#MAKMALibros
‘Demasiado tarde para comprender’, de Javier Valenzuela
Huso, 2023
La Movida madrileña con mayúscula es el escenario de la última novela de Javier Valenzuela, ‘Demasiado tarde para comprender‘ (Huso, 2023), cuyo título –fragmento de la mítica canción ‘La chica de ayer’, de Nacha Pop– anuncia que ha sido escrita a ritmo de la música de los Ochenta –también en mayúscula– tanto literal como metafóricamente.
Cada uno de sus quince capítulos evoca uno de los temas inolvidables de esa década y revive los paisajes y personajes de la Movida, desde artistas como Ouke Leele o Almodóvar a periodistas, abogados y quinquis. La portada de Mique Beltrán, a la par que el título, es el perfecto aperitivo para el variado menú degustación que el libro ofrece.
Valenzuela se pone en la piel de una sexagenaria, Olga Sanz, nieta de un personaje de su anterior novela, ‘Polvora, tabaco y cuero’, para relatar, a través de sus recuerdos, sus batallitas periodísticas cuando era una joven redactora de cultura de Diario 16 con cierto parecido a Lauren Bacall, y se topa con uno de los casos más sonados de la Transición: la muerte y desaparición de un chorizo a manos de la policía corrupta, El Nene, inspirado en el caso real de Santiago Corella El Nani, el primer desaparecido a la chilena de la democracia.
Entre la evocación nostálgica de un tipo de periodismo que ya no existe y la descripción de la brillante eclosión festiva y cultural de la Movida, en contraste con el sórdido mundo de la droga y la delincuencia por el que se movían policías corruptos, chorizos, yonquis y quinquis, Valenzuela traza una crónica amena e implacable de un periodo de la historia reciente de este país que muchos ya han olvidado, pero que otros recuerdan como los mejores años de su vida.
La tuya es «la primera novela negra de la Movida madrileña». ¿Qué te sedujo de ese fenómeno sociocultural y qué crees que nos ha dejado, aparte de magníficos temas musicales?
Fue una explosión de libertad como nunca ha vuelto a vivirse en España. Estábamos saliendo de la larga y siniestra dictadura de Franco y la mayoría de la gente, y en especial los jóvenes, teníamos muchas ganas de vivir, de vivir en libertad, de respirar a pleno pulmón, y no solo políticamente, también en los campos del ocio, la cultura, el sexo…
Más importante todavía: la peña era valiente, arriesgaba por esa libertad. Las multas, los secuestros de obras y prohibiciones de espectáculos, las detenciones, procesamientos y juicios y hasta los atentados ultras eran frecuentes. Muchas de las libertades y los derechos que los jóvenes de hoy dan por eternos se consiguieron en aquella época.
La música de los ochenta es precisamente el elemento que estructura el relato en quince capítulos dedicados a otras tantas canciones. ¿Surgieron espontáneamente en tu cabeza o te costó mucho elegirlas? ¿Es la de Nacha Pop que usas de título tu preferida?
Me encanta ‘La Chica de ayer’ y a mis hijas, dos milenials, también. Es una balada imperecedera. Y su frase “Demasiado tarde para comprender” me parece absolutamente noir. Yo quería hacer una novela negra, pero que tuviera una banda sonora. Me hice una playlist con canciones de la Movida que me gustaran y hubieran sido publicadas antes de 1984, año en que transcurre la historia, y construí la novela, canción a canción, capítulo a capítulo, en base a esa música.
¿Fue muy complicado adaptar el ritmo narrativo de cada episodio al de la canción correspondiente?
Hice un esfuerzo por conseguirlo; no sé si acerté. Antes de empezar a escribir un capítulo, escuchaba una y otra vez la canción que le daba título e intentaba teclear según su ritmo y su letra: lento, rápido o acelerado, cómico, trágico o esperpéntico, desencantado, vitalista o dionisíaco.
La periodista Olga Sanz es nieta de un personaje de tu anterior novela. Aunque es mujer y joven, ¿has proyectado en ella algo de ti?
Supongo que sí, que he proyectado en ella lo mucho femenino que llevo dentro. Me gusta mucho escribir desde el punto de vista de una mujer, incluso hay quien dice que me salen mejor los personajes femeninos que los masculinos, y eso lo recibo como un gran elogio.
Esta vez quise que el narrador y protagonista de la historia fuera una chica, una periodista, un homenaje a las muchas que se incorporaron al oficio a finales de los setenta y comienzos de los ochenta. No estaban todavía en los puestos directivos, pero eran magníficas reporteras. En concreto, con Olga Sanz, nieta del anarquista Liberto Sanz de ‘Pólvora, tabaco y cuero‘, tengo en común el espíritu libertario, el amor al periodismo crítico e independiente y las ganas de vivir.
¿Su pasión por la Fanta es un guiño a Mendoza, por la que siente su detective sin nombre por la Pepsi?
Jajaja. Absolutamente. Me encanta que lo hayas pillado. Es un homenaje al Eduardo Mendoza de ‘El misterio de la cripta embrujada’.
Desde Ouke Leele o Ceesepé a Pedro J. Ramírez o Juan Madrid. Numerosas personas reales se cuelan en tu relato. ¿Tendrás problemas con alguna o esperas que te inviten a una paella?
Los dos primeros que citas, que fueron amigos míos, han muerto, pobrecitos. La Movida ha dejado un terrible reguero de muertes prematuras. Demasiado alcohol, demasiada droga, demasiado vivir al límite.
Los dos segundos viven, afortunadamente. Pedro J. fue un periodista valiente en sus tiempos de director de Diario 16, pero luego se dejó llevar por la idea de que la realidad no debe arruinar un buen titular y se convirtió en el gran promotor en España del periodismo amarillo y sensacionalista. Juan Madrid no ha cambiado desde los ochenta. Sigue siendo un referente ético y un magnífico escritor noir.
Afirmas que no eres una de esas personas que creen que el pasado siempre fue mejor, pero tu historia destila una gran nostalgia por el tipo de periodismo que se hizo en la Transición. ¿Qué es lo que más echas de menos de esos años?
Muchísimas cosas han mejorado desde los ochenta, muchísimas. Pero me duele decir que el periodismo no es una de ellas. En aquellos tiempos, en medios como El País, Diario 16, El Periódico, Cambio 16 o Interviú, las empresas y los directores querían que salieras a la calle a buscar historias relevantes que tocaran las narices de los poderosos.
En cuanto a la Transición, la pones en entredicho en boca de Olga Sanz cuando dice: «Se está confundiendo la amnistía con la amnesia».
Sí, claro. Probablemente, no se pudo hacer más dada la correlación de fuerzas entonces existente. Pero es que han pasado más de cuarenta años y siguen pendientes muchas de las asignaturas que entonces se dejaron para septiembre. Entre otras, me repugna el ejercicio de desmemoria colectiva en que sigue viviendo España. Las generaciones jóvenes saben poco o nada de la República, la Guerra Civil, el franquismo o la mismísima Transición. La Transición no fue ese episodio rosa del relato canónico; fue muy dura y bastante sangrienta.
Según Mique Beltrán, tu novela combina en claroscuros el glamour de la Movida con el Madrid más noir, pero el lenguaje y el tono es muy fresco, sin asomo de truculencia o dramatismo. Supongo que es tu sello personal.
Yo creo que el género negro debe contar un tiempo y un lugar, especialmente sus aspectos más oscuros. Pero debe hacerlo de modo realista y, por lo tanto, también debe reflejar sus aspectos luminosos. La vida es solar y lunar.
¿Por qué elegiste el ‘caso El Nani‘–El Nene en tu ficción– entre los muchos que habrás tratado como periodista? ¿Has introducido muchos cambios, aparte del medio periodístico que investiga la corrupción policial (Diario 16 en vez de El País)?
