#MAKMALibros
‘Mientras estamos muertos’, de José Ovejero
Editorial Páginas de Espuma
Año 2022
“No es posible escribir una obra autobiográfica sin hablar de lo que sucede alrededor, porque todo lo que sucede a nuestro alrededor nos sucede a nosotros”. A partir de esta declaración de principios, José Ovejero ha encontrado una forma de contar su vida –o parte de ella–, que es un asombroso experimento narrativo. Lo ha hecho en ‘Mientras estamos muertos’ (Páginas de Espuma) a base de fogonazos: tiernos y furiosos destellos que se ensartan en el mismo hilo como las cuentas de un collar.
No uno de perlas idénticas, como los que gustaba lucir a Isabel II, sino combinando piedras preciosas de muy diverso color, tamaño y forma: piezas de memoria y ficción. ¿Es que acaso se pueden separar? La tensión con un padre autoritario, las estrategias contra el compañero abusón, aquel pariente que se suicidó, los perros y otras mascotas que se fugaron de casa, la emotiva evocación trenzada del padre/madre, fotografías familiares, los entierros…
A Ovejero la realidad se le “pega a la piel”, se declara “testigo y verdugo”, y en su polifonía de voces hace oír la de la anciana a punto del desahucio, la de los homeless que filosofan en un banco del parque: los cuentos que nos contamos ‘Mientras estamos muertos’. Porque a este escritor nada de lo que sucede ahí fuera le es ajeno.
Un libro de relatos que se lee como una novela. Una novela deconstruida en cuentos. ¿Cómo surgió esta peculiar estructura? ¿Fue algo muy pensado o intuitivo?
Siempre he escrito novelas en las que cada capítulo funciona casi como un cuento; con una tensión y una estructura propias. Esto se va notando cada vez más en lo que escribo, pero también sucede lo contrario, que mis libros de relatos siempre giran a través de una idea que los une. En este caso, además, hay un hilo conductor. No es que me lo propusiera así, es que según escribía me fue pareciendo lo más adecuado para lo que estaba narrando.
Has dicho que procuras guardar distancia con tus personajes, pero en algunos de estos relatos parece que no te molesta que te echen el aliento a la cara.
Cuando hablo de guardar distancias me refiero a no dejarme ganar por ellos. Procuro mirarlos con interés y curiosidad, pero sin juzgarlos ni justificarlos. Aunque soy yo quien los crea o recrea, procuro hacerlo con la ecuanimidad de un testigo, sin simpatías ni antipatías.
En uno de los relatos condenas a los autores de autobiografías, especialmente a los exquisitos entregados a sus juegos de palabras y guiños culturales. Para evitar tu propia sentencia, ¿se podría decir que has hecho un experimento autobiográfico?
Fundamentalmente, he hecho un experimento narrativo. Si hasta ahora en mis obras había una proporción muy elevada de imaginación y una mucho más reducida de memoria o experiencia propia, en este caso he invertido las proporciones. Pero la memoria me interesa no tanto como recopilación objetiva de acontecimientos pasados, sino como una forma de ficción, de narración en la que reconstruimos con materiales escasos e incompletos. Y por supuesto creo que toda memoria individual es un fragmento de historia social.
“Escribir es rememorar justo aquello que desearíamos olvidar a toda costa. Escribir es disfrazar las cosas para poder ver su rostro real”. Me gustaría que comentaras estas afirmaciones.
Cuando escribes (incluso cuando lo haces alejándote temáticamente de tu propia experiencia) una novela como ‘Los ángeles feroces’ –de atmósfera distópica y que se desarrolla en un mundo que no es el mío–, quieras o no, aparecen personajes, situaciones, emociones que quizá preferirías no haber provocado. Te pones a escribir algo alejado de ti y te encuentras de cara con tus frustraciones, tus miedos, tus errores.
