#MAKMAEscena
‘Waterloo’, de Pasqual Alapont y Carles Alberola
Interpretación: Carles Alberola
Albena Teatre
Sala Russafa
Dénia 55, València
Hasta el 14 de mayo de 2023
‘Waterloo’. Ese es el título de la obra de Pasqual Alapont y Carles Alberola, que este protagoniza en el escenario de la Sala Russafa. Título que alude explícitamente a la canción del grupo Abba, aunque implícitamente sobrevuele también la célebre batalla de 1815 entre el ejército de Napoleón y las tropas neerlandesas, británicas y prusianas. De hecho, esa conjunción de música pegadiza y cierto trasfondo bélico viene a dibujar el perfil del espectáculo de Albena Teatre.
Carles Alberola sale al escenario como si los espectadores ya hubieran visto la obra, esperando, por tanto, las preguntas del público. Pero estas, lógicamente, no llegan, porque nada se sabe aún de lo allí ocurrido, con esa gran fotografía familiar presidiendo la historia que Alberola, poco a poco, irá desarrollando. Lo hará, precisamente, desgranando los perfiles de quienes protagonizan esa imagen tomada en 1974, tras una comida campestre.
En esa estampa –digamos sepia– figuran sus padres, hermanos, tíos, primos y el sacerdote que, en aquellos tiempos del final del franquismo, formaba parte igualmente de muchas familias. Una fotografía, como tantas otras, reflejando un instante amable y risueño del pasado, con toda esa gran familia mirando a cámara para dejar constancia de lo bien avenidos que estaban. He ahí lo que el ensayista Roland Barthes llamaba el studium de la foto: su carácter histórico, documental.
Pero al studium le suele acompañar el punctum, allí donde la imagen –dirá Barthes– “sale de la escena como una flecha y viene a punzarme”, perturbando la mirada y, en cierto modo, la propia existencia. Alberola va transitando de forma magistral por ambos estadios, ofreciéndonos una visión humorística poblada de gestos, descripciones irónicas de los personajes y situaciones entrañables, que van entrelazándose con tensiones y dramas apenas sugeridos en la imagen, pero que Alberola va desvelando.
Como decía el escritor Mario Benedetti, la infancia “es a veces un paraíso perdido, pero otras es un infierno de mierda”. En este caso, la infancia recordada va igualmente pasando por momentos de una gran ternura socarrona, cuyos trazos dibujan ese paraíso del primer beso y del primer amor, para enseguida hallarnos en medio de una tempestad provocada por ciertos infiernos familiares.
“Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”, anota la Premio Nobel de Literatura, Louise Glück, a cuyo rebufo parece ir Carles Alberola, recreando la memoria familiar a partir de esa fotografía grabada en la mente de quien fuera un niño ahora adulto, buscándole el alma a esa imagen. Alma dolorida, pero también alegre, porque, en el fondo, por mucha angustia que destile el pasado, la sola posibilidad de tener memoria para contarlo ya es motivo de alumbramiento presente.
“La infancia”, volviendo a Benedetti, “es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca”. Eso es lo que hace Alberola: recordar aquella infancia con la claridad de quien, ya en la madurez, percibe el tiempo como una lupa que registra los más mínimos detalles de nuestra existencia.
En ‘Waterloo’, retomando la letra de la canción de Abba –tema que sonaba por aquel entonces de la foto–, se dice que “siento que gano cuando pierdo… sabiendo que mi destino es estar contigo”. Perdida la inocencia de aquella infancia feliz, Alberola se da cuenta que, aun así, su destino es recordar esa imagen que le acompaña durante la hora y cuarto que dura la obra, a modo de síntesis de toda una vida.
Una vida plagada de las tensiones propias de una familia, la suya, ligada a la de muchas otras, dando pie al espectador, a su vez, a recordarlas mediante la batería de personajes que proyectan unas luces y sombras de carácter universal. ¿Quién no tiene en su familia parientes enfrentados a causa de sus contrapuestas ideologías? ¿Quién no ha sentido el despertar ingenuo del amor en tardes de juegos infantiles con sus primos? ¿Y quién no ha soñado que iba a ser lo que después no llegaría a ser?
‘Waterloo’ es la radiografía de una familia, pero también de un país, a partir de las contradicciones inherentes a toda comunidad. Si en la familia, como apuntara el psicoanalista Sigmund Freud, se anuda lo entrañable y lo siniestro, no cabe duda que Carles Alberola va mudando con maestría de piel, para mostrarnos las dos caras de esa misma moneda.
Con una puesta en escena tan simple como ajustada al relato que se quiere contar, ‘Waterloo’ desgrana la batalla familiar que destila el trasfondo histórico del título, amortiguando el drama con la vitalidad humorística de quien sabe cómo las gasta el paso del tiempo. Alberola, en estado puro.
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