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Paolo Sorrentino, Palmera de Honor
38ª Mostra de València
Encuentro con los medios
Sala Berlanga de la Filmoteca de València
Viernes 20 de octubre de 2023
“Lo que hay de napolitano en mis películas es la ironía”. Y es a lomos de esa ironía como el director Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) fue despejando cada una de las preguntas que se le fueron formulando en el encuentro en la Sala Berlanga de la Filmoteca, con motivo de su Palmera de Honor de la 38ª Mostra de València. Las fue despejando como si fuera Jep Garbandella (personaje encarnado por Toni Servillo en ‘La gran belleza’) abriéndose paso por entre una multitud de festeros hiperestesiados por una música machacona.
Y lo primero que dijo, preguntado por aquello que le achaca Stefania (Galatea Ranzi) a Garbandella de que no es un escritor comprometido, sino un novelista que habla de sentimientos, es que sus personajes se hallan al margen de ese compromiso: “Mis personajes nunca están comprometidos ni social ni políticamente; solo lo están con la idea de que el tiempo pasa y un día morirán”.
“No estoy interesado en la política y mucho menos en la política actual. ¡Basta de política! Mi cine se identifica más con la creación libre”, proclamó, utilizando lo de creación libre por seguir el hilo de una pregunta posterior, antes de haber despejado otra cuestión con un lacónico “no lo sé”, refiriéndose al supuesto poder que concede o resta a algunos de sus personajes relacionados con el poder.
Cualquier pregunta relacionada con asuntos que tuvieran que ver con la actualidad política y su decantado en alguna de sus películas, Sorrentino la despejaba guardando silencio para, enseguida, responder con ese “no lo sé” indiferente, parecido al famoso “preferiría no hacerlo” del protagonista de ‘Bartleby, el escribiente’, de Herman Melville.
Aun así, llegó a precisar, con respecto a la acción política de Giorgia Meloni –que ahora rige los destinos de su país–, que era “demasiado pronto” para saber el lugar que ocupará la mandataria en la historia y, puestos a juzgarla desde el más ramplón presente, concluyó: “No me ocupo de la crónica, que me parece vulgar”. Algo similar respondió cuando fue interpelado acerca de los acontecimientos en Gaza, tratando de arrancarle algún tipo de adhesión hacia el sufriente pueblo palestino: “No puedo responder a esa pregunta sin caer en alguna banalidad y no me gusta ser banal”.
Ya más centrados en lo estrictamente fílmico, Sorrentino se iba meciendo con suavidad entre el “remolino de la mundanidad” que describe Garbandella como foco de su apatía y lo que Titta di Girolamo, en ‘Las consecuencias del amor’, suelta a quien le acusa de mentir acerca de su profesión: “La verdad, amigo mío, es muy aburrida”. Sin embargo, es la verdad, despojada de abulia, la que no dejan de perseguir sus abatidos personajes. De ahí que dijera: “Lo que se esconde detrás de la creación artística soy yo mismo”.
Un “yo” poliédrico que tan pronto asume que “la frivolidad es una tentación irresistible y una perversión” (‘La juventud’), como pone en boca de una performer: “Soy una artista. No tengo por qué explicarle una mierda” (‘La gran belleza’). O, también: “La suerte no existe, es un invento de los fracasados y de los pobres” (‘Las consecuencias del amor’). Sin olvidarnos del monólogo con el que Garbandella finiquita su viaje al fondo del recuerdo de su primer amor: “Siempre se termina así, con la muerte. Pero primero ha habido una vida escondida bajo el blablablá… Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo y blablablá. A mí no me importan los otros. Así pues, que empiece la novela. En el fondo es solo un truco”.
De manera que, entre ironías y algún que otro truco verbal, Sorrentino continuó desgajando las preguntas con la parsimonia del buen prestidigitador. Por ejemplo, la relativa a la belleza que impregna a sus imágenes, con la figura femenina concitando a un mismo tiempo la seducción y el temor: “La belleza reside en la complejidad del ser humano y los esfuerzos que llevamos a cabo para descifrar esa complejidad”.
Y añadió: “Pienso que las mujeres tienen un grado de complejidad mayor, por eso me gustaría meterlas cada vez más en mis historias”. Mujeres que tan pronto anestesian a dos septuagenarios como Fred (Michael Caine) y Mick (Harvey Keitel), cuando se sumerge desnuda en su piscina la Miss Universo Madalina Ghenea, como anuncian el comienzo de algo sumamente arriesgado: “Puede que sentarme aquí sea la cosa más peligrosa que he hecho en toda mi vida”, dirá Di Girolamo cuando rompa el silencio que venía manteniendo con la camarera Sofía (Olivia Magnani).
Que ’La gran belleza’ guarda correspondencias con ‘La dolce vita’, de Federico Fellini, no lo negó, pero aclaró: “Trato de no inspirarme en él, porque el riesgo es hacer una mala copia. Pero admiro mucho a Fellini, sobre todo por su capacidad de representar cómo los seres humanos no se adaptan al mundo, aunque sean ricos y guapos”.
A Maradona también le dedicó algunas palabras, teniendo en cuenta las alusiones a su genio balompédico trasladadas a ‘Fue la mano de Dios’ y su inclusión también como personaje en ‘La juventud’: “Me he emocionado más con un gol de Maradona que con el cine”, subrayó, englobando, después, el fútbol con la religión y el propio cine: “Son tres formas de espectáculo, por eso aparecen en mis películas”.
Dejó fuera a la política por considerar que no se trataba de un espectáculo: “Es la construcción de las relaciones de fuerza entre las personas, y eso sí me interesa”. “La política lo que hace es amplificar esas relaciones de fuerza tanto entre poderosos y débiles, como entre hombres y mujeres, o entre hombres y hombres”, agregó. La misma amplificación que sugiere uno de sus personajes cuando Jep Gambardella dice no ser misógino, sino misántropo: “Muy bien. Cuando se odia hay que ser ambicioso al máximo”.
¿En su cine, las imágenes están por encima de los discursos? De nuevo, “no lo sé”, aunque prosiguió: “Una película es una síntesis. Las imágenes son más eficaces que las palabras, aunque un film es todo: imágenes, sonidos, palabras. Pienso que las imágenes permanecen más tiempo en la memoria”.
Luego volvió a tirar de la imaginación que constituye otro de los rasgos de su cine, hasta el punto que abrió ‘La gran belleza’ con esta cita de Louis-Ferdinand Céline, de su ‘Viaje al fin de la noche’: “Viajar es útil. Activa la imaginación. Lo demás es decepción y fatiga”. También llegó a poner esto en boca de Titta di Girolamo: “Lo peor que puede ocurrirle a un hombre que pasa mucho tiempo solo es no tener imaginación”.
De ahí que hablara del éxito de sus películas en estos términos: “Tenía expectativas muy pobres sobre mí y las he superado rápidamente. Por eso tengo el ánimo bajo”. Un ánimo que, como el de la mayoría de sus personajes, se eleva cuando quedan a merced de los relatos que vienen a restañar heridas. “Observo la realidad e intento cambiarla, con el fin de restituir al público una mentira que puede parecer una verdad más verdadera que la realidad”.
De las fiestas un tanto hiperbólicas que aparecen en algunas de sus películas, Sorrentino advirtió que “son todo invenciones; las fiestas de Roma no son como las que muestro en ‘La gran belleza’”. Más tarde, completó esta idea: “La fiesta es el lugar donde el hombre manifiesta su incapacidad para estar en el mundo. Hay dos segundos que pasan entre el momento en que uno deja de bailar y el instante en que todavía no ha vuelto al mundo real. Por eso me gustan las fiestas, porque en esos dos segundos se manifiesta el ridículo del ser humano”.
Paolo Sorrentino también se refirió al cineasta joven de aquel su primer largometraje en 2001, ‘Un hombre de más’, al más maduro que le dedicó a Maradona su última película, ‘Fue la mano de Dios’ (2021). Y lo hizo siguiendo la estela de Mick en ‘La juventud’, cuando dice: “De joven, las montañas las ves cerca. De viejo, más lejos”. “Cuando era adolescente”, concluyó Sorrentino, “las emociones eran más potentes. Era más profundo de joven. Ahora me siento ignorante siendo viejo”.
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