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‘La campana hermética’, de Francesc Torres
Charla sobre el libro y la instalación
Fundació Caixa Castelló
De Enmedio 17, Castellón de la Plana
26 de enero de 2023
Francesc Torres (Barcelona, 1948) se encuentra a medio camino entre las propuestas de aquellos artistas que a mediados de los 60 se decantaron por la crítica institucional y las de aquellos que en los 80 intentaron escapar del mercado del arte realizando obras que fueran únicamente viables dentro de los museos.
Fue uno de los impulsores de la instalación multimedia y el videoarte a nivel internacional, y sus reflexiones están atravesadas por una mirada crítica hacia el poder, la política, la violencia, la memoria y la cultura de nuestro tiempo.
‘La campana hermética’ es el libro que Francesc Torres lanzó en 2022, y que toma como punto de partida la exposición de carácter autobiográfico que presentó en el MACBA, donde instaló un tejido de memoria palpable entre lo personal, la evolución del arte y la historia universal. Como él mismo razona: lo extraordinario es posible.
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En la Sala San Miguel, de la Fundación Caja de Castellón, tuvo lugar la charla en la que Francesc Torres, junto con Alfredo Llopico –técnico de cultura de la Fundación–, cuenta cómo la instalación ‘La campana hermética. Espacio para una antropología intransferible’ (2018), y sus escritos, surgen de una cuestión inevitable: «¿qué pasará con mi legado?». Tras un tropiezo serio se remarca la idea de que nunca se sabe qué puede pasar, y ahí se manifiesta el deseo de postergación y transmisión de una experiencia, de una historia.
Francesc Torres ha vivido entre España y Estados Unidos, una vida entre dos lugares que recoge una gran cantidad de objetos y recuerdos. Sin embargo, el artista barcelonés no habla de coleccionismo: «No me colecciono ni a mí». Memorias acumuladas o heredadas. Él habla de trastos, objetos, no de arte en sí. Con esta declaración de intenciones adquirió el compromiso de transformar aquellos efectos en un pieza que no se dispersase sin sentido, y hacer posible la propuesta de transformarlo en arte.
Este proyecto se hizo fuera de calendario, y sin presupuesto, con el pronóstico de que ya se encontrarían los medios. Cuando Francesc Torres realizó la pieza para el MACBA, elaboró un texto que acompañara la exposición. Después, elaboró otro texto, al comienzo de la pandemia, de narrativa biográfica, pero no trató de refrescar archivos, no fue una autoinvestigación, el artista buscaba comunicarse en un lenguaje lo más semejante posible a tener delante a la persona: «Quería una cosa muy clara, no una cadena de hechos».
Tres meses resultaron en un libro de unas 370 páginas, un proceso fuera de lo normal. «Se mataron dos pájaros de un tiro», ya que aprovechó el escrito como manera de documentar la obra. Es un libro ambicioso también en el sentido de que el creador no quiso escudarse en la idea de «no soy escritor», al contrario, se empezó a comportar como uno.
El artista catalán habla de que los dos eventos más importantes en su vida tuvieron lugar, primero, antes de su propio nacimiento, durante la Guerra Civil –que finalizó 9 años antes de él existir– y, el segundo, al llegar a la edad adulta. A pesar de que no había vivido la Guerra Civil, este fue un hecho que le conformó, inevitablemente, no pudo hacer nada al respecto.
En su instalación en el MACBA se podía encontrar una sala de juguetes de taxi, junto a la puerta de un taxi real que había recibido un golpe. Francesc Torres habla de Barcelona, habla del gris, de la humedad, de pelos de rata… El único color de la ciudad se encontraba en estos vehículos, «te llamaban a gritos, todo empezaba siempre por coger un taxi».
En cuanto a las salas, una torre con la forma orgánica de un riñón, vitrinas, y en general, un aspecto industrial que no pretendía gastar en ornamentación. «En cada torre hay una variedad de cosas distintas, también objetos de otras piezas ya realizadas…». La silla formaba parte de una exposición en Nueva York en el 78 o 79, de una pieza conformada por tres sillas.
La mezcolanza parece infinita, escogió también de la exposición de la Iglesia de San Luis de los Franceses (‘Crónica del extravío’, 1992), multitud de barquitos de papel. Un Pato Donald de los años 30, como parte cultural de un lugar descubierto por accidente, que «fue un tropiezo». Siete canales de vídeo, imágenes de televisión sin editar, sin una narrativa discernible, una acumulación desde los 70 hasta los 90.
Un Australopithecus en erección, máscaras en una pared, que confundían a la gente que entraba y salía, una antigua pintura de Lenin comprada en Moscú, en el museo de la Revolución, situada arriba de las máscaras de unos diablos, junto a una foto más pequeña de «una chica muy guapa sobre fondo rojo».
En toda la variedad, son muchos los juguetes con el motivo del transporte. Algunos son juguetes de infancia que Torres siguió guardando, hasta acumular unos 700. También juguetes de otra índole, juegos de mesa, figuras de combate, indios, africanos… Es interesante ver cómo funcionaban los juegos para los niños varones entre los años 50 y 60. Francesc Torres pone la atención en esas figuritas de exploradores blancos vestidos, y de los negros semidesnudos. «Venían los ingleses buenos a civilizar. El mundo que te querían hacer creer».
También muebles, un abrigo de Turquía, que denota una época, dibujos de su padre –era dibujante de publicidad–, ilustraciones de revistas, una caricatura de Dalí… También objetos en relación a lo bélico; colecciones de soldados, armas de batalla, cromos, misiles…
A los 7 años, Francesc Torres empezó a dibujar, instintivamente, el mundo de los adultos, imposible de racionalizar y que tanto le atraía. Así inventaba su mundo, dibujando todo: policía, taxis, coches… Con su amigo, el fotógrafo Ferran Freixa, dibujaban el dinero en dólares y compraban entre ellos. «Se trataba de una composición simbólica hasta el paroxismo».
Ponían de relieve el valor por el objeto en sí. «Podías comprar algo, provocar accidentes de coche…, en cartón». Y tras el accidente, destrozados, guardaba los coches. Le había costado su tiempo la confección. Lo mismo hacían con las ilustraciones, recortarlas y guardarlas.
La dinámica de la exposición es un todo aleatorio, no crea una narración, muestra una galaxia cultural de la historia de Europa y Estados Unidos. También pinturas de su padre: «Nació pobre, nunca fue buen pintor, pero era aficionado, por lo que fue una satisfacción poderlo introducir en la instalación del MACBA. Una justicia poética para alguien de vida cruda».
«Quiero una pistola», daba Torres siempre la tabarra a su abuelo. «Para que me callara, me la fabricó él, hecha en madera». En la instalación se hallaba mucho material de guerra. Varios objetos encontrados de la batalla del Ebro del 38. De la visita al lugar, Torres sacó un casco con un impacto de bala, latas de conservas, pistolas…
Expuestos en MACBA, unos libros de la historia de la cruzada española. Cuando estaba Francesc Torres en Estados Unidos pidió a su madre que comprara los volúmenes en España. Uno de sus amigos se encontró un antiguo fusil, grabado con el nombre de quien lo utilizó, se trataba de un arma de pedigrí desde la Revolución Rusa. Decidieron probarla en un campo de tiro. A 80 metros dispararon diez balas sobre los tomos de la cruzada, que en su biblioteca «ya no pintaban nada, pues estaban hechos papilla», así que los metió en la pieza.
Pone atención sobre las publicaciones americanas de la época, por el tipo de ilustración, esas imágenes eran fuera de serie en aquel momento. Muestra un dibuixet que hizo Francesc de pequeño –»parece casi un chiste»–, la bandera de Estados Unidos con dos solas estrellas. A los 5 o 6 años la iconografía cotidiana era americana, no le «molaba» la última España popular. «Las revistas americanas eran extraordinarias, mujeres con pistola… No había color».
Barcelona era una ciudad que siempre estaba escampando. Su abuelo fue condenado a muerte, entró en la prisión durante el franquismo. Recuerda que, de mayor, Barcelona era muy duro, era difícil, hicieras lo que hicieses. Había unas pautas no escritas. «En el terreno cultural, si no te preocupabas de tener padrinos no te comías un rosco. No había acceso, no estaba en tus manos, todo estaba fuera».
A los 17 años, Francesc Torres se escapó a París, allí estaban al alcance museos, cines… En España no había nada de eso. «Si no pasabas los filtros o no conocías a alguien… No tenías la sensación de mando sobre tu destino. Entonces yo me quería ir de España. En una atacada de soluciones del franquismo y el antifranquismo».
Tras dos años en París, volvió a España a hacer el servicio militar, y a los 23 marchó a Estados Unidos. «Yo no volví, salvo a visitar a mis padres y a tomar el sol. En Estados Unidos no me costó integrarme». En los últimos seis o siete años eso cambió, Torres pasó más tiempo en España para cuidar a su madre, esto fue un punto de inflexión.
En la cuestión profesional encontró a gente de «buen rollo» y «salieron cosas». Se normalizó algo atípico y se reencontró con su historia, pero desde la tranquilidad, con distintas emociones que en la infancia. «Soy resultado de ambos tiempos».
El artista escogió el arte como forma de ser y estar en el mundo. «Ser artista fue una decisión arbitraria, fue comportamental«. Él tenía una intuición, sin saber que el arte ofrecía la manera que él buscaba de estar.
«Hay que ser muy valiente para ser artista, sobre todo cuando tienes entre 28 y 30 años y no tirar la toalla. Es una profesión de alto riesgo, todo está diseñado para destruirte. En el capitalismo no hace falta que se conspire, abres una fábrica y ya estás jodiendo a alguien. Es de locos ser artista».
«Te tienes que blindar para que no te afecte –continúa–, y no creerte nada de lo que te cuenten, todo es distinto, si aceptas entrar en combate con unas condiciones dictadas por la otra parte, pierdes. O tienes tus propias reglas o a la larga estás perdiendo. Que tienes que tener tus fórmulas para hacerlo lo ves al cabo del tiempo, es una labor de desgaste».
Francesc Torres analiza el interés de la infancia, habla de cómo los tres primeros años de nuestra vida es lo que nos hace ser quien somos. Nos conformamos con una «fragilidad tremenda», y esto imprime nuestro carácter, el tipo de relaciones, con padres, madres, amigos… «Es tal la potencia que da miedo reflexionar sobre ello».
Remite insistentemente a la Guerra Civil y todo lo que él mismo ha sido a causa de lo que este país fue. El conflicto permea en todo su libro, unas secuelas que llegan hasta el presente. «La voluntad de olvidar sólo resulta fácil a los idiotas. No olvidar es necesario, enfrentarse a tu pasado, enfrentarlo con los traumas que sean, o el futuro es imposible».
Recuerda que, en los domingos de los años 50, su abuelo se reunía con otros postveteranos: «Los americanos han dicho que se va a acabar el franquismo», y al final nunca sucedía que nada acabase: duró 40 años. «Esto se acaba, esto se acaba». Al artista le despierta una impotencia tremenda: «Te das cuenta de que eres un pelele fuera de poder controlar nada».
«Lo que fue una hostia, ahora es un régimen de libertades, pero no se habla de ello. Es de psiquiatría». Francesc Torres observa que estamos divididos, igual que en los 30, pero que no somos tan bestias. En general, se cree que sacar el tema es un peligro para la comunidad española, «no lo hacemos porque nos da vergüenza, y para evitar enfrentarlo, está la idea de mejor que la biología se ocupe del asunto, que los malos se mueran». Atiende a que hay una vergüenza muy potente sobre esta parte de España.
