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‘Una subversiva tentación’, de Cuqui Guillén
Comisariado: Johanna Caplliure
Sala Parpalló
Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat (MuVIM)
Quevedo 10, València
Desde el 15 de diciembre de 2022
Empecemos por el título: ‘Una subversiva tentación’. ¿Se trata de un oxímoron o de un pleonasmo? ¿No es toda tentación subversiva o la tentación que propone Cuqui Guillén en su exposición del MuVIM adquiere unos tintes para los cuales necesitamos de unos parámetros distintos a los conocidos hasta la fecha? La artista valenciana diríase que huye del pleonasmo, porque en las 25 obras que vienen a recoger las inquietudes de sus últimos diez años esa tentación, encarnada en diversos cuerpos femeninos, es ahora identificada con cierto empoderamiento antes inexistente; de ahí, el oxímoron.
Hablamos del empoderamiento, claro está, femenino. Las mujeres que aparecen en los trabajos de Guillén -tanto en sus obras de gran y mediano formato como en los dibujos de sus series ‘Esperando en hoteles’ (2017-2022), ‘Give me more’ (2013-2015) y ‘El Pop de Mami’ (2008-2012)- son figuras que miran directamente a los ojos del espectador, como si lo retaran, o que, si no lo hacen, se muestran seguras del poder de seducción que irradian.
Esa seguridad, que sin duda estaba latente en la representación del cuerpo femenino, en tanto poseedor de unos atributos que subvertían la lógica más instrumental del poder masculino, esa seguridad, decimos, se hace ahora palmaria en la obra de Cuqui Guillén. De manera que lo que hace la artista es poner en evidencia lo que, de forma latente, siempre había estado ahí: la fuerza de lo femenino inherente a su poder de seducción.
“Si la feminidad es principio de incertidumbre, ésta será mayor allí donde la misma feminidad es incierta: en el juego de la feminidad”, apunta el filósofo Jean Baudrillard en su libro ‘De la seducción’. La mayoría de las comedias cinematográficas juegan con esa incertidumbre asociada a la feminidad que desconcierta la lógica masculina. La seducción opera en esa dirección: ir tanteando y descolocando los lugares comunes, para que, a través de una serie de malentendidos, hombres y mujeres vayan aproximándose –en el mejor de los casos- en sus posturas encontradas.
Fíjense, por ejemplo, en el desconcertado gorila que aparece en una de las obras de Guillén; desconcertado ante una mujer vestida de rojo que sostiene una prenda igualmente roja, a modo de capote, con el que ha logrado someter tamaña animalidad. Todo ello en el marco de un espacio dominado por una piscina, donde el lujoso ambiente remite a cierta sociedad de consumo caracterizada por el disfrute y el placer.
Seducción, pues, ligada al placer y a la incertidumbre que genera ese cuerpo femenino para el animal que, en lugar de inquietar con su fiereza, se muestra dócil a los encantos de la mujer encantada con su poder seductor. Volvamos al título de la exposición, ahora bajo el signo de la interrogación: ¿’Una subversiva tentación’? La respuesta sería afirmativa, siempre y cuando anotemos la simple deriva experimentada por la mujer acerca de su poder: antes latente y ahora directamente manifiesto.
De hecho, podría decirse que la muestra de Cuqui Guillén tiene algo de manifiesto: cierta exposición breve, de rango elocuentemente artístico, mediante la que proclamar aquello que, siendo evidente, no terminaba de saltar a la vista.
Y lo que salta a la vista, en ‘Una subversiva tentación’, es una serie de figuras femeninas que, al amparo del placer que posibilita la sociedad de consumo, se erigen en protagonistas absolutas de ese universo gozoso.
A su lado, tanto el fiero gorila como el boxeador que en otra de las obras manifiesta su violencia, apenas son figuras sometidas al poder seductor de las mujeres. Mujeres como la propia Betty Page -icono sexual de la cultura rockabilly de la década de los 50- o la joven rubia con bombín y pechos desnudos -al lado de unos rostros de bebés- que desafían con su presencia provocadora el lado amable de esa sociedad consumista.
A pesar de todo, la tentación subversiva que acoge el MuVIM no es más que una vuelta de tuerca del poder de seducción atribuido a la figura femenina. Un poder, ahora seguro de su innegable carga energética, que juega a manifestarse como tal poder, al tiempo que forma parte del reino de las apariencias del más lábil consumismo. Mujeres, en todo caso, que miran sin ambages al espectador, atrapadas en el marco de una representación anestesiada por el placer.
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