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‘The Durrells‘
Entrevista con la naturalista Lee Durrell (viuda de Gerald Durrell), Spiros Giourgas (médico en Corfú de Gerald Durrell y asesor en la isla de la serie de televisión) y Tracy Breeze (nieta de Margaret Durrell, hermana de Gerald Durrell)
Un reportaje de Merche Medina, Marisa Giménez Soler y Jose Ramón Alarcón
Traducción: Milagros Pellicer
“Es fácil y gratificante transformarte en las vacaciones estivales en un Gerald Durrell, convertir tu destino en un Corfú y a los bichos en tus parientes”, tal vez porque “todos podemos ser Thoreau y David Attenborough en la canícula”, reconocía en la contra de El País, entre ‘Placeres de verano‘, el periodista Jacinto Antón.
Un deleite “voyeur del reino animal” que, efectivamente, nos remite sin dubitación al autor de ‘Mi familia y otros animales’, la celebrada novela autobiográfica del naturalista británico, publicada en 1956 –y de la que se han vendido hasta la fecha más de cinco millones de ejemplares en todo el mundo–, cuya heterodoxa y excepcional infancia en Corfú, entre 1935 y 1939, junto a su madre (Louisa) y hermanos (Lawrence, Leslie y Margaret), no solo habría de instituirse en un clásico instantáneo de la literatura universal del siglo XX, sino permutar en recurrente tentación audiovisual, transitando del documento a la ficción televisiva en diversas producciones.
Destacan, de entre ellas, ‘My Family and Other Animals’ (1987), serie de diez episodios dirigidos por Peter Barber-Fleming al amparo de la BBC, y ‘The Durrells’ (Simon Nye, 2016-2020, ITV), cuyos veintiséis capítulos y cuatro temporadas han logrado retomar el legado de la ‘Trilogía de Corfú’ –que completan ‘Bichos y demás parientes’ (1969) y ‘El jardín de los dioses’ (1978)– y convertir definitivamente a los Durrell, gracias especialmente a esta última, en un referente de mayúsculas proporciones contemporáneas.
Una popularidad internacional que refrenda con creces las pretensiones germinales de aquel desnortado trayecto consanguíneo que comunicaba las gélidas aguas de Bournemouth con las calinosas Islas Jónicas de entreguerras.
“¡Con cuánta habilidad ha sabido el autor reconstruir la polaridad de sus sentimientos en aquella tierna edad suya! Podemos afirmar que ha enriquecido la literatura con el más raro presente: un libro verdaderamente cómico”, escribiría Lawrence Durrell (1912-1990) en el prólogo de ‘Mi familia y otros animales’.
A la par, el escritor británico –cuya rúbrica literaria merodearía las puertas del Nobel por ‘El cuarteto de Alejandría’ (1957-1960)– distingue y encomia las virtudes poéticas de estas primeras memorias de su hermano, que, igualmente, exhortó a formalizar.
“Su descripción de la isla de Corfú tal como era en aquella época es un modelo de agudeza en la observación y fidelidad en la composición. Para quien conozca Grecia, lo más notable es que el autor (a los doce años) la haya visto como realmente es, no a través de la bruma de su pasado arqueológico. La Grecia antigua no existe para él: por eso el decorado que evoca tiene tanta lozanía”.
Dos fundamentos –la hilaridad del relato y la frescura irreverente de su mirada– sobre los que se edifica una fascinante peripecia, tan distraída como pedagógica, cuyas “anécdotas sobre la isla y los isleños son absolutamente verídicas. Vivir en Corfú era como vivir en medio de la más desaforada y disparatada ópera cómica”, compulsa Gerald Durrell en el ‘Discurso de defensa’ que ejerce de proemio.
“Creo que toda la atmósfera y el encanto del lugar quedaban pulcramente resumidos en un mapa del Almirantazgo que teníamos, donde aparecían con gran detalle la isla y las costas adyacentes. Al pie había un recuadrito que decía: ‘AVISO: dado que las boyas que señalan los bajíos suelen estar fuera de su sitio, se aconseja a los marinos que estén bien atentos al navegar por estas costas’”.
Y a carta náutica y cabal que el plácido oleaje que baña la ciudad de los castillos de Kérkyra se torna indócil cuando los forasteros asomamos el torso temerario y vespertino por las amuras de estribor a babor, surcando la canícula hacia la vecina Paxos, en la que nos aguardaba la exposición ‘East Meets West. Greek & Catalan Ceramic Art in Paxos’.
Una muestra colectiva a la que acudíamos, a mediados de agosto de 2022, la gestora cultural y galerista Marisa Giménez Soler, mi socia y partenaire en MAKMA, Merche Medina, y un servidor, ejerciendo de lúdicos acompañantes de los artistas Rafaela Pareja y Xavier Monsalvatje (y su pareja, Cristina Ferrando), quienes recalaban en la vieja escuela de Loggos –en el norte de la isla–, al encuentro con una heteróclita y bienaventurada nómina de creadores de ambas orillas del Mediterráneo, albergados por el galerista Chris Boikos y capitaneados por la ceramista corfiota Angelika Kogevina.
