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‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice
Con Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Soledad Villamil, María León y Petra Martínez, entre otros
169’ Coproducción España-Argentina. Tandem Films, Pampa Films, Pecado Films, Nautilus Films, Movistar Plus+, Canal Sur, RTVE
Cuando la puerta del ascensor se abrió conmigo dentro, otra situada justo enfrente también lo hizo. Su figura, envuelta en traje oscuro con una impecable camisa blanca, se colocaba titánica pero natural, apoyada en el marco.
–Pase, si es tan amable –dijo con una voz tan grave como atractiva mil veces oída en pantalla.
Aquella irrupción repentina e inesperada hizo que mi libreta con pegatinas de Hello Kitty y apenas un puñado de preguntas temblase en mi mano. ¿Vamos de uno en uno? ¿Dónde está Manolo Solo? Creía que la entrevista era en una mesa redonda con más gente.
Saqué el móvil del pantalón y envié un WhatsApp con un miedo que crecía exponencialmente dentro de mí.
“No, no. Me voy de aquí. No tengo preguntas suficientes”.
El pánico a enfrentarme en un cara a cara con José Coronado –siendo un novato de primera y un crítico cinematográfico de segunda– hizo que no me fijara en la sala de espera de la quinta planta del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Blanca y pulcra, poseía diversas butacas al parecer no muy cómodas por las expresiones de varios compañeros que se hallaban ahí sentados.
En una mesa cercana a mí descansaban varios carteles de ‘Cerrar los ojos’, la recién estrenada –y prácticamente última– película de Víctor Erice, quien recoge estos días el Premio Donostia 2023 del 71ª Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Mi misión y la del resto de aquellos jóvenes periodistas era la misma: entrevistar a los protagonistas del largometraje, Ana Torrent, Manolo Solo y Coronado.
De repente, Solo emergió de una sala contigua a la vez que devoraba una manzana. Preguntó educadamente por un café con leche y volvió a entrar. Acto seguido, Ana Torrent apareció de otra nueva puerta –¿cuántas había allí?– y me sonrió mientras se disponía a firmar aquellos carteles promocionales bajo la atenta mirada de una mujer encargada de coordinar aquella jornada.
Ya estábamos todos.
La coordinadora andaba agitada de un lado para otro, dando órdenes a uno, preguntando por el café con leche a otra. Al verme, se detuvo en seco.
–Perdona, ¿qué haces aquí? –me preguntó mientras me miraba de arriba abajo con el ceño fruncido.
Su expresión se tranquilizó al dar mi acreditación y con suavidad me comentó que la mesa redonda –aleluya– comenzaría después de que los grandes medios de comunicación hicieran su trabajo.
Minutos después, me encontraba sentado con ocho compañeros y Ana Torrent formando un círculo de sillas. Su actitud nada se asemejaba al de una estrella del del séptimo arte. Cercana y serena, comenzaba a responder las cuestiones del resto con soltura y respeto mientras yo intentaba calmar mis nervios.
Comentó, en primera instancia, la meticulosidad –por todos conocida– de Víctor Erice, compulsando que hasta él mismo traía objetos de su propia casa para realizar las puestas en escena. De mi casa yo había traído sudor. La actriz se hallaba extasiada ante ‘Cerrar los ojos’, comentando que hay un círculo que se cierra en cuanto a su relación con el cine gracias al director.
–Yo empecé en este mundo por él –comentó. Mientras, yo no era capaz de articular palabra.
En aquella mesa redonda, el que disparaba más rápido ganaba. Mi timidez y la picaresca de mis compañeros más curtidos me empujaban, sin que yo pudiera evitarlo, hacia el mayor ostracismo. Torrent explicaba cómo la memoria y la identidad guiaban el grueso de su filme a la vez que se ilusionaba con la posibilidad de ir a los Óscar –para cuya edición de 2024 la Academia ha postulado, finalmente, ‘La sociedad de la nieve’, de Juan Antonio Bayona–.
Yo intentaba disimular mi inexperiencia con afirmaciones férreas de cabeza capaces de romperme el cuello y risas forzadas enlatadas más propias de ‘Dos hombres y medio’ que de un profesional. El tiempo pasaba inexorablemente y mis preguntas tenían fecha de caducidad. Para más inri, aquella voz grave que tanto me había amedrentado en el inicio de mi aventura resonó entre las paredes blancas de aquel cuarto luminoso.
–Vengo a intimidar –bromeaba Jose Coronado, asomado por el resquicio de otra de aquellas infinitas puertas. Todos los reunidos rieron, incluido yo, pero desde luego que cumplió con su cometido.
La coordinadora se acercó a nuestro círculo del cuarto poder y del séptimo arte con intenciones de acabar con aquella primera conversación. Después vendrían Solo y el intimidador de novatos. Yo seguía sin decir esta boca es mía.
En un impulso torpe, brusco y casi inconsciente me salieron cojeando unas tenues palabras que lograron llamar la atención de todas aquellas personas. Ana Torrent, que ya se había levantado de su silla, volvió sonriendo a su posición y me pidió que por favor repitiera mi cuestión.
–Sí que creo en las segundas oportunidades –me confesó. Además, señaló que era mucho más sencillo perdonar a un familiar que a un amigo o a una pareja para terminar de satisfacer mi curiosidad laboral.
Sin tiempo para asimilar nada, la actriz se despidió del grupo y en un abrir y cerrar de ojos –valga la redundancia– se hallaban frente a mí los dos protagonistas masculinos.
–Vamos Manolo, por Dios. Quiero irme a comer.
Tras una breve presentación, las preguntas comenzaron otra vez. Pum, pum, pum. Respuestas. Pam, pam, pam.
Observaba con asombro como una de mis compañeras hacía cuestiones sin pudor alguno sobre sus vidas personales, intentando sacar jugo a cualquier frase. Implacable, se valía de su experiencia en batallas campales como aquella y acaparaba toda la atención con interrogantes simplonas, interrumpiendo a otros compañeros e, incluso, corrigiendo a Manolo Solo y Coronado.
En los breves interludios en los que la cazadora de Sálvame se quedaba en silencio para recargar su escopeta, algunos valientes compañeros disparaban con algo de temor.
–Lo primero que me atrajo de esta película fue trabajar con Erice, con un genio, un maestro –explicó Coronado.
Ambos estaban de acuerdo, al igual que Torrent, en lo extraordinario de la dirección del creador de ‘El espíritu de la colmena’, con un código críptico y enigmático en el que no se habla apenas, alejado de la praxis de otros cineastas.
Alegando llevar en el Círculo de Bellas Artes la friolera de seis horas consecutivas realizando entrevistas, el tándem quería irse lo antes posible. Con los nervios mucho más controlados gracias a la sorpresa que había sacudido mi cuerpo aquella periodista pedante, les pregunté sobre sus preocupaciones acerca de la vejez.
–A la muerte hay que esperarla sin miedo y sin esperanza –sentenció el protagonista de ‘Vivir sin permiso’–.
Raudos y veloces, abandonaron aquella habitación.
Rehice mis pasos y volví a la puerta por la que había entrado una hora –¿solo?– antes. Sin darme cuenta, me di de bruces con la parada de metro mientras cavilaba en lo acontecido con anterioridad. Pese a mis tembleques iniciales, me sentía feliz, complacido, satisfecho. Había realizado mi trabajo y tenía las entrevistas. Súbitamente, una labor desatendida sacudió mi cuerpo. ¿Cómo podía haberlo dejado pasar?
Olvidé pedir a José Coronado un autógrafo para mi madre.
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