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#InMemoriam | Manuel Vázquez Montalbán
El 18 de octubre de 2003 muere Manuel Vázquez Montalbán. Cuando esto sucede, el escritor catalán solo tiene sesenta y cuatro años, una edad que hoy como entonces nos parece temprana, muy temprana. Fallece de un infarto cardíaco y el ataque le sobreviene en un sitio exótico y a la vez previsible, en uno de sus parajes literarios. Me refiero a la capital de Tailandia: Bangkok, concretamente su aeropuerto.
Estas casualidades parecen ficticias: como si el creador de la serie literaria dedicada al detective Pepe Carvalho quisiera con ese acto involuntario cumplir y consumar lo que parecía imposible: vivir una de las tantas aventuras que él mismo relata y que yo ahora observo con miedo, con simetría amenazante. ¿Por qué ambientar en Bangkok una pesquisa detectivesca? Como sostiene el propio Vázquez Montalbán nada más aparecer la novela, «Pepe Carvalho emprende un exótico viaje en un tiempo en que la aventura es casi… imposible».
Es este un leitmotiv que el autor suele repetir desde sus primeras obras, por ejemplo desde ‘Tres novelas ejemplares’ (1983). En una de esas historias, ‘Recordando a Dardé’ (1969), su narrador afirma contundentemente que después de los años sesenta del Novecientos ya todo está experimentado, que después de ese tiempo ya nada puede inventarse o ensayarse.
Por supuesto, esto no ha sido así ni ahora es así. El propio Vázquez Montalbán inventa un universo literario particular con originalidad expresiva y con aventuras que parecen practicables. Y prueba y ensaya todos los géneros hasta hacer mezcla y aleación de cada uno de ellos. En 1969, en ‘Recordando a Dardé’, el mundo no se ha acabado y hasta Bangkok podíamos y aún podemos viajar… Como podemos aventurarnos hasta la novelesca capital de Tailandia que aparece en su obra ‘Los pájaros de Bangkok’, una obra publicada en 1983.
De la muerte de Manuel Vázquez Montalbán nos separan dos décadas. De la publicación de ‘Los pájaros…’, casi cuarenta. Todo se nos antoja irreal. Morirse a los sesenta y tantos parece incomprensible y hasta escandaloso. Pero, como tituló Carmen Martín Gaite uno de sus libros, ‘Lo raro es vivir’ (1996). Ese rótulo lo cita también Rafael Chirbes en uno de los pasajes de sus ‘Diarios’ (2022). Anota: “De fulano o de mengano decimos que han muerto en un accidente, o de forma imprevista, cuando el accidente que debería sorprendernos es estar vivos hoy también. Es la vida lo que es un accidente fugaz en el imponente devenir del planeta”.
Manuel Vázquez Montalbán nace en 1939 en una Barcelona obrera, en el Raval. Lo hace en una familia de perdedores, con un padre condenado a veinte años de cárcel, en vez de la pena de muerte que le pide el fiscal. El progenitor, la madre y el muchachito tendrán suerte. Al fin y al cabo, lo raro es vivir… en esas circunstancias. Lo raro es acceder a los estudios universitarios. Lo raro es convertirse en escritor. O en algo más que escritor.
Será novelista, periodista, cronista, poeta… Será un grafómano. Empieza escribiendo para vivir y al tiempo acabará viviendo para escribir. O en otros términos: más que escribir, el Vázquez Montalbán maduro parece estar escribiéndose encima. Se derrama con la letra, se desparrama con el discurso escrito.
Sin duda, su obra inacabable será una manera de oponer resistencia a la realidad, un fluido que anega el mundo tan mediocre y decepcionante que le toca vivir. O un modo de defenderse de las ofensas de la vida obrera, tan castigada, tan maleada, de la que él procede. Pero escribir es sortear la muerte. Como dirá en alguna ocasión, escribe para ser recordado. Y al ser evocado uno no acaba de morir. Deja abundantes huellas.
Padecerá el franquismo hasta los treinta y seis años, pero sabrá escaparse leyendo y escribiendo, creando un mundo paralelo de estética alternativa. Será pop en los sesenta y setenta y sabrá mezclar la alta y la baja cultura, las tradiciones populares y la exquisitez más refinada.