Sería, precisamente, Angelika quien, muy generosamente, nos pondría sobre la pista y en contacto, gracias a la intercesión familiar, con un eminente asesor local de ‘The Durrells’, Spiros Giourgas, otrora médico personal de Gerald Durrell y el mayor experto en la isla en torno a su figura y legado. “En 1987, Gerry volvió a Corfú, la BBC hizo una película y así nos conocimos”, recuerda el doctor al comienzo de nuestra conversación.
Spiros Giourgas: «Gerald Durrell dijo que todos los niños del mundo deberían tener un referente como Theodore Stephanides»
“En torno a 2002, después de cenar con gente de Corfú, hablamos de los Durrell, pero nadie sabía nada de ellos y me dije: ‘Tenemos que hacer algo’. De tal modo que escribió a diversas revistas y periódicos, hasta que, en 2006, “logré convencer al alcalde de Corfú para ubicar en el jardín principal de la isla una inscripción que dice: ‘Aquí vivieron Lawrence y Gerald Durrell’”.
“Un año más tarde, pusieron el busto de Gerry y Larry allí. Mucha gente visitaba Corfú y quería saber cosas de ellos. Querían encontrar un museo, pero solo están el busto y la placa”, recapitulaba Spiros Giourgas junto a su esposa, Miriam, respecto de las esculturas de bronce creadas por la artista corfiota Eva Caridi en colaboración con The Durrell School of Corfu y ubicadas en el Bosketto –rebautizado, a partir de entonces, como Bosketto Durrell–.
Un extenso jardín situado entre la Explanada y la Antigua Fortaleza, que discurre frente al Palacio de San Miguel y San Jorge (antiguamente, sede de la Administración británica en las Islas Jónicas, entre 1814-1864) y las terrazas del bulevar Liston.
Con tan sugestivos precedentes, Spiros y Miriam, provistos de cuantioso material de archivo, artículos y reportajes en torno a Gerald Durrell y su familia, nos recibían en la terraza de su casa, ubicada en uno de los promontorios de Ropa Valley, desde el que se domina una feraz llanura de más de 1.000 hectáreas en el corazón insular de Corfú, reconvertida hoy en una relevante región vinícola y olivarera.
Un antiguo lago tras cuyo drenaje se hubo constituido en un inmenso humedal que recibe el agua de las lomas colindantes hasta desembocar en el mar, y hogar de multitud de aves, reptiles, peces y anfibios como los que un día se encontró el menor de los Durrell a modo de revelación.
“Gerry escribía notas sobre los animales que veía. No tenían cámaras, había que escribirlo todo”, matiza el doctor. “Cuando se fueron de Corfú, Gerry se llevó a Inglaterra a los animales. Escribió los tres libros basados en su experiencia, donde se refiere a ellos como un ‘circo andante’”.
Cuenta Spiros, mientras porta un ejemplar en sus manos, que, en torno a 1972, leyó ‘Mi familia y otros animales’, quedándose impresionado por aquel magnífico retrato de su experiencia en la isla.
“Gerry no fue al colegio, la madre llevó a Stephanides al hogar familiar a que le enseñara cómo escribir y leer. El padre y un hermano murieron en la India, los Durrell fueron a Inglaterra por problemas económicos y luego a Corfú porque Lawrence insistió, ya que leyó ‘La tempestad’, de Shakespeare, escrita para una isla como esta. Se convirtieron prácticamente en nativos. No querían irse…”.
El doctor Giourgas se detiene, entonces, en la inestimable figura del poeta, naturalista y radiólogo grecobritánico Theodore Stephanides (1896-1983), un polímata decisivo en el devenir educacional del joven Durrell. “Gerry dijo que todos los niños del mundo deberían tener un referente como Theodore. Le gustaba ofrecer a todos los niños del mundo que pasaran unos días de su vida en Corfú y tuvieran un guía como Theo Stephanides”.
“La traducción de sus poemas por Stephanides inspiró a Larry a escribir novelas, así como a Gerry, que se interesó por los animales. Eran amigos muy cercanos”, celebra Spiros Giourgas, mientras viene a su memoria el homenaje sorpresa que el programa de televisión de la BBC ‘This is Your Life’, presentado por Eamonn Andrews, le procuró a Gerald Durrell en febrero de 1983 y por el que, entre otros camaradas y compañeros de singladura vital, acontecerían en plató su hermana Margo y, a modo de emotivo desenlace, un anciano Theodore Stephanides que habría de fallecer apenas un par de meses después de aquel último y muy conmovedor encuentro.
