#MAKMAArte
59 Bienal de Venecia
Exposición Internacional de Arte Contemporáneo
Directora artística: Cecilia Alemani
Del 23 de abril al 27 de noviembre de 2022
Viajé a Venecia para no perderme la comentada Bienal de este año y encontrarme con unos amigos que vivieron los mejores años de su juventud en la ciudad de los canales. Llevaba en mi maleta ‘Leonora’, la novela de Elena Poniatowska basada en la vida de la artista y escritora Leonora Carrington. Sus más de 500 páginas me habían hecho ir posponiendo su lectura, pero el protagonismo de la creadora surrealista en la Bienal consiguió vencer mi pereza.
No sería la novela de Elena Poniatowska -concluida a la vuelta- lo que marcaría mi viaje, sino la colección de libros de artista de Ignasi Aballí denominada ‘Venecia’, porque me hizo descubrir una ciudad en la que no habría reparado. ‘Venecia’ es una de las partes de la propuesta que el artista ha concebido para la Bienal y se desarrolla en las calles de la ciudad; la otra, ‘Corrección’, en el pabellón español. Ambas condensan algunas de las cuestiones que le interesan: hacer visible lo que está en los márgenes, integrar lo cotidiano en la creación artística, la relación entre texto e imagen o la pintura como punto de partida de sus indagaciones sobre el color.
Es bien conocido que, en ‘Corrección’, Ignasi Aballí desdobla el espacio del pabellón español superponiéndole otro pabellón, subsanando la desviación espacial que este mantiene respecto a sus vecinos y cuestionando de manera sutil conceptos como nación o frontera.
La misma actitud reactiva el planteamiento de sus libros de artista, que se materializan mientras se participa en su particular versión de ‘El mapa del tesoro’. El proyecto es una invitación a “perdernos para encontrar”, según escribe la comisaría del proyecto, Bea Espejo. A abandonar el circuito turístico y pararnos a mirar lo que solemos pasar por alto. A caminar como acción crítica.
El juego comienza en el pabellón español con la entrega de un cofre de libros vacío y un “mapa perfecto en blanco totalmente”, en el que solo vienen representados seis puntos que corresponden a seis direcciones que figuran en su extremo superior izquierdo. A partir de aquí, hay que llegar a estos seis lugares y recoger en cada uno de ellos los volúmenes ‘Horizontes’, ‘Inventario’, ‘Casi’, ‘Historias’, ‘Panorama’ y ‘Paisaje’.
Conseguir la colección entera de libros de artista es de lo más tentador, pero el juego lleva su tiempo -una jornada, con suerte, y cabe la posibilidad de no dar con alguno de los lugares que guardan los libros –en Venecia se pierde hasta Google Maps- o de encontrarlo cerrado -por COVID, en mi experiencia-. Hablamos de establecimientos como un quiosco, una librería, una microgalería, una librería de viejo o una pequeña editorial y una tienda de todo un poco que ha logrado sobrevivir a la presión del turismo.
La propuesta de la comisaria de esta Bienal, Cecilia Alemani, también tiene un propósito corrector, en este caso del canon artístico. La edición que ha dirigido seguramente pasará a la historia por invertir radicalmente la proporción hombre-mujer vigente hasta pocos años atrás. Este año, de los 213 artistas convocados más del 80% son mujeres o personas que no se identifican con el género.
También será recordada como la Bienal en que, por primera vez en los 127 años de historia de este evento, dos mujeres negras –la artista afrocaribeña-británica Sonia Boyce y la afroamericana Simone Ley– se alzaron con el máximo galardón. Y, desde luego, por encumbrar definitivamente a la artista y escritora Leonora Carrington. Es el eje de la exitosa muestra de la Fundación Peggy Guggenheim ‘Surrealismo y magia. La modernidad encantada’ y de la exposición principal de la Bienal, titulada ‘The milk of Dreams’.
‘The milk of Dreams’, la traducción al inglés del título de un libro de cuentos de la creadora surrealista, resume la intención de la directora artística y comisaria de este evento: proponer “un viaje imaginario a través de la metamorfosis de los cuerpos y las definiciones de lo humano” e indagar en la vigencia del surrealismo.
Se podrá estar más o menos de acuerdo con alguna de las obras seleccionadas o con alguna de las tesis, te podrán gustar unas más que otras, pero el poderío y la tremenda creatividad visual desplegada en los espacios expositivos consiguen que lo minoritario parezca mayoritario. ¿Qué historia del arte estamos construyendo si no somos capaces de contarlo de otra manera, incluyendo visiones y narrativas alternativas?
