luis Moya como regidor de construcción en ‘Tomorrow Land’, y en los filmes: ‘Wille Oats’, ‘Un monstruo vino a verme’, ‘Nieve Negra’, ‘El Bar’, ‘Oro’, ‘Los últimos de Filipinas’, etcétera. Ha colaborado con los directores españoles Sigfrid Monleon, Mariano Barroso, Belen Macías, Enrique Navarro, Jose Antonio Escriba, Agustín Díaz Yanes, Jose Luis García Sánchez, Víctor León, Manuel Huerga y Eduard Cortés, entre otros.
Su trabajo es la antítesis de la rutina del funcionario: viajes y desplazamientos, llamadas, una agenda kilométrica y estar siempre dispuesto a entrar en acción. Una vida que implica sus crisis y ataques de pánico. “Todavía en pospandemia se rodó en València ‘Hollyblood‘, una historia de vampiros que iba a hacerse en Rumanía. Me pidieron un edificio, una piscina y una sala de gimnasia, todo de estilo gótico, y estaba muy agobiado”.
Fue una prueba de fuego que Barrera superó. Un convento de estilo peculiar situado en Sueca, la piscina municipal del Carmen con algunos decorados, una nave modernista de Carcagente y el Monasterio de Sant Jeromi de Cotalva fueron las localizaciones que consiguió. Los seis años que estuvo en la productora Nisa realizando todo tipo de documentales le han aportado un profundo conocimiento de los paisajes y parajes más apropiados para rodar en la Comunidad.
Entre la rica colección de anécdotas que puede contar, hay una que ilustra la filosofía de su oficio y la satisfacción que le produce. “Era el año 1992, estábamos grabando de madrugada en un estudio de Alboraya la película ‘Ojalá’, de [José] Val del Omar, y se me ocurrió ir a un Open a comprar algo de comer para preparar un tentempié, unos simples bocatas de jamón y unos refrescos. Nunca olvidaré la expresión de júbilo del gran Juan Diego cuando, al salir agotado de la cabina, vio aquel resopón”.
“Comprendí –prosigue– cuál era mi tarea y vocación: hacer que la gente del equipo se sintiera cómoda y a gusto. Una película igual puede ser una obra de arte que un bodrio, pero si hay verdadera calidad es porque alguien se ha ocupado de arropar al equipo y conseguir que el rodaje ruede sin trabas. En este sentido, a veces me siento como una madre”, concluye Barrera.
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