Un modo de venerar en comunión aquellas primeras inquietudes autodidactas del menor de los Durrell que, con los años, transmutarían en epicentro conservacionista junto a las corrientes del canal de la Mancha. “Gerry escribió el libro y fue a Jersey con el dinero que ganó, donde compró un terreno e hizo un zoo. No es un zoo normal, para ver animales comunes, sino dedicado a conservar especies en peligro de extinción. Quería protegerlas, las criaba en cautividad, algo que heredó de Stephanides”, matiza el doctor Giourgas respecto del Zoo de Jersey, fundado por Gerald en 1959.
Un zoológico único en su categoría que alberga la sede de la actual fundación Durrell Wildlife Conservation Trust –constituida en 1999 en honor de su mentor, tras rebautizar las esencias de la anterior Jersey Wildlife Preservation Trust–, de la que es patrona la princesa Ana, segunda hija de la reina Isabel II y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo nacido, precisamente, en Corfú, cuyo palacio de Mon Repos –perteneciente a la familia real griega hasta la caída de la monarquía en 1967– permanece abierto al público en calidad de museo arqueológico.
En buena medida, el ejercicio de los objetivos de la fundación, durante las últimas décadas, recae en la figura imprescindible de la segunda esposa de Gerald, la naturalista, escritora y presentadora de televisión norteamericana Lee Durrell (Memphis, 1949). Ambos se conocieron cuando el ya afamado conservacionista dio una conferencia en Estados Unidos, en 1977.
“Gerry voló a América y conoció a Lee, que trabajaba en la Universidad de Duke. Se casaron en 1979”, recuerda Spiros. Posteriormente, “fueron a Rusia, invitados por Brézhnev, a estudiar al oso”. Una apasionante experiencia universalizada en forma de crónica en el libro ‘Durrell en Rusia’ (1986), que narra aquel viaje a través del vasto paisaje de la Unión Soviética y describe su fauna silvestre y sus inabarcables reservas naturales.
“Lee Durrell compró un terreno en Corfú, por lo que estamos en permanente contacto y somos amigos. Reside temporalmente en la isla desde hace unos años junto a Colin, su pareja, que es piloto. Llevan juntos veinte años y se encargan de Villa Louisa, nombre en honor a la madre de Gerry”, matiza. “Y estos días se encuentra en aquí…”.
Una providencial sincronía que orientaba nuestra aspiración periodística hacia esa incógnita y vecina villa de Ropa Valley. De modo que, con la venia del doctor Giourgas y la propia Lee Durrell –previa llamada telefónica entre ambos con la que se nos concede el anhelado nihil obstat–, tomamos de nuevo el coche que nos aguardaba en la puerta, encauzados por un avezado conductor que, de un modo inopinado, dominaba el mapa de complejos caminos que atraviesa la vega hacia el norte de la región de Mesis.
Así que, entre olivos silvestres, carreteras sin asfaltar y la intuición canicular de abrirnos paso entre las más de doscientas especies endémicas de plantas que gobiernan la exultante biodiversidad de Corfú, divisamos con relativa prontitud el hogar insular de Lee Durrell, quien nos recibía sonriente a esa indeterminada (y ya calurosa) hora de la mañana en la que los extensos veranos permiten prolongar el sueño y cultivar el descanso, ajeno todavía a la espontánea llegada de los desconocidos.
Lee Durrell: “Temía que el nombre de Gerald desapareciera, pero la serie de televisión ha ayudado mucho a que se mantenga»
“Estaba haciendo mi doctorado cuando conocí a Gerry y, después, ambos trabajamos juntos en un programa de televisión. Yo quería ser catedrática, pero él me cambió el rumbo de la vida”, rememora con hilaridad. Tal y como nos había referido el doctor Giourgas, “en los 80, fuimos a la Unión Soviética. Mucha gente quería leer el libro de Gerald”.
“También viajamos a Madagascar. El zoo de Jersey tiene programas de conservación en muchos lugares del mundo: en Madagascar, el Caribe, Brasil… También en la India, donde nació Gerry”, enumera Lee Durrell. “Lawrence fue el que decidió ir a Corfú, aunque todos echaban de menos la India y sus vívidos colores. Gerry dijo que ir a Corfú [tras unos años en Inglaterra] era como cuando Dorothy [‘El mago de Oz’] pasó de un mundo en blanco y negro a un mundo de colores”.
No en vano, tal y como describe Gerald Durrell entre las páginas de ‘Mi familia y otros animales’, “en los ruinosos muros del jardín hundido vivían docenas de pequeños escorpiones negros, lustrosos y brillantes como de baquelita; las higueras y limoneros colindantes con la finca cobijaban enormes cantidades de ranitas de San Antón color verde esmeralda, cual deliciosos confites satinados entre el follaje; monte arriba habitaban varias especies de culebras, relucientes lagartos y tortugas”.