El ‘caso El Nani‘, en el que estuve involucrado como periodista desde el primer día, es un ejemplo magnífico de lo que pasaba en aquellos tiempos. La peña quería vida y libertad, pero la Policía seguía siendo la del franquismo.
Los años de la Movida fueron también los de los quinquis, la heroína y la inseguridad ciudadana, y la Policía no sabía combatir la delincuencia de otro modo que no fuera a hostias. A El Nani lo detuvieron por un atraco que no había cometido, lo torturaron en los sótanos de la Puerta del Sol, se les murió e hicieron desaparecer su cadáver. Más noir, imposible. Lo cuenta Olga Sanz a través de lo que en la novela se llama el ‘caso El Nene‘.
Cuando llegaste a El País pediste hacer crónicas de sucesos, algo que entonces nadie quería hacer porque la política, la economía y la cultura marcaban las portadas. ¿Qué te atraía del submundo criminal?
Me gusta el género negro, de ficción o basado en hechos reales, desde los años setenta, décadas antes de que se pusiera de moda. Así que, al llegar a la redacción de El País en Madrid, le dije a Juan Luis Cebrián que quería hacer sucesos, que la crónica negra me parecía –y me sigue pareciendo– un modo magnífico de contar la realidad social de una ciudad y un país. Cebrián estuvo de acuerdo y me otorgó, encantado, el puesto, que la gran mayoría de los redactores no quería asumir porque prefería cubrir la política o la cultura.
Durante esa etapa debiste tratar con muchos abogados y policías. ¿Qué impresión te dejaron? ¿Tu rechazo a las novelas negras protagonizadas por policías y afines tiene que ver con esa impresión?
Jajaja. No. Mi rechazo a las novelas negras protagonizadas por funcionarios policiales tiene que ver con que no encuentro nada excesivamente heroíco en perseguir delincuentes contando con los inmensos medios humanos, materiales y tecnológicos que el Estado pone a su disposición. Es estresante y arriesgado, pero no heróico.
El héroe de las novelas es el individuo, hombre o mujer, que rema a contracorriente. En el noir, el detective privado de Hammett y Chandler. O un periodista, un abogado o cualquier otra persona que se busque la vida con su ingenio y sus escasos medios propios, sin tener a papá Estado detrás. Por lo demás, siempre he tenido buenas relaciones con policías y guardias civiles honrados y laboriosos. Y aún más con abogados valientes.
‘Demasiado tarde…’ tiene algo de autobiografía trans. ¿Sientes la tentación de escribir tus memorias al completo?
¡No! Tendría que dedicarle varios años a la tarea y ya me cuesta mucho encerrarme un montón de meses a escribir una novela. Casi medio siglo de periodismo me ha viciado. Soy muy de escribir rápido, publicar rápido y a otra cosa, mariposa.
¿A qué crees que se debe la morbosa curiosidad que inspiran los crímenes, desde El Caso, con Jarabo y otros muchos, a la carnicería tailandesa de este verano?
Bueno, a que nos cuentan que los monstruos existen y habitan entre nosotros. Que ese vecino, que crees una bella persona porque te saluda amablemente en el ascensor, puede ser un maltratador, un corrupto, un violador o hasta un asesino.
¿Qué opinas de la literatura negra que prolifera hoy por la que una hueste de asesinos en serie campan a sus anchas por la geografía española?
No es literatura negra, es ciencia ficción. Ya sé que la sangre y las vísceras venden mucho, producen bestsellers. Pero en España no hay asesinos en serie que reproduzcan en sus crímenes cuadros del Museo del Prado. Ni investigadoras dotadas de poderes parasicológicos. El noir es un género realista, y aquí lo que se da es la corrupción política y económica, el maltrato y asesinato de mujeres o la brutalidad de descerebrados como el descuartizador de Tailandia.
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