Casi a la manera posmoderna, Vázquez Montalbán pasará conscientemente de la copla de doña Concha Piquer a T. S. Eliot, de la ‘Serie Negra’ al ‘Ulises’ de James Joyce. Y, por qué no, a la erudición apócrifa… con efectos culturales de primera. La erudición real o inventada, las referencias y la realidad ficticia forman un collage verbal, arte de enteros y recortes, de pegamentos y adhesivos para el que se requiere gran habilidad.
En efecto, como dice otro de los personajes de sus ‘Tres novelas ejemplares’, en este caso de ‘La vida privada del doctor Betriu’ (1982): «Las citas falsas son indestructibles sólo que consigan un mínimo de verosimilitud». La obra de Vázquez Montalbán es eso, un centón, una reescritura, un florilegio de citas reales o inventadas, de culturas deliberadamente confusas.
De esa mezcla, de esas aleaciones, nace Pepe Carvalho, un personaje, un híbrido hecho con carnalidad y retales. Protagonizará numerosas novelas desde principios de los setenta. Como antes indiqué, es un detective, un huelebraguetas, un investigador privado, castizo e internacional, de cultura vasta y de escepticismo incorregible. Un gallego afincado en Barcelona. ¿Un charnego?
En sus novelas quemará libro tras libro, arrancados todos de su propia biblioteca para así encender la chimenea. Es un acto soberbio y soberano, una arrogancia y a la vez una audacia. O una temeridad. Detesta a los sabios ufanos y a los poderosos. Como dirá el propio detective en ‘Los pájaros de Bangkok’, «el mundo está lleno de seres que valen mucho, que tienen mucha cultura y que son inaguantables».
En su primera juventud, de la que poco sabemos, Carvalho ha sido comunista y agente de la CIA. Cuando empezamos a leer sus historias, ya está de vuelta, ya está harto, con un cinismo creciente. Será el escéptico por antonomasia.
Tiene tratos con una novia prostituta, tiene un ayudante de poca monta apodado Biscúter, tiene un amigo valenciano evidentemente llamado Fuster y alguien más. Nada más. Sus vínculos emocionales se reducen a este pequeño círculo. Poca cosa y poca gente. Desencantado, lastimado por la vida, intuitivo y lógico, Carvalho es, sin embargo, un sentimental incurable: irá envejeciendo como detective y como hombre conforme avance la serie literaria.
Cuando las leí –con una fidelidad asombrosa, debo confesar–, sus historias me sirvieron para hacerme una sociología de urgencia, para bromear sobre la España a la que yo accedía como tipo aún joven, una sociedad lastrada por el franquismo, aunque europea y democrática. Sus novelas me sirvieron para acceder a los clásicos de la novela negra, para comparar esas ficciones tan amargas… con las propias fábulas morales de Manuel Vázquez Montalbán.
Sus obras y sus audacias me sirvieron para perder el miedo al academicismo, a la severidad de los sabios. Pero sus jeremiadas periodísticas y su columnas políticas acabaron por resultarme tediosas y quizá previsibles. Aunque sorprendentemente no dejaba de leerlas. En fin, nadie es perfecto: he intentado releerlo todo ahora. Sin éxito. Así de imperfecto soy. Y eso a despecho de contar entre mis libros la obra periodística completa de Vázquez Montalbán. Prometo completarla. Quizá cuando se cumpla el vigésimo aniversario de su muerte. Somos así, preocupados por los números redondos.
Creo que con estas palabras que ahora leen, manifiesto mi respeto y mi distancia, mi recuerdo ya lejano, mi aprecio y mi hartura en su momento. Y manifiesto un punto de nostalgia, que –como digo– me hará volver principalmente a su obra periodística completa: justamente lo que acabó por irritarme. Tal vez, ahora pueda examinarlo con mayores recursos y distancia. Cuando lo haga, tendré la misma edad a la que Manuel Vázquez Montalbán murió.
Me interesaba y volverá a interesarme. Lo seguí a pies juntillas y, a la vez, llegó a enojarme. A partes iguales: como su criatura Carvalho. Pero, ahora que lo pienso, su nivel cultural, su sobrio cinismo, su hambre de democracia me lo hacían y me lo hacen próximo y simpático, un gigante frente a tantos delincuentes, mediocres y avispados que ahí siguen.
Lo raro es vivir, sí.
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