#MAKMALibros I Entrevista
‘Plasticman’, de Ximo Rochera
Eolas Ediciones
Año 2022
Poesía, relatos, novelas, director de revistas literarias, gestor editorial… Ximo Rochera (Castellón, 1968) renunció a su carrera como químico para entregarse en brazos de la madre o madrastra literatura en cuyo regazo se ha acomodado como un autor versátil que escribe desde la absoluta libertad sin plegarse a géneros ni etiquetas.
Su último libro, ‘Plasticman’, es el surrealista certificado de la futura defunción del planeta Tierra y el ajuste de cuentas con su pasado de un individuo de egoísmo atroz, atormentado y delirante. Una lectura solo apta para los que saben arriesgarse.
¿Qué se puede decir de un hombre al que cierto día le da la ventolera y abandona un empleo muy bien remunerado para dedicarse a su familia y a escribir? ¿Un loco, un insensato, un visionario, un pionero de la Gran Renuncia?
Ximo Rochera tomó esa osada decisión hace unos años y, aunque vivió momentos de incertidumbre, no se arrepiente de haber dado un gran salto en el vacío. Dedicarse a los suyos y a las letras le ha reportado grandes satisfacciones y no se le puede acusar de regodearse en la holganza, pues desde su prejubilación voluntaria ha escrito cuatro libros muy diversos, además de participar en otros proyectos artísticos y crear la revista Canibaal y la editorial Libros del Baal.
En su último trabajo, ‘Plasticman’ (Eolas Ediciones), un relato difícil de etiquetar en el que funde varios géneros, plasma el desahucio del planeta y la crisis del narrador protagonista, un anti-súperhéroe en pugna consigo mismo y con la realidad.
“Todo un planeta convertido en un gigantesco globo hinchable #made in China (…) Un planeta inanimado. Un parque temático de la galaxia. Un nuevo logro destructivo del insignificante hombre. La Tierra como enorme contenedor azul deresiduos humanos…”.
Al igual que en sus obras anteriores, Rochera no escribe para complacer al lector ni para engatusarlo con intrigas truculentas, sino para desafiarlo. Con un lenguaje surrealista y deliberadamente caótico, desafía su sensibilidad e inteligencia y lo convierte en un compañero de viaje por su mundo interior y sus obsesiones. Un viaje que, una vez finalizado, puede volver a empezar en cualquier instante.
Ensayo, poesía, autoficción, novela negra… La hibridación de géneros está a la orden del día, pero en ‘Plasticman’ la has llevado a su máxima expresión. ¿Cómo describirías tu libro?
Es una pregunta complicada. En realidad, no he intentado escribir un libro pensando en ningún género. Tiene mucho de ficción poética, pero se ha tratado de un proceso caótico -el de escritura- muy natural en mí. Creo que el caos alberga una belleza que no siempre es fácil de descubrir. De todas formas, desde las primeras páginas, siempre supe que estaba escribiendo un libro quizá un poco difícil.
“Observar esta plastificación es como un Chernobyl a cámara lenta”, dice el narrador. ¿Te obsesiona el futuro de la Humanidad o no hay futuro?
A quién no le obsesiona. Creo que es evidente que nos estamos cargando el planeta, sin embargo, un yo muy utópico cree que, por supuesto, hay futuro, quizá desde las cenizas, como también dice el personaje del libro. En estos últimos años he adquirido una especie de convencimiento sobre el paso de los años y la seguridad de que el futuro deparará cambios de sistemas.
¿Cuándo alcanzaremos la plastificación total? ¿Seremos más felices como balones Nivea o patitos amarillos en la playa?
Ostras, a veces, puede sonar a catastrófico, pero ya han encontrado partículas microscópicas de plásticos en la sangre de los cóndores de los Andes, en las placentas de algunas mujeres y en las hamburguesas de MacDonalds. Al ser humano se le da muy bien negar las evidencias y solo admitir los daños muchos años después, como los causados por el tabaco, los combustibles fósiles, el efecto invernadero, etcétera.
Plasticman sueña con salvar al mundo, pero en realidad parece que desea que lo salven a él. Lanza un grito de auxilio. Hay mucha rabia, soledad y desesperación en sus palabras, y también un ajuste de cuentas con su pasado.
Plasticman es un pobre loco, un casi-desahuciado poseído por la soledad, la rabia, la decepción, los ajustes de cuenta. Es como esos viejos que no hacen más que quejarse. Se nombra a sí mismo súper-antihéroe y parece que más bien quiere destruir el mundo, aunque en el fondo es una queja que solo busca salvarlo.
Tu libro no es fácil. Exige entrar en un juego peculiar de conceptos, historias y palabras. ¿Pensabas en algún tipo de lector al escribirlo?
Para nada. Con este libro hice un ejercicio consciente de libertad como escritor. Intenté alejarme de todas las autocensuras y miedos. Tanto en el uso del lenguaje como en la construcción gramatical o el uso de signos de puntuación. De hecho, siempre fui consciente de que a algunos lectores les parecería como una especie de aberración. No obstante, me he sentido muy bien en este papel de Conde de Lautréamont, considerado precursor del surrealismo y autor de ‘Los cantos de Maldoror’.
Eliminar en algunos párrafos las comas y el espacio entre palabras y hacerlas brincar sobre el papel, ¿es para marear o tiene una función poética?
Ambas cosas. En ocasiones lo he utilizado con una intención poética, pero la mayoría de las veces lo he usado para dar voz a Plasticman y generar en el lector la angustia que el personaje siente. Cuando Plasticman enumera acciones grotescas que ha realizado, personas a las que odia -en ese ejercicio de sinceridad del personaje- es cuando he utilizado estos recursos.
Ya en la primera página se te ve el plumero científico con dos palabras: ‘probóscide’ y Einstein. ¿Echas de menos la ciencia?
Me encanta utilizar la ciencia en mis textos, no por nostalgia, sino porque, en realidad, nunca he dejado de estudiar artículos científicos, sobre todo físicos relacionados con la cuántica. Y un escritor escribe sobre lo que conoce o le interesa.
¿Cómo encaja ‘Plasticman’ en el conjunto de tu obra?
Creo que en este libro he conseguido estilísticamente ser más preciso, más quirúrgico que en los anteriores. En lo que respecta a las ideas y el mensaje también ha sido un ejercicio de síntesis. Al acabar de escribirlo y repasarlo, me quedó la sensación de que ya no podía escribir otra cosa. Por suerte eso ha ido evolucionando y ya me estoy encontrando con la vieja pluma Parker de mi padre.
Hace años eras químico y director técnico en una empresa de cerámica de Castellón. ¿Por qué motivo decidiste dedicar tu vida al arte?
Las razones son dos, una de ellas muy valiente y apasionada, dedicarme a algo que amo, y la otra mucho más práctica: para cuidar a mis hijos, mi pareja y yo decidimos que uno de los dos debíamos dejar de trabajar fuera todo el día. Así que se trató de una decisión sencilla. Pero para ser sincero, los primeros años me sentía muy desubicado, pues no es lo mismo gestionar una fábrica con más de 200 empleados que gestionarse a uno mismo y a un bebé.
En vez de cocinar meta, como el famoso químico Walter White, optaste por montar una revista y una editorial. Teniendo en cuenta que hoy casi nadie lee, ¿no son proyectos kamikazes?
Decidí montar Canibaal hace diez años, junto a Aldo Alcota y Amador Luna, por una razón mágica: recibí una herencia de un tío lejano, Leopoldo Rochera, y en lugar de gastarlo en móviles, coches, ropas, decidí montar una revista de arte y literatura. Posteriormente, añadí una parcela editorial. Durante estos años, pasaron más personas por Canibaal: Sergio Pinto Briones, Jesús García Cívico, Pablo Miravet, Adriana Calvo, Cristina Llamedo y Sara Trujillo. Actualmente la editorial la llevo solo y en la revista continúan Aldo Alcota y Adriana Calvo. Lo maravilloso de este proyecto es que, al no ser económicamente un negocio, me puedo permitir dejar volar la imaginación y hacer aquellos proyectos que únicamente me apasionen, como la caja de cartas Mujeres Dada.
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