#MAKMALibros
‘Autorretrato’, de Celia Paul
Chai Editora, 2021
‘Vida con Picasso’, de Françoise Gilot y Carlton Lake
Elba Editorial, 2022

Desde que el Museo Thyssen cedió un espacio expositivo a TBA21, ha ganado enteros para mí. No ha sido raro que las propuestas de la fundación creada por Francesca Thyssen, centradas en el arte contemporáneo internacional más alineado con las actuales preocupaciones medioambientales y de justicia social, me hayan interesado más que las desplegadas en las salas principales del museo, destinadas a las corrientes más consagradas del arte.

Seguramente hubiera sucedido igual en mi última visita al museo. Me habría demorado en la sugerente instalación ‘De ballenas‘, de la artista estadounidense Wu Tsang (1982), basada en la novela de Herman Melville ‘Moby Dick’, y habría echado una mirada superficial a la retrospectiva de Lucian Freud si antes no hubiera leído ‘Autorretrato‘, de Celia Paul, pintora, modelo, amante y madre de uno de los hijos del artista. Es un libro sincero y lleno de hondura que ha revelado a la artista como una notable escritora.

La retrospectiva dedicada a Lucian Freud que ha organizado el Museo Thyssen en colaboración con la National Gallery propone que lo contemplemos bajo “nuevas perspectivas”, como reza el título. El artista es presentado como un artista heredero y connaisseur de la tradición pictórica del pasado cuyos límites intenta forzar a través de la pintura hecha carne que le caracteriza.

Se destaca su maestría en el dominio de las texturas y del blanco de plomo; sus tremendas dotes de observación y de penetración psicológica, su virtud de retratar el cuerpo en toda la complejidad y vulnerabilidad de su existencia y de trastocar un género tan clásico como el desnudo y sus habituales cuerpos idealizados. Se pone énfasis en su faceta de creador consagrado a su arte en el sancta santorum de su estudio, en su empatía hacia los animales o en la gran importancia que concedió a la amistad tanto a través de las obras seleccionadas de su vasta producción como en los textos explicativos que las acompañan.

Llama la atención, sin embargo, que tratándose de un artista cuya obra tiene un carácter marcadamente autobiográfico –sus modelos fueron personas de su entorno más cercano o que le interesaron por alguna razón–, se orillen algunos aspectos espinosos que permiten una comprensión más cabal del pintor: sus incontables amantes, su desapego a la mayoría de los catorce hijos que reconoció, su elitista y privilegiado círculo social o su carácter difícil –su segunda esposa, la escritora Caroline Blackwood, alegó maltrato psicológico en su petición de divorcio–.

Por no hablar de la relación de fuerza y de poder frente a sus modelos, sometidos a sesiones interminables y posturas forzadas, o las críticas a la misoginia y homofobia implícita en sus retratos de buena parte de la crítica feminista, empezando por Linda Nochlin.

Celia Paul versus Lucian Freud
Celia Paul. Lucian Freud

En ‘Autorretrato’, la artista consigue sintetizar su propia vida en apenas doscientas páginas, entremezclando recuerdos, fotografías, reproducciones de cuadros, poemas, fragmentos de cartas y de un diario que llevó de joven.

Publicado en Chai Editora, el volumen está dividido en capítulos en los que la autora aborda las personas y los hechos más significativos de su biografía: su infancia en el seno de una familia de profundas raíces religiosas, los celos de las dotes artísticas de una amiga del internado reconvertidos en acicate de su propia vocación, su estancia en la Escuela de Arte Slade y su periodo de sexo y alcohol, su relación con Lucian Freud, su desesperación al verse sustituida por otra, cómo retoma el control de su propia vida, su cocina de pintora y sus consideraciones sobre el arte de posar en el estudio, viviendo con vistas al Museo Británico que el artista le compró.

En el plano artístico, la pintora se reconoce en la estela de la Escuela de Londres, la comunidad de creadores afincada en esta ciudad que reivindicó la figuración frente a la abstracción dominante tras la Segunda Guerra Mundial. Representa la vertiente más joven y apacible de esta corriente.

Celia Paul. Lucian Freud
Celia Paul y Lucian Freud (2010).

Celia Paul conoció a Lucian Freud en Slade. Se acercó a él para mostrarle su trabajo y recabar su opinión. Ella tenía 18 años y él, 55, y era ya un artista reputado. Al poco tiempo se convirtieron en amantes, una situación que la hacía sentirse “culpable y poderosa”. Mantuvieron una relación de diez años, de 1978 a 1988, donde ella asumió un rol dependiente y sumiso, siempre a la espera de su llamada, siempre disponible y dispuesta a complacer a su amado.

En este tiempo, ambos se dedicaron varias obras. En el libro se reproducen retratos del rostro de él que ella dibujó al carboncillo, así como óleos en los que ella posó como modelo para él: desnuda, en grupo con otras mujeres, en pijama estando embarazada y como pintora, sosteniendo la paleta y los pinceles, en una posición de poder, un reconocimiento por parte del artista que “significó mucho” para ella.

La autora expone sin pudor su conflicto como madre y artista: el nacimiento de su hijo le proporcionó una de las “emociones más intensas” de su vida, pero el niño creció con la abuela. Celia Paul tenía que salvarse de la “marea de la maternidad” y preservar “todo lo que he logrado y lo que espero lograr” como pintora. También temía la reacción del pintor: “¿Nuestro amor será el mismo de antes?, anota en su diario.

A la muerte de este en 2011, a pesar de que ya disfrutaba de cierto reconocimiento como artista, algunos obituarios la relegaron al papel de musa del pintor. Esta omisión fue el detonante para escribir ‘Autorretrato’. Tenía que contar su historia. Una historia en la que Lucian Freud “se transforme en parte de mi relato, y yo no quede retratada como parte del suyo que es lo que suele suceder”.

Françoise Gilot versus Picasso
Françoise Gilot. Picasso

Reivindicarse como artista es uno de los motivos que impulsaron a Françoise Gilot a escribir el libro ‘Vida con Picasso‘ (Elba Editorial) junto al crítico de arte Carlton Lake. Otro de los motores de su escritura es dejar claro que, a diferencia de otras mujeres del artista malagueño, ella no estaba dispuesta a convertirse en “su víctima o en una mártir”. Françoise Gilot fue la mujer que dijo no a Picasso.

Cuando lo conoció en 1943, ella “tenía 21 años y sentía que la pintura era toda mi vida”. Coincidieron en un restaurante donde había acudido con una amiga. “Unas mujeres como ellas no tienen aspecto de pintoras”, comenta Picasso al saber que participan en una exposición. Pocos días después, el pintor acude a la galería y a Françoise le halaga que uno de los artistas más célebres del momento le alabe sus dotes para el dibujo y le invite a visitarlo a su estudio.

Pronto se convierte en su amante y, en 1946, se muda a vivir con él. La pareja permanece un tiempo en París y después se instalan en el sur de Francia, en Antibes y en Vallauris. Picasso le lleva 40 años, una diferencia de edad que se revela en toda su crudeza –él encara la vejez, ella es una mujer en plena madurez– cuando se siente lista para abandonarle en 1953, harta de sus infidelidades y de que la deje sola al cuidado Claude y Paloma, los dos hijos fruto de su convivencia.

Vivir con Picasso significó tener acceso a algunos de los creadores más relevantes de la primera mitad del siglo XX: Matisse, Braque, Gertrude Stein, Jean Cocteau, Miró, Dora Maar, Pablo Neruda, y muchos otros nombres relevantes de la escena artística y cultural menos conocidos por el gran público desfilan por las páginas del libro.

Pero quizá porque se trata de unas memorias escritas a cuatro manos, quizá porque tanto Françoise Gilot como Carlton Lake poseen una buena formación artística y conceptual y conocen a fondo la producción artística del artista malagueño en esos años, quizá por intereses editoriales-comerciales, o seguramente por todo ello a la vez, Picasso tiene un protagonismo inusitado en el libro y se echa en falta una autobiografía de la autora menos reservada y distante.

Françoise Gilot y Picasso
Françoise Gilot y Pablo Picasso (1951).

El volumen destina muchos pasajes a glosar, bajo la forma de recuerdos, diálogos o prosa ensayística, cómo Picasso reinventa el arte de su tiempo y el modo en que lo pensaba y lo vivía. Describe su rutina de trabajo –recibir por la mañana, trabajar tarde y noche–, el proceso creativo de algunas de sus obras más emblemáticas de su producción, los temas y las técnicas en los que se vuelca, su punto de vista sobre la pintura, el arte de algunos colegas o alguno de los ismos de las vanguardias.

También se describe la génesis de algunas de las obras en que Françoise Gilot aparece representada. Esto nos hace saber, por ejemplo, que, a diferencia de Lucien Freud, a Picasso le bastaba una sesión de posado para obtener lo esencial que quería plasmar y seguir trabajando en la obra por su cuenta.

Françoise Gilot también retrató a Picasso en el estilo deudor del cubismo que caracteriza las obras que produjo durante esos años. Pero es en el libro donde traza un perfil psicológico del artista demoledor. Un perfil que destila amargura y en el que sobresalen los defectos –machista, ególatra, infiel, mentiroso, manipulador– y escasean las virtudes –sostén de muchos republicanos, vitalista, campechano, padre cariñoso, aunque ausente–.

Aunque Françoise Gilot y Celia Paul vivieron en función de sus respectivas parejas, lo cierto es que durante el tiempo que estuvieron con ellos continuaron pintando y exponiendo. Se preservaron un espacio propio y encontraron en ambos un interlocutor privilegiado para su formación y crecimiento como artistas. “Nunca criticó mi obra directamente, sus instrucciones llegaban a mí en forma de principios generales”, explica Françoise Gilot. Sin duda, se beneficiaron del capital social y artístico que ellos aportaron a la relación y el tiempo que estuvieron junto a ellos contribuyó a convertirlas en las pintoras que hoy son.

Todo lo cual no impide reconocer que tanto Picasso como Lucian Freud mantuvieron comportamientos que hoy consideramos odiosos e inaceptables. La creatividad o el talento no son atenuantes. Cada época revisa el arte a la luz de las problemáticas y las preocupaciones sociales y culturales que la atraviesan. La nuestra está reescribiendo la noción de genio, desposeyéndolos del estatus de intocables y convirtiéndolos en personas de carne y hueso.