Y eso hace que, a pesar de todos los disfraces, la literatura se acerque más a la verdad que tu álbum de fotografías o que tu biografía -tus sonrisas, tus poses, las acciones que supuestamente resumen tu vida-. Por supuesto, cuando escribes un libro tan cercano a la propia autobiografía como ‘Mientras estamos muertos’, las dos afirmaciones se vuelven aún más pertinentes: te obligas a recordar lo que desearías olvidar y usas la ficción para profundizar en tu historia.
La historia de tu familia es paradigma de eso que llaman ascensor social, hoy convertido en montacargas averiado. Y aunque ese ascensor creó cierta brecha generacional que tan bien describes, también cimentó el bienestar del que hoy disfrutamos. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
No me cabe duda de que no se puede negar a nadie el derecho a intentar salir de la pobreza, a conseguir bienestar y seguridad. La segunda mitad del siglo XX vio cómo millones de personas lograban las tres cosas. Pero el proceso se está revirtiendo; además, negamos ese derecho a miles y miles de inmigrantes, la miseria sigue rampante en numeras regiones del mundo y nuestra forma de vida puede acabar con la seguridad y el bienestar en todo el planeta.
Si tu madre hubiera dispuesto de una ‘Habitación propia’ es muy posible que hoy leyéramos sus libros, además de los tuyos.
Estoy seguro de ello. Ella habría querido dedicarse a escribir, pero ni su educación ni su clase social ni, por supuesto, el hecho de ser mujer se lo permitieron. Eso no significa que no escribiese: poemas, cuentos, incluso una novela. En realidad, practicaba la literatura más pura que se puede realizar, una que no pretende ni el reconocimiento ni el éxito, puesto que nunca ha querido publicar.
El relato ‘Ella y él’ es el más bello homenaje a unos padres. También me ha conmovido profundamente el del elefante y la pluma. ¿Cómo surgieron ambos?
‘Un elefante cae a la misma velocidad que una pluma’ surge del intento de no mirarme demasiado el ombligo, independientemente del contenido autobiográfico del libro, y de volver la vista hacia lo que sucede a mi alrededor, por ejemplo, hacia los desahucios; porque no, mis dramas no son más terribles -más bien al contrario- que los que sufre mucha gente cercana. ‘Él, ella’ es un intento de trenzar dos biografías de forma fluida, apenas sin separarlas, porque los hijos suelen ver al padre y a la madre no como seres independientes, sino como una forma de simbiosis.
¿En qué momento pasaste de ser un señor que escribe a un autor consciente de su poética?
La palabra «señor» le quedaría demasiado holgada a aquel tipo de treinta y tantos años al que, la primera vez que le publicaron un relato en una antología, le pidieron que definiese su poética en unas pocas páginas. Creo que es la primera vez que reflexioné sobre por qué escribo lo que escribo y cómo escribo, pero desde entonces vengo haciéndolo con gran intensidad. Mi ensayo ‘La ética de la crueldad’ es quizá el lugar en el que con más detalle y rigor he abordado esa poética.
“No soy escritor porque me fascina la literatura, sino porque me fascina la realidad”, confiesas. ¿Qué aspectos de la realidad son los que más te preocupan… y los que más te asombran?
Son las tensiones, las posibles líneas de fractura -en las personas, en las relaciones familiares y amorosas, en la sociedad- las que me fascinan y me empujan a escribir. Escribo sobre todo cuando estoy inquieto. Mi asombro se lo reservo a los desesperados intentos que hacemos todos de fingir que somos otros, de sujetar esa máscara que, de todas formas, nadie cree.
Salen muchos animales en estas historias. Perros, sobre todo. ¿Tienes buen rollo con ellos?
Los animales funcionan en ‘Mientras estamos muertos’ como personajes que revelan mucho sobre las dinámicas familiares y afectivas de los protagonistas. Las tortugas y los perros que huyen en cuanto pueden de la familia del narrador están transmitiendo un mensaje sobre la claustrofobia que producen tantas familias. Pero para responder a tu pregunta directa: nunca he querido tener animales en casa, aunque me gustan e interesan. Sin embargo, mientras te respondo, un perro y un gato –que no son nuestros, pero nos han adoptado– están tumbados a pocos pasos de mí.
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