Bradbury

#MAKMALibros
‘Fahrenheit 451’, de Ray Bradbury
Con motivo del 70 aniversario de su publicación
François Truffaut la llevó al cine en 1966
Con Oskar Werner, Julie Christie, Cyril Cusack, Mark Lester, Yvonne Blake

«Qué placer era quemar. Qué placer especial ver cosas devoradas, ver cosas calcinadas y transformadas».

El fuego, desde su descubrimiento, ha sido sinónimo de vida y de destrucción. Calienta, también quema. No hace distinciones. Ante él somos todos iguales: nos destruye, nos convierte en polvo, acelera nuestro olvido.

Ray Bradbury (1920-2012) escribió ‘Fahrenheit 451’ en 1953 como una distopía ―es un fastidio observar con qué acierto describían los escritores pasados un futuro que resulta ser nuestro presente―, que nos alerta sobre el peligro del conformismo.

El título es en sí mismo una advertencia: ‘Fahrenheit 451’, además de un título atractivo, es la temperatura a la que el papel de los libros empieza a arder, el equivalente a unos 233ºC, para que nos entendamos.

Fotograma de ‘Fahrenheit 451‘, de François Truffaut, basada en la novela homónima de Ray Bradbury.

El autor nos presenta una sociedad anestesiada por la oferta audiovisual en donde los bomberos queman libros porque “es un arma cargada en la casa de al lado”. Lo importante es hacer desaparecer al diferente, al que piensa y amenaza con desequilibrar el sistema. En esa sociedad lo importante es que los miembros de la población sean idénticos entre ellos. Todos iguales.

Las paredes de las casas son grandes televisores que solo transmiten telebasura ―lo que ya conocemos, vaya―, a través de las cuales también se pueden comunicar con otras personas. La población vive permanentemente conectada con una realidad que no solo no experimenta, sino que ni siquiera existe. Como telón de fondo tiene lugar una guerra de la que nadie sabe nada y que no parece importar lo más mínimo. A veces se oye el ruido de las bombas, nada que silencie las voces provenientes de las paredes parlantes.

Guy Montag es el protagonista, un bombero que, en un principio, disfruta quemando libros. Acude al trabajo cada día, cumple su deber con honor, tiene una mujer siempre en casa viendo y escuchando toda la oferta de ocio que tiene a su disposición.

Oskar Werner y Julie Christie, en un fotograma de ‘Fahrenheit 451’, de François Truffaut.

Un día, se encuentra con su vecina Clarisse McClellan, una joven que disfruta de los libros, de la vida y de sus detalles. Solo habla con ella unos pocos días, hasta que desaparece. En uno de esos momentos, Clarisse le formula la gran pregunta: “¿Es usted feliz?” Es entonces cuando el mundo de Montag se desbarata.

Clarisse es el detonante del cambio de actitud de Montag. Es la chispa que enciende el pensamiento dormido del bombero. Se trata de un personaje vital sin el cual no existiría la historia, Es, si cabe, una figura mucho más importante que el propio Montag. Es el fantasma que le guía en el silencio. Tan importante como los libros y las historias que acompañan en épocas de oscuridad, que hablan a través tiempo y que impulsan al bombero a adentrarse en un abismo de preguntas y reflexiones. Pensamientos salvajes en una sociedad dormida.

A pesar de estar escrita en tercera persona, Ray Bradbury no parece buscar dejar al lector en su papel de espectador, sino que consigue convertirle (convertirnos) en Guy Montag, en un bombero quema libros que reflexiona acerca de la razón de su destrucción, que se pregunta el por qué; que comienza a ser consciente de la gran mentira en la que vive sumido de la que los gobiernos son culpables y los ciudadanos cómplices, por dejarse atontar.

Fotograma de Fotograma de ‘Fahrenheit 451’, de François Truffaut, basada en la novela homónima de Ray Bradbury.

Sé que debería hablar de Beatty, el jefe de Guy, quien le pone contra las cuerdas para luego perseguirle; o de Flaber, el anciano lector que le adentra en la inmensidad de los libros y de tantos personajes secundarios que cumplen una función en la historia; pero creo importante parar e indicar que lo mejor es que leáis la novela. Ninguna película, artículo o podcast sobre el libro os hará sentir igual que Bradbury. Experto en palabras y en historias tan inverosímiles que no cuesta nada creerlas.

No creo que pueda añadir algo nuevo a lo que ya sabemos, lo que sí veo necesario es recordar que la ignorancia nos vuelve manipulables, pero también peligrosos. Si alguien duda de ello es que es un ignorante.

«Se acorta la escolarización, se relaja la disciplina, se abandona la filosofía, la historia, los idiomas (…)

(..) La vida es inmediata, el trabajo cuenta, el placer lo ocupa todo después del trabajo. ¿Para qué aprender algo que no sea apretar botones, mover tuercas y pernos?»

‘Fahrenheit 451’ fue escrita en el sótano de la biblioteca de la Universidad de California porque en su casa siempre prefería jugar con sus hijas a escribir, una acción preciosa y nada rentable para la economía familiar. Tecleó con velocidad enfermiza en una vieja Remington que alquilaban por diez centavos la media hora y creo que estamos todos de acuerdo en que fue una de las mejores inversiones de su vida.

El escritor Ray Bradbury, autor de ‘Fahrenheit 451’, durante una conferencia.

Ray Bradbury utilizó su imaginación como arma y como bálsamo frente a la realidad cruel. Siempre con sonrisa, siempre escribiendo, siempre imaginando, siempre inventando otra realidad. “La vida es corta, la desdicha segura, la muerte cierta”, sentenciaba en su libro ‘Zen en el arte de escribir’. Es un buen mantra, de eso no cabe duda.

A estas alturas del texto me veo obligada a lanzar la advertencia: no sirve de nada leer si no se lee con el alma. Si no estamos abiertos a las palabras que tenemos ante nosