La Salà

#MAKMAMúsica
La Mundial presenta ‘Camaleón’
Con Sergio Martínez
Un homenaje a los grandes maestros del flamenco jazz
La Salà
Campoamor 52, València
23 de febrero de 2023

Fueron pioneros. Descombraron nuevos caminos en una industria musical de corbatilla a la que se le iba apagando el brillo de tanto repetir fórmulas sobadas. Se hacían llamar los Dolores y en los años setenta alumbraron una nueva vanguardia.

Por allí desfilaron Pedro Ruy, los hermanos Pardo, Jesús y Jorge, Tony Aguilar y José Antonio Galicia, El Gali, pero también Álvaro Yébenes y Tomás San Miguel. Sin olvidar a Rubem Dantas, que apareció con todos los cacharros de cocina y una nueva incorporación: el cajón peruano. Pum, ta, pum, pum, tatatatá, pum, pum.

A finales de la década –pantalones de campana, pelos largos y una cantidad de grifa como para pesarla en una báscula de camiones–, Paco de Lucía invitó al grupo Dolores a grabar un par de temas del disco en homenaje a Manuel de Falla en el que estaba trabajando.

Al mismo tiempo, Sevilla se convirtió en la base desde la que Ricardo maquinaba ‘La leyenda del tiempo’, el LP más rockero de Camarón, el más arriesgado, y por el que el de San Fernando, una vez empezó a circular el disco (poco) en la calle y en las tiendas, pidió grabar otro, vale, pero “solo con palmitas”.

El potaje acabó de rebullir con otros nombres carnosos: Smash, el grupo flamenco y hippie (una tribu que iba en busca del oráculo en que se había convertido el guitarrista Diego del Gastor por el historiador y guitarrista americano Donn E. Pohren) en el que militaba Manuel Molina, que, poco después, haría tándem con Lole Montoya en Lole y Manuel; Veneno o los hermanos Amador, con su Pata Negra o Arrajatabla.

Pero no perdamos el hilo y volvamos al cajón. En esas nuevas geografías de la música en España –un bigotazo y unas rastas–, José Antonio Galicia y Rubem Damtas, improvisaban y sudaban notas de colores y amasaban nuevos patrones rítmicos. Tras estos inventores de sonidos arrancados al aire y a la tierra llegaron otros no menos insignes, como Antonio Carmona (Ketama) o Sergio Martínez.

Marta Rodriguez y Sergio Martínez. Foto: Sergio Lacedonia.

Junto a Marta Rodríguez, Sergio Martínez ha recuperado, lo contado por lo vivido, la idea de su mentor, El Gali, “uno de los precursores del flamenco jazz en España” y en el mundo entero. Camaleón.

El pasado febrero, La Salà de València albergó la presentación de una propuesta que arracimaba a lo mejorcito del flamenco jazz actual. Además de Martínez, Albert Sanz, Jorge Pardo, Rafael Vargas El Chino, la cantante persa-estadounidense Elana Sasson, el bajista Mikel Álvarez o Perico Sambeat, entre otros.

“El Gali fue un maestro para mí, un mentor, un amigo, y una persona que nos marcó a muchos un camino por el que buscar… Nos abrió una ventana por la que mirar. Combinaba en ese proyecto jazz, flamenco y otras disciplinas artísticas. Metía poesía, metía teatro, metía pintura, metía todo, mucha performance. Y yo le quiero rendir homenaje a él y quiero darle continuidad a ese proyecto. Es un proyecto que encaja en mi naturaleza, en mi forma de ser y en mi forma de colaborar también con los músicos”, se explaya Sergio Martínez en una terraza de València donde el sol cae suave, sin clavarse en la piel.

Sergio Martínez. Foto: Sergio Lacedonia.

¿Qué aportación, digamos estilística, hizo esa mente incapaz de dejar de pensar, aventurera, que fue José Antonio Galicia?

Destacaría su autenticidad humana, pero también su valentía artística. En su búsqueda combinaba los estilos que más le movían, que eran el flamenco, el jazz y dentro de esas dos, las músicas del mundo y todas las sinergias de las tradiciones. A él le llamaba mucho la atención la India y las músicas que tuvieran que ver con el desierto –el que él se cruzó por Afganistán, en furgoneta, para irse a la India–.

Una de sus mayores aportaciones diría que fue, también, contribuir al desarrollo de la batería en el flamenco. Antonio trabajó con un montón de gente y por eso pudo hacer mucha historia. Trababa de inculcarnos la autenticidad a quienes estudiábamos con él, que éramos unos chavalines. Nos juntaba a varios percusionistas ahí en Madrid, en Orcasitas, con el pretexto de “vamos a estudiar, no vamos a practicar”. Pero en esa práctica le seguíamos a él y eso eran verdaderas sesiones.

El nombre de ‘Camaleón’ viene de algo metamórfico, que se puede modificar, un transformer musical. ¿Tiene este grupo o esta formación una vocación de mantenerse o es como estos autohomenajes que los grandes suelen hacerse? Como cuando Arturo Sandoval se junta con Horacio El Negro, con Chic Corea, con Ed Calle…

Llevo años dándole, no solo vueltas, sino habiendo hecho ya alguna que otra actuación con este nombre. Pero ahora, gracias también al apoyo y el impulso de Marta y de La Mundial, tenemos aquí el arranque de algo que sí; viene para quedarse.

Encuentro en este espacio un laboratorio de creación que quiero compartir y ‘Camaleón’, desde mi entendimiento, mi forma, y al margen de cómo El Gali lo viera, para mí, es esa capacidad de mimetizarnos con las diferentes músicas que nos motivan, que nos inspiran y, a la vez, ser capaces de interpretar diferentes estilos con todo el respeto, por supuesto, tanto a los flamencos, los maestros flamencos que nos han precedido, como los maestros del jazz, como los maestros del flamenco jazz, y tratar de aportar nuestro granito también a la evolución de ese estilo y seguir creando.

Seguir creando y ojalá que podamos ir también mostrando el trabajo de muchos otros artistas a través de este proyecto, que tiene también una gran parte de World Music.

Marta Rodríguez y Sergio Martínez, en un momento de la entrevista. Foto: Sergio Lacedonia.

Por la biografía y la repercusión de la nómina de nombres que componen Camaleón, bien podría haberse llamado el grupo Camaleón de la Isla.

Pues, ¿sabes?, te lo voy a comprar para un segundo álbum. Para un segundo disco vamos a hacer todo temas de Camarón y se va a llamar ‘Camaleón de la Isla’.

¿Cuándo empezáis a pensar en la gente de la que os queréis rodear?

De alguna manera, pienso en los artistas a los que admiro y llamo a su puerta. Y ellos y ellas, con toda su generosidad y también con sus ganas de colaborar y de explorar, se están brindando y se están ofreciendo y están arrimando el hombro con una belleza que a veces es un poco abrumadora.

Emociona ver que tenemos eso: colegas del arte, del flamenco, de la música en general, que están dispuestos a colaborar con todo el mundo que quiera hacer algo de calidad y con autenticidad. Empiezo a pensar en ellos y en ellas desde el momento en el que veo quién puede estar disponible para una fecha concreta y cómo podemos configurar este proyecto para una noche. Pero también son artistas con los que me gustaría contar a medio y largo plazo.

Marta Rodríguez. Foto: Sergio Lacedonia.

Todo esto, el sarao, surge de La Mundial, la plataforma que le da soporte. ¿Qué es?

Marta Rodríguez: La Mundial es una plataforma superjoven. Esta es la quinta edición que hacemos del encuentro. En esta plataforma se cruzan varias ramas de la producción artística, la gestión cultural y la cooperación cultural internacional. Es un sarao que está comenzando, pero tiene una proyección que persigue relacionarse con el entorno a través del arte.

De expresarnos en nuestros entornos profesionales y, sobre todo, celebrar la riqueza de la diversidad. En cada una de las ediciones hemos tenido una programación muy diversa, dando impulso a artistas emergentes que buscan tener cabida en el circuito artístico y desarrollarse en él.

A raíz de ahí, nos preguntamos a un nivel más profundo de qué manera se puede colaborar con otras comunidades que están haciendo música. Realmente, es un viaje, una manera de unir. Nuestra forma de hacer política en el mundo es el arte diverso y destacar una visión tolerante en la relación con los demás.

Sergio Martínez: También intenta promover de forma humilde la acción social a través de las artes. Como artistas y gestores, somos conscientes de nuestra responsabilidad en la comunidad en la que vivimos.

Tiene un componente que pretende establecer comunidades que celebren las diferencias a través de encuentros que pueden ser conciertos u otro tipo de manifestaciones. En lugares como El Cabanyal [el barrio marinero de Valencia] hemos podido trabajar con chavales. En mi caso, sin estas experiencias y sin Ruge Rosario, las fiestas culturales del barrio, La Mundial no existiría.

Marta Rodríguez: En lugares en tensión por conflictos étnicos, raciales… promover acciones donde se toque, se baile, donde se celebre la diferencia es algo revolucionario. Requiere conocer el terreno, un trato humano… de ahí nace la banda Rosario, que se presenta por primera vez en este festival. Fue el primer paso para seguir avanzando, ahora estamos pensando en cómo implicar aún más a las niñas y las mujeres del barrio.

Es muy importante hacer propuestas con sentido. No nos interesa tanto traer nombres superconocidos y que una vez hecho el bolo se despidan y se marchen. Esto es compromiso, valores y una de forma de mejorar lo que nos rodea y nos toca de cerca. También necesitamos que se nos una gente que tenga ideas, que nos ayude a seguir creciendo. Es muy difícil que sea viable sin apoyo institucional y sin activismo cultural.

La Salà
Marta Rodríguez y Sergio Martínez, en la entrada de La Salà. Foto: Sergio Lacedonia.