En aquellos momentos, Nueva York era muy contrario a Barcelona: «Esto es la pera, aquí me quedo. Era difícil que te dijeran que no». Según reconoce el artista de su estadía en Nueva York, la ciudad era un amante exigente. «Es duro, pero si te pones tonto hay otros esperando ocupar tu lugar. Pero ahora sólo está pensado para millonarios, y sin medios propios es difícil. Lo que se ofrecía ya no está».
En cuanto a la institución del museo, Francesc Torres lo critica refiriendo que ha funcionado como aparato de ideología machista, también jerárquico, mainstream… «Y si no conocías el tema de los museos a fondo, te lo comías…».
Torres enuncia dos cambios de relevancia para los museos. En Estados Unidos, a principios de los 70, «hasta ese momento el museo era una caja de contexto histórico, ahí se estudiaba, se coreografiaba…».
Pero, espontáneamente, sucede que los artistas de otros campos –vídeo, escultura, etc– empiezan a elaborar estas cosas sin término definido. Todo se emparentaba; el collage, el vídeo, el sonido… Y, por otra parte, el museo, motu propio, comprende que había de cambiar y estar preparado para ocuparse de esta novedad, que no iba a caber en ningún saco ya existente.
«Cuando Duchamp en lugar de hablar de cine habló de imágenes en movimiento, abrió así la puerta a lo tecnológico, al arte basado en el tiempo, el sonido… Algo que funcionaba distinto». Torres explica cómo los departamentos de arte se hicieron más valientes, avanzados, y corrían más riesgo.
Y que las galerías tardaron entre 25 y 30 años en darse cuenta de que una instalación se podía coleccionar. «Es ilógico pensar que para que la obra funcione tenga que haber galería. En la música, el teatro, el cine…, te pagan para hacerlo, no cuando lo vendes. No fuimos tan listos». Aclara que los galeristas son unos buenos interlocutores a pesar de la escasez en el mercado del arte.
«Tenemos un sistema fabricado a medida, pero con la pintura como centro de gravedad. Bien lo explicó el crítico Carter Radcliffe». Describe que hay una diferencia de precio astronómica en la pintura desde los 80, también en la escultura, pero aquí sólo del doble. Respecto al vídeo, expresa que perfectamente «te vas a las catacumbas», que nada de eso tenía un valor de mercado.
«Estás condicionado por la galería, o te falta algo. Es una falacia. Se trata de pensar de otra manera, las cosas cambian de un día para otro. Es cosa de un conformismo brutal. La única solución es no hacer las cosas según se cree que es la manera».
Infiere que esto es difícil pero no imposible, si encuentras la manera de moverte. «El artista se destruye y se humilla, el médico siempre encuentra trabajo, el artista tiene una posibilidad de éxito de un solo punto dentro de un 1 %». ¿Y qué es el éxito? «El éxito es hacer lo que quieres, y nada más».
Torres evidencia que a la sociedad le falta un gen micénico, el mercado del arte no crea abundancia, sino escasez, y que, cuando se dispone de mucho, disminuye la fuerza del artista. Hay una gran cantidad de artistas que no puede absorber el mercado.
«Uno de los problemas políticos en Europa es la poca implicación en la cultura. En el caso de España no es por motivo de recursos, sino porque no se han entendido la funcionalidad y la importancia del arte. No se hace un museo con el conocimiento de por qué eso es necesario».
Para Francesc Torres, el museo no es una institución docente ni didáctica, se tiene que llegar allí con los deberes hechos. «Te tienen que enseñar en la escuela, porque el arte es necesario. No explicarlo desde la teoría del arte, sino desde la tipología. Adquirir la capacidad de un comportamiento simbólico es un largo proceso, somos los cromañones capaces de hacerlo, no es un milagro. Es el funcionamiento del cerebro. Eso es lo que los políticos no entienden».