‘Leche del sueño’ agrupa los cuentos que Leonora Carrington elaboró en los años cincuenta en un cuaderno para ayudar a sus hijos a dormir. Son breves relatos redactados en español que complementan y comentan dibujos, así como imágenes que podrían ser esbozos de otros cuentos.
Alguna de sus páginas se expone en la Bienal. Es un manifiesto visual rebosante de encanto y poesía. El cuaderno original fue regalado por su autora a Jodorowsky, quien lo devolvería a los hijos. Ambos mantuvieron una estrecha amistad cuando este vivió en México. De ella aprendió “el verdadero sentido del Tarot y la magia”, ha asegurado.
Nacida en 1917 en Inglaterra, la artista pasó la mayor parte de su vida en México. Se estableció en el país más surrealista del mundo, según André Breton, en 1942 tras un agitado periplo que narró en ‘Memorias de abajo’. Obligada a huir de la Francia ocupada por los alemanes después de que estos detuvieran a Max Ernst, su pareja, se trasladó a Madrid donde fue violada, sufrió una crisis nerviosa a causa de la guerra y fue internada en un sanatorio mental en Santander por decisión de su padre.
Evitó ser conducida a un psiquiátrico sudafricano, escapándose a Lisboa ayudada por el poeta y diplomático mexicano Renato Leduc. En Lisboa se reencontró con Max Ernst días antes de embarcarse hacia Nueva York, donde solo permaneció unos meses. Quizá no iba con su temperamento cortejar a los ricos coleccionistas neoyorquinos como hacían algunos de sus amigos surrealistas o quizá necesitaba matar al padre (Max Ernst).
La historiografía ha encasillado a Leonora Carrington en la relación que mantuvo con el artista, reclamándolo como maestro. Sin duda este jugó un papel importante, pero “solo fueron tres años de mi vida”, rebatió esta. Leonora Carrington se afianzó como artista en México, donde desarrolló la mayor y mejor parte de su producción artística y literaria. Allí se casó en segundas nupcias con el fotógrafo Chiqui Weisz con el que tuvo dos hijos y formó una especie de nueva familia con otros surrealistas europeos expatriados, entre ellos Remedios Varo, su “gran amiga de la vida”. Los paralelismos entre ambas se aprecian en el espacio que comparten en la Bienal junto a otras pioneras de las vanguardias.
La historiadora Juncal Caballero da cuenta de la relación especial que mantuvieron y de sus respectivos universos creativos en su libro ‘Hechiceras. Un viaje por la vida y la obra de Remedios Varo y Leonora Carrington’. Destaca que, a diferencia de como suelen interactuar muchos artistas, nunca rivalizaron entre ellas, sino que se apoyaron y se estimularon mutuamente. Ambas compartieron el interés por la magia y la alquimia y supieron vivir en un estado creativo tanto el tiempo de trabajo en el estudio y el de los cuidados y los afectos.
El libro lleva en su portada una fotografía en la que aparece Remedios Varo con una máscara hecha por Leonora Carrington. La autora de la imagen es Kati Horna, el tercer lado del triángulo de sororidad y colaboración creativa que las tres mujeres construyeron en México. Lo prueban trabajos como ‘Oda a la necrofilia’, la conocida serie surrealista de la fotógrafa en que Leonora Carrington hace de modelo.
Si hay una persona que merece el calificativo de incorregible es Leonora Carrington. Así lo creyeron las monjas de los elitistas colegios en que fue internada y de los que invariablemente fue expulsada, y así lo creyó su padre, que la desheredó y no volvió a verla después que se trasladó a vivir a Francia con Max Ernst.
Elena Poniatowska la describe como una persona inconformista, siempre rebelde, contraria a lo establecido y feminista -se unió al movimiento mexicano en los años 70-, una creadora reacia a devenir figura pública y leal a su vocación. Lo artificioso e inverosímil de sus diálogos, no impiden que ‘Leonora’ sea un acertado e interesante relato de las artistas y sus referentes: la mitología celta, los cuentos y las leyendas populares europeas y mexicanas, el ocultismo o la Cabala.
Leonora Carrington no renegó del surrealismo, pero en una de las pocas entrevistas que concedió, puntualizó: “André Breton y los surrealistas eran muy machistas. Solo nos querían como musas alocadas y sensuales para divertirlos y atenderlos”. Nunca quiso hablar de sí misma o de su obra, para eso están sus libros y su pintura.
Alguien que la frecuentó ha trascrito frases como estas. “A mí me lo que me fascina es tratar de acercarme a lo real, pero no sabemos nada”; “la poca libertad que logré fue porque odio la autoridad”. Preguntada sobre qué animal le habría gustado ser, respondió: “Un elefante, pero salvaje”.
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