Oriunda de campos de regadío por inundación -territorio en el que eclosionan semillas de gramíneas cuasi-esféricas y transcurre el Segura en curso medio-, una joven de gentilicio inefable se propala por los sumideros del levante, con aliterado heterónimo, como una descocada vicetiple extraída de las acotaciones de Mihura dispuesta a ventilar los galpones y salones de los casinos de provincias.
Ana Elena Pena (Calasparra, Murcia, 1978), con prolífica virtud de año anomalístico, culmina el calendario con un próspero balance de patrimonio activo, cuya morfología se traduce en la autoedición de tres títulos -‘La ciudad de las niñas perdidas’, ‘Sangre en las rodillas’ y ‘Cicatrices’- que acontecen para revelarse como un nouménico extracto de cuantas inquietudes, perturbaciones y devociones de la iconoclasia han particularizado su unción panegírica por los uliginosos sótanos de las parafilias humanas y las lacerantes costuras de su biografía, ya desvisceradas con su primigenio y sórdido recorrido de acción escénica, el pecado nefando de sus ilustraciones y acuarelas o su cabaré de aguas residuales -junto al músico, de “clasicismo pervertido”, Gilbertástico-, de “confidencias y relatos sobre bajezas humanas que casi siempre hallo en las cloacas de internet”.
¿Qué complejidades has encontrado en el ámbito de la autoedición, respecto de su gestión y distribución?
El problema de la autoedición es que el autor tiene que gestionarlo todo, y nadie te promociona. Al no tener el respaldo de una editorial, es más difícil que los medios se interesen para publicitarlo, por ejemplo. Hay que ir en persona a las librerías, contactar con ellas directamente para dejar los ejemplares, y tirar de las redes sociales para anunciarlo. El primer libro, ‘Hago pompas con saliva’, lo saqué con Editorial Melusina, y no fue mal teniendo en cuenta la temática, pero he vendido mucho más por mi cuenta, aunque con mucho más esfuerzo. Gestiono los pedidos que me llegan a la web desde mi casa, envuelvo los libros, los personalizo, los llevo a correos… Se me va mucho tiempo en eso, pero también es muy gratificante para quien lo recibe en casa (y cómodo). Hay un trato personalizado muchas veces. También me ayudan las librerías de barrio, y sobre todo Gnomo (Denia ,12), que también envía mis libros por correo aparte de tenerlos en tienda.
La ciudad de las niñas perdidas’ supone un singularísimo ejercicio de conculcación/transgresión de diversos paradigmas asociados a la pubertad femenina. ¿En qué momento y con qué voluntad surge esta autoedición?
Es un cuento “infantil” para adultos, una especie de “catálogo de trastornos” de pubertad femenina, como bien dices (anorexia, alcoholismo, vanidad…) y parte de una fantasía real que tenía en mi infancia, cuando inventé ‘El reino de Barbaria’ y lo materializaba con personajes y dibujos. Tenía la fantasía amazona de un mundo encima de las nubes donde solo habitaban mujeres. Mujeres que vivían entregadas al placer y lanzaban rayos con los pezones, con los que clonaban a los hombres atractivos que había en la tierra (seguramente viera algo parecido en alguna película de ciencia ficción). Estos hombres únicamente servían para el disfrute sexual de las insaciables féminas, que se los turnaban como si fueran meros objetos para el placer y luego los destruían una vez se cansaban de ellos y aparecían nuevos hombres deseables en el panorama. Hice una tirada limitada de 250 ejemplares y se me agotaron en unos pocos meses. De momento no voy a hacer más ediciones de ese cuento en particular porque tengo otros proyectos, pero es de mis favoritos, seguramente porque me retrotrae a esa infancia locuela y precoz llena de fantasías absurdas que tuve.
‘Sangre en las rodillas’ se erige en un poemario de desabrigadas confesiones biográficas. ¿Qué te ha permitido el género poético, a diferencia de otras latitudes literarias o creativas, y cuánto de expiación atesora este título?
La poesía tiene un valor terapéutico singular. Es una actividad solitaria que requiere mucha introspección, honestidad, y te obliga a mirar al mundo con detalle, observar a la gente, las relaciones… Para mí es importante la mezcla de sensibilidad con crudeza, no me gustan las florituras. Siempre he escrito sin muchas pretensiones y de manera discontinua. No pensé que pudiera llegar a publicar cuatro libritos como hasta ahora (y dos que tengo a medio hacer), pero tampoco me pongo cuatro horas delante de la pantalla a escribir como una loca. Escribo a ratos, a días, a “puñaladas”. Y luego tardo bastante en pulir el poema, el texto. Le pongo mucho mimo. También es cierto que, debido a mis problemas de espalda, no puedo pintar ni dibujar tanto como antes, y eso me ha obligado en cierta forma a volcarme con la narrativa, incluso a tenerla como prioridad.
‘Cicatrices’, como epílogo de tus publicaciones del presente curso editorial, se postula y sintetiza a través de la sentencia narrativa de Leonard Cohen «Los niños muestran sus cicatrices como medallas, los amantes las usan como secretos a revelar. Una cicatriz es lo que sucede cuando la palabra se hacer carne.» ¿Cuáles son los elementos que convergen en este híbrido de narrativa y poesía?
Pasé por una enfermedad silenciosa (bulimia y ansiedad) sin saber que estaba enferma. Sin saber que, para que todo fuera como antes, tenía que romper con muchas cosas y cambiar completamente mi estilo de vida. De alguna manera fui dándome cuenta de ello a medida que escribía, y en mis textos se adivinaban mis problemas con el alcohol, con las relaciones, el sexo, los altibajos emocionales… En cierta medida fue un proceso de autodescubrimiento bastante doloroso en el que uno se enfrenta con su lado oscuro y decide tomar otro camino. Se atisba la luz. ‘Cicatrices’ es la historia de mi adolescencia y juventud (bueno, sigo siendo joven en la treintena, pero no tanto, claro). Pienso que, si hubiera leído algo así como ‘Cicatrices’ cuando estaba realmente MAL, me habría ayudado muchísimo para llegar a comprenderme. Pero nadie me ayudó, o nadie sabía como ayudarme, ni siquiera yo. Me dejaba llevar por la vorágine de aquellos años y asumía que era normal lo que me pasaba: vomitar, deprimirme, tener ansiedad, comportamientos autodestructivos, fobias, saltar de una relación a otra… Mi vida y mi trabajo eran prácticamente nocturnos: actuaciones, cabaret… y me costaba salir de ese mundo porque “vivía” de ese mundo. Ahora limito mucho las actuaciones para tener una vida más diurna y saludable. Poco a poco empecé a verlo todo con mayor lucidez y a cambiar mis hábitos, escoger bien la gente que me rodea, alimentarme correctamente… Quizá por el título (‘Cicatrices’, que alude también a la autolesión, hábito dañino que practiqué durante años) pueda parecer un libro oscuro, pero en realidad es un libro con mucha luz, y que puede ayudar muchísimo a quien esté pasando por una situación similar. Y a quien no, también. Igualmente es un libro revelador. A mí siempre me han fascinado las historias truculentas de adicciones o traumas en primera persona: el tono confesional, la sinceridad a lo bestia, la pornografía emocional y todo lo relativo a la desnudez de las emociones. Me identifico plenamente y me ayuda a comprender la esencia humana. Todos somos mucho más parecidos de lo que creemos.
Jose Ramón Alarcón
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