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‘Cerdita’, de Carlota Pereda
Con Laura Galán, Carmen Machi, Claudia Salas, Camille Aguilar, Pilar Castro, José Pastor y Chema del Barco, entre otros
99′, coproducción España-Francia | Morena Films, La Banque Postale Image, Indéfilms, 2022
Mientras los adultos dormitan el tórrido ojén del mediodía, en la periferia del pueblo tres chicas estridulan su inquina azul sobre la piscina donde sumerge sus turbaciones Sara, una joven obesa de pavor, introspección e incertidumbre.
Bajo el agua extremeña de la balsa, su cuerpo se comporta con la liviandad de la que carece tras los anaqueles fluorescentes de la carnicería familiar. Los padres despiezan un osobuco de ternera con destreza semejante al hostigamiento que sufre Sara, oteando, tras la casquería, el espinazo de malignidad que vertebra la hijoputez adolescente.
Carmen, Roci y Maca asedian. Sara agita su indefensión sobre la superficie de la alberca. No caben razones para pedir auxilio. Y, sin embargo, un tipo obscuro y silente –quien sobrecoge como el carnicero de Plainfield– observa la escena, que pronto mutará en sanguinolenta. Al sur del Duero se despliega, así, un horizonte estival de violencia, sometimiento y venganza.
Carlota Pereda (Madrid, 1975) extiende el laureado estupor de su cortometraje ‘Cerdita’ (2018) e irrumpe en salas con el galardón al mejor filme de terror en el Fantastic Fest de Austin (Texas) y el reciente Méliès de Oro al mejor largometraje en el Festival de Sitges por su ópera prima. Un impecable y turbulento modo de ofrecer solución de resarcimiento a un recurrente y consabido caso de bullying del que (casi) todos hemos sido testigos, responsables o víctimas.
Tal vez por ello, a partir de la materialización del acoso –desde la confianza del cuerpo escénico de Laura Galán, que atraviesa toda la película–, el filme se desventra por la travesía del subgénero slasher (que con tantas horas cinéfagas pobló el catálogo los videoclubes de los 80), hasta alcanzar cotas inéditas en el celuloide ibérico.
Y Pereda logra con ello un (des)equilibrado ejercicio de moralidad (la suficiente), justicia (¿inclemente?) y entretenimiento (razón elemental para acudir al cine).
¿Qué relatos esconden las sobremesas rurales y vacías bajo la canícula sur de todas las Mesetas? ¿Se antoja el único tiempo posible en el que desnudar los traumas sin sentirse escrutada?
Relatos infinitos. En la oscuridad de los jardines y las plazas, sin que nadie pueda leer la emoción en tus ojos, resguardado por la oscuridad, uno puede desnudarse. Las chicharras convierte la narración en algo casi irreal.
Palpita en ‘Cerdita’ una combustión moral instituida a modo de premisa sobre la que edificar la diégesis. Una violencia estética a partir de la que empatizar la mirada con la víctima de un acoso social. ¿Consideras que la gordofobia es una de las más implacables aversiones que puede sufrir una adolescente?
No hay escape a la gordofobia. Ni hay armarios, maquillajes. Bajo la luz del sol, no hay sombras en las que resguardarse. Todos se creen con derecho a opinar sobre las apariencias, no están mal vistos los chistes o los comentarios inoportunos. A nadie llama la atención algo que puede causar gran dolor.
Una repulsión tan adherida y ubicua en el entorno rural contemporáneo –conectado por fibra óptica con la servidumbre de las redes– como la sucia goma de mascar que se encola en las cangrejeras de Sara. ¿Se produce en este contexto una exacerbación del hostigamiento?
En los pueblos, la misma gente con la que vas al colegio luego te acompaña al instituto. Te espera en las plazas, acecha en la piscina. Las redes hacen que no haya lugar seguro, ni siquiera en tu casa. Todos parecen estar de acuerdo. No son las voces de unos solos. El mundo se suma a la burla.
Tras un infructuoso período de casting, emerge inopinadamente sobre los escenarios la figura de Laura Galán, con quien trazar esa bienaventurada travesía que comunica las interrogantes del corto homónimo con las razones vengativas que se procuran en el largometraje. ¿Cuál ha sido la experiencia de trabajo en común junto a la túrbida piscina de ‘Cerdita’?
Trabajar con una actriz con tanto dominio de su cuerpo, adulta, con tanta seguridad, ha hecho que sea totalmente libre a la hora de rodar, de plantear retos. No hay nada que no se pudiera poner sobre la mesa, que no se pudiera abordar claramente. Hemos hecho esta película de la mano.
Amén de las inexcusables referencias a Tobe Hooper (‘La matanza de Texas’, 1974) o el nuevo extremismo francés de Claire Denis (‘Problema cada día’, 2001), ¿podrías mencionar algún título de terror castizo que haya influido en tu mapa de referencias?
‘El bosque del lobo’, de Pedro Olea, ‘El Séptimo día’, de Carlos Saura, y, por supesto, la obra maestra del terror en español: ‘¿Quién pude matar a un niño’, de Narciso Ibáñez Serrador. Terror a plena luz del día en un idílico pueblo de la costa.
Sustentar la ficción que propone ‘Cerdita’ sobre un juego heteróclito de subgéneros implica apelar a una muy diversa naturaleza de espectadores posibles. ¿Has apreciado modos distintos de ver el filme durante su recorrido por festivales a ambos lados del Atlántico?
El filme ha conectado con un público muy diverso. Tanto en Sundance como en Corea, Gran Bretaña, Alemania… La vida es multigénero. No existe experiencia humana sin humor y drama. Allí se han centrado más en la película como cine de autor y entretenimiento.
Si la prensa cultural española ha volcado toda su atención sobre aquella citada premisa moral que gravita en torno al bullying, ¿nos dejamos en la periferia del relato cuanto la película tiene de puro entretenimiento? ¿Incluso el agridulce y crispado sabor de la venganza?
No hay que olvidar que es una obra de ficción que maneja la empatía para conmover y poner al espectador en el lugar de Sara, convirtiéndose en elemento indispensable de la propia ficción con su participación pasiva. Queremos incluirle en este viaje, sin soltarle. Se puede decir que le damos palomitas, sí, pero palomitas envenenadas. De larga digestión.
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