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Curro Canavese
La travesía
Sporting Club Russafa
Sevilla 5, València
Lo dice Manel Costa, compañero de fatigas de Curro Canavese, en el libro ‘Las ideas’ que este dejó escrito, pero cuya edición no pudo ver dada su muerte prematura en junio de 2019: “Era un artista multidisciplinar, pero sin disciplina”. Aunque lo cierto es que, según los diversos testimonios de quienes le conocieron -y que por turno fueron dejando fogonazos de su personalidad durante el acto de homenaje que le rindió el Sporting Club Russafa el viernes 26 de mayo-, Canavese era hombre de costumbres fijas.
¿Cómo es posible eso, que alguien indisciplinado necesite la disciplina de las horas y los días, la pauta del oficinista entregado al quehacer errático? Pues porque Curro Canavese era un artista de los pies -fijados en tierra- a la cabeza -siempre rumbo a las estrellas-. Escuchen, si no, lo que dice en el poema ‘La travesía’, a modo de prólogo de la propia exposición que sirve de homenaje a su trayectoria artística.
“Llegó al estudio, hacía calor, se quitó la ropa, desnudo, se puso las zapatillas de ir por el estudio y miró la nave…Colocó la mesa debajo del papel, colocó el altillo debajo de la mesa y colocó uno a uno los trece escalones…se colocó el ventilador un poco más cerca, y ya en el alcázar empezó su travesía”.
La nave de su estudio convertida en esa otra nave con la que zarpar en busca de las islas con las que concluye el poema, y a las que se aferra tras constatar el naufragio final de toda vida. Junto a esa travesía, que el espectador de la muestra recibe nada más entrar al Sporting para irse adentrando en el conjunto de los trabajos seleccionados, hay un políptico titulado ‘Los diálogos’, con esta breve pero elocuente explicación narrativa: “Subo al estudio, los cuadros discuten, creo que sobro”.
Diríase que Curro Canavese, sabedor de la tendencia que tenemos los humanos a utilizar fijadores para el cabello con el fin de fijar a su vez las ideas, practicaba el arte de liberarlas mediante el uso de una racionalidad delirante. “La locura es la única manera de escapar a la esclavitud”, dirá el escritor Paulo Coelho. Una locura -entiéndase bien- artística y, por tanto, alejada de sus terribles efectos clínicos, con la que las palabras se sueltan los grilletes de la prosa más apelmazada.
Por eso Canevese es capaz de ver a sus cuadros discutiendo y, humilde como pocos, sentir que en ese momento sobra; que lo mejor es dejar que sea su propia obra -tras ardua discusión- la que vaya poniendo el orden que a él le falta. En otras ocasiones actuará el revés, siendo él quien, cogiendo objetos desordenados, se imponga la tarea de organizarlos para, enseguida, proyectar su pensamiento lejos de la Tierra.
Así sucede con la pieza ‘Conquistando la luna’, realizada a base de ensamblaje y óleo, y de la que dice lo siguiente: “He encontrado varios objetos en un contenedor, los organizo y los meto en una urna. Ahora puedo conquistar la luna”. La obra de Canavese se nutre de objetos que hablan; de palabras que pierden su triste condición de vehículos al servicio del más puro entendimiento; de obras plásticas que animan a perderse por los vericuetos de sus formas y colores.
Por los testimonios de su hija Ana, de compañeros del Sporting Club Russafa como José Antonio Picazo, Emiliano Barrientos, Elena Martí, Lucia Peiró, Carles Cano o el propio Manel Costa, entre otros, podríamos llegar a pensar -siguiendo a Goethe- que envidian su locura, el laberinto mental en el que Canavese se perdía.
Valga el ejemplo de este otro políptico integrado en la exposición bajo el título de ‘El caos II’, para comprender -suma de comprensión y de prenderla fuego- la traviesa travesía que adquiere su obra: “Ni los colores ni las manchas son caóticas, lo único caótico es la manera de ordenarlas”. De manera que Canavese, una vez más, se fija en los colores, en las líneas, los gestos y las formas, como si fueran elementos ordenados que esperan la agitación creativa para terminar fundiéndose en la partitura del cuadro.
“Las ideas, como las pulgas, saltan de un hombre a otro. Pero no pican a todo el mundo”, decía el escritor polaco Stanislaw Lem, cuya sentencia abre el libro ‘Las ideas’. Si Curro Canavese la incorpora a su escrito es para que el lector pique y se lleve unas cuantas de esas ideas ardorosas, escocidas, molestas y al mismo tiempo deseantes.
En los cuadros seleccionados para su homenaje, también cabe observar esa misma tensión entre la abstracción con la que el artista se va por los cerros de Úbeda y la figuración que, a duras penas, se abre paso en medio de tamaña tormenta de ideas.
Y es así, con ‘El vómito de letras’ anunciado en otra de las piezas realizada con ensamblaje, papel, óleo y tinta, como Curro Canavese parece irse despidiendo “sin nada más que añadir”. Lo dice literalmente o literariamente porque, en el fondo, ‘La travesía’ que nos propone -o nos proponen quienes han ideado la exposición evocadora de su zigzagueante trayectoria- posee el carácter errático de quien tenía como rumbo fijo expresar las contradicciones que, como humanos, nos habitan.
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