#MAKMAMúsica
Entrevista con el cantaor flamenco Capullo de Jerez
Panorama Flamenco
16 Toneladas
Ricardo Micó 3, València
17 de diciembre de 2022
Miguel Flores Quirós (Jerez de la Frontera, 1954), más conocido como Capullo de Jerez –Capu para los amigos y los admiradores, y Tío Capu para la cuadrilla que lo acompaña–, arrastra el mote desde que su madre, Isabel La Moza, se lo puso porque era menudo y parecido a un capullito de seda.
Libérrimo, juerguista y arrebatado, el cantaor de voz de lija gruesa nació en la calle Cantarería, la calle más flamenca del barrio de Santiago (en Jerez), la que según la copla canta la pena por bulerías; un paseo de la fama del flamenco que en otros tiempos vio crecer y triunfar a otros grandes del género, como Fernando de la Morena, Tío Borrico, La Paquera o el bailaor Paco Laberinto.
Entre una barba rala, de personaje de western sin la cacharra al cinto, asoma una voz profunda de vendedor ambulante hipnótico. Aparece para la prueba de sonido en la sala 16 Toneladas con la cuarta equipación del PSG, azul y rosa, chascando los dedos, antes de pasar a las pataítas y un trote gorrinero que por un momento da que pensar que el cantaor está calentando en la banda para saltar al terreno de juego del Estadio Lusail de Qatar. Pero no. Solo templa la voz. Y ocurrió todo el pasado 17 de diciembre en València, en el ciclo otoñal de Panorama Flamenco que dirige Adriana Bayona.
“Dosienta veintisinco miiiiil pesetas”, arrea micro en mano y el de Jerez se apodera del aire de la sala. “¡Todo ok. No me toquéis más na!”. Un rato después, el artista flamenco, que actuó en el Espárrago Rock 2001 y en 2018 en el Primavera Sound, obrará un pase de magia con eco gitano que durará, del tirón, 60 minutos. Y de propina, un par de fandangos para relajar musculatura. Se podría decir que los conciertos del Capullo duran dos temas y los cortes no se contemplan, solo pausas entre estrofas, y el oleaje caprichoso de la rumba, el tango y la bulería.
Ramón Trujillo, su guitarra de cabecera, lo explica: “Es como un Ferrari: pasa de cero a cien en cero coma. Sale y, ¡buah!, ya tiene atrapada a la gente”. El Capullo lo confirma en el camerino donde nos atiende con una sonrisa diáfana, que es lo mismo que decir sin dientes, antes de arrancarse a hablar, una vez terminada la juerga:
“Eso se consigue a base de luchar y luchar en el escenario para que a la gente no le dé tiempo a enfriarse. Es como cuando enciendes una candela: el fuego no se puede ir. El público tiene que estar cerca de ese fuego. Desde que salimos, es para darlo todo. Nos tiramos una hora, una hora y pico, con el arte que tenemos, a base de martillazos”.
En València, Carmen Amaya le dijo a El Chocolate que ya estaba bien de cantar atrás, que diera el salto y cantara solo. Usted cantó a los Montoya y La Tati en un cuadro, en Barcelona, y también para Farruco. Con 14 o 15 añitos hacía los ‘Jueves Flamencos’ con Manuel Morao. ¿Para ser completo hay que fajarse en distintos puestos, con más o menos protagonismo?
Lo mismo que te he dicho, hay que luchar. El flamenco necesita que se luche por él, pero acordándose de los que ya no están, para que ellos desde el cielo echen una mano. Con las cosas bien hechas, con arte, la gente se vuelca. Eso es lo que hay que enseñar, poquito a poco. Darles a los aficionados el condimento, enseñar a los jóvenes a los que les gusta lo moderno, pero llegan al flamenco un poco cada vez que uno sale a cantar.
Pero usted dice que de lo puro no se come y la gente se remueve impaciente en los asientos ante una seguiriya a bocajarro. ¿Cómo va acercarse nadie a comer de un plato vacío?
No, no se come, no, no. Yo soy puro, haga lo que haga. Pero no se come porque hay muy poco aficionado al flamenco. Lo que hay es mucha juventud que quiere participar: tocando las palmas, bailando, es otra afición.
[“Y hay mucho intrusismo”, tercia Trujillo por el flanco derecho del cantaor jerezano].
¿Son Fernando Terremoto, Chocolate y Agujetas su Santísima Trinidad?
Hombreee, ¡hombre! Eso es la Champions. Pero para que veas cómo es el flamenco, qué sacrificio pide, se han muerto las criaturitas desmayaditos, sin dinero, sin na, sin casa…, sin felicidad de haber disfrutado lo que han ganado con su trabajo.
[“Camarón, igual”, apunta por el otro lado José Rubichi, también de apellido dinástico, hijo del cantaor jerezano Diego de los Santos Rubichi. “Él ganó dinero, pero por su forma de vida, la mentalidad, no guardó nada”].
Pero eso tiene más que ver con ser intérprete de las canciones de otros o el autor mismo que con una injusticia o un lío de cuentas.
La música es cantar, no es un aparato con botones que te lo arregla todo. Es del que canta y el que toca. Los aparatos, no. La juventud de hoy y los grandes mafiosos de la música tienen un comedero de coco con los DJs que cobran un millón de pesetas por darle a los botones y a un disco dando vueltas. A la música hay que entregarse, decir aquí estoy yo, tirar la voz p’arriba, esforzarte.
[Trujillo plantea el voz alta para todo el personal reunido en el camerino: “¿Qué canción de rap se va a quedar en la memoria de la gente? ¿Y de Perales, cuántas? La música es un mensaje”. “Perales es un genio”, asiente el Capullo].
Han salido los nombres de algunos de los máximos exponentes del flamenco, que usted llama monstruos. ¿Al Capullo se le puede considerar ya uno de ellos? De los monstruosamente genuinos y originales.
El flamenco es como todo en la vida…
Acote ese todo…
Ni yo ni nadie es el mejor, lo que hacemos es distinto. Eso es más importante que ser mejor o peor. Yo soy de una manera y canto de una manera. Mientras viva no voy a escuchar mi estilo en la boca de otro músico. Es imposible. Hay que crear, darle forma a lo que uno siente, y no ser un imitador de nadie.
¿Echa de menos tener un rival, un compadre con el que medirse? Paco de Lucía tuvo a Sanlúcar; Camarón a Morente, por citar a dos parejas célebres. Con El Torta se le atribuyó una enemistad que resultó ser falsa, era competencia sana, pero compartían algunos rasgos como el rajo de la voz, ese cante huracanado.
Lo importante es que esas disputas no lleguen fuera del escenario. Hay mucha leyenda urbana.
Es autor de algunas de sus propias letras. Pero ¿lee? Periódicos, libros… Se dice que para escribir una línea hay que haber leído por lo menos diez.
No sé escribir. Las letras me las meto en la cabeza y las canto. Me inspira lo que veo.
Una de ellas se la dedicó a Puigdemont en 2018…, en Barcelona: «Señor Puchemón / Señor Puchemón / Vente pa mi casa / Cómete un puchero / Y se te olvida to». ¿Tendría algún verso para Hacienda, como hizo Sabina?
Con Hacienda, cuanto menos trato, mejor. Se está llevando toda la comida de mis hijas. Hecha la ley, hecha la trampa. Yo trabajo na más que para pagar. Vivo en una casa de 50 metros cuadrados y el último sofá que compré fue hace dos años. Ahora lo tengo hundido porque tuve un chico muy grande y me lo tiene ya derrengao. ¿Y todos esos que están ahí sentados a mí que me dan? En este país ya tenemos más partidos políticos que ciudadanos y tienen que comer todos. España no tiene explicación y lo diré siempre: aquí nada más hay que rateros.
Se le conoce como el Rey Midas de la bulería, los tangos y la rumba. Las toca y las convierte en oro. Pero también ocupa el trono de la animación de las bodas gitanas. ¿Cómo puede alcanzar un gachó, un payo, ese estatus?
La verdad es que no me considero payo. Me he criado entre gitanos, en la calle Cantarería. Allí todo el mundo era gitano y esas son mis raíces. De escucharlos tocar, cantar, de verlos bailar… Muchas veces, me pregunta la gente cómo puedo cantar tan gitano sin serlo. Por el clima, digo yo. Yo no sé a dónde voy ni de dónde vengo, pero vengo de un lugar que a mí me gustaría saberlo. ¿No ves que me he criado sin padre? De madre soltera. Somos cinco hermanos, de cinco padres distintos. Yo no sé si soy gitano, inglés o alemán.
¿Qué tienen el sol o el aire jerezano que les da a la forma de interpretar los palos un bronceado distinto que el sol de otro punto de Andalucía o del mundo? Además del compás…
Mi casa está siempre llena de turistas de todas partes. Si me pudiera retirar lo haría y daría lecciones, pero como no tengo dinero, ¿sabes lo que pasa? Que tengo que seguir currando. Como de la música que tengo, sin apoyo de nadie. Nunca he tenido apoyo de nadie, ni de instituciones ni de las televisiones. Me río de los que salen delante de la cámara y se creen que son alguien. Tantos criticones que tenemos que se llevan los millones.
¿Se emociona cuando oye cantar a alguien de menos de 40 años?
Hay futuro, pero hay que trabajarlo. Hay que estar en el ajo y una vez estás, trabajar muy duro. En el flamenco se pasan muchas fatigas. Es una cultura importantísima pero exigente.
¿Cuánto le debe a la rumba ‘La vida es una rutina’? ¿Es una especie de ‘Entre dos aguas’ para la voz?
Como te he dicho, no sé leer ni escribir, pero más o menos sé por dónde van las palabras. Una rutina es algo que tienes que hacer, de forma obligatoria, casi cada día. Ese tema fue un pelotazo como lo fue el de Paco, sí.
Con el kilometraje que lleva, ¿ha podido descubrir ya “qué le pasa a este mundo con lo moderno?”
Nosotros, los flamencos, tenemos que estar conviviendo con los modernos. Nos falta variedad, que todo el mundo tenga derecho a expresarse en la música que quiera. Se han metido más conciertos de pop en el Teatro Real que de flamenco, como si no hubiese artistas dignos de pisar esas tablas.
Ha hablado en alguna ocasión de “cantaores políticos”, como Enrique Morente, aunque también ha manifestado su desapego por la política. ¿Qué son los cantaores políticos? ¿Gerena, Menese, muy comprometidos políticamente?
Y El Cabrero también es político a más no poder. Cuando canta por martinetes lo hace por la gente del campo, del egoísmo, de la vida de los trabajadores. Me refiero a los que meten caña. Algunos son comunistas; otros, no.
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