“En los huertos había muchas clases de pájaros: jilgueros, verderones, colirrojos, lavanderas, oropéndolas, y de vez en cuando una abubilla rosada, blanca y negra, hurgando en el suelo blando con su pico largo y curvo, que asombrada erguía la cresta al verme y echaba a volar”.
“Los niños tienen una afinidad natural con los animales”, refrenda Lee Durrell al calor narrativo de aquel universo iniciático de Gerald. Sin embargo, “conforme van creciendo, se rompe la conexión emocional, se ponen a pensar en otras cosas. Eso es muy grave para el planeta: ya no nos reconocemos como parte de la naturaleza, creemos que somos seres superiores a ella”, se lamenta la naturalista.
Es por ello que la zoóloga estadounidense celebra la renovada notoriedad de la figura y obra de su difunto marido gracias al sobresaliente eco mediático de ‘The Durrells’. “Temía que el nombre de Gerald desapareciera, pero la serie de televisión ha ayudado mucho a que se mantenga. Es decisivo que perviva su nombre para reivindicar la importancia de los trabajos de conservación de la naturaleza y el medioambiente”.
Llegados a este punto, Lee Durrell nos invita a acceder a una casa que durante estas fechas recibe, presta, a diferentes familiares y amigos provenientes de diversas latitudes. Entre otros, saludamos a su pareja, Colin, y acontece en escena la bienvenida sorpresa de conocer a Tracy Breeze, nieta de Margaret Durrell (1920-2007), quien nos comenta que, aunque “la familia se ha transformado”, el impacto y recepción de la serie “ha sido una nueva oportunidad para redescubrir su historia. Es más especial estar aquí, poder andar por donde iba mi abuela”.
Tracy Breeze: «Margaret Durrell era una mujer independiente, fuerte, un espíritu libre, de muchas pasiones»
“Es como si nunca se hubiera ido. Siempre escuchaba música y bailaba y tenía una gran pasión por el campo”, evoca Tracy, quien dirige una empresa de organización de eventos en Inglaterra y ha trabajado para la familia real británica. Con ella, el legado de los Durrell conserva, igualmente, sus raíces en Bournemouth, donde la familia se compró una casa a su regreso de Corfú, que todavía conserva.
No en vano, sería en la ciudad de la costa sur de Inglaterra donde Margaret abriría una pensión frente al hogar de su madre y de Gerald. Una consanguínea proximidad que le permitiría ser partícipe del singular zoo doméstico que su hermano había comenzado a pergeñar, en el patio trasero, con algunos pequeños animales traídos desde las isla.
Sería, precisamente, Tracy quien, a principios de los años 90, se encontrase en un cajón del desván de su casa, escondido como una reliquia, el manuscrito de las memorias de su abuela, tituladas ‘¿Qué fue de Margo?’, publicadas en 1996 con prólogo póstumo de su hermano Gerald.
Una ocurrente y muy recomendable lectura acerca de los extravagantes personajes que poblaron aquella casa de huéspedes, en la que hicieron pernocta de sus cuitas “un pintor de desnudos y su mujer, su voluptuosa modelo, una enfermera estirada sedienta de vida bohemia que luce negros negligés, músicos de jazz que tocan en locales nocturnos; una señora mayor ya senil, convencida de que la casa está repleta de ladrones; y una transexual de Malta”, entre otras variopintas eminencias de las periferias.
“Ahora la vemos con otros ojos. Era una mujer independiente, fuerte, un espíritu libre, de muchas pasiones”, sintetiza Breeze acerca de Margo. “Ella hablaba y era agradable con todo el mundo. Todos lo hacían, no había rivalidad entre los hermanos como decían los periódicos, se llevaban muy bien. Iban a la casa de Lawrence en Francia y hacían picnics. Se veían muy frecuentemente”, verifica.
Una próspera relación fraternal en la que Lee Durrell encajó comme un gant durante la década y media que tuvo ocasión de compartir, marital y profesionalmente, junto a Gerald. “Él no venía de un mundo académico, Lee Durrell sí. Hacían una buena combinación de ciencia y experiencia, se complementaban en el trabajo”, certifica Tracy.
Un decisivo equilibrio cuyo trabajo en común, amén de ser recordado, conviene tomar como referencia inexcusable frente al incierto porvenir global del que somos partícipes activos. Por esta razón, concluye Lee Durrell, “debemos recrear las conexiones entre los animales y la gente, así como con el medioambiente. Esa conexión debe ser instintiva, emocional, no debemos racionalizarla. Vemos a los animales y objetos como si fueran humanos, antropomórficos. Respetar a los animales no es antropomorfizarlos. El zoo y las labores de conservación ayudan a que el vínculo con los animales sea más fuerte. Y la labor de lectura también puede contribuir. Es la única esperanza que nos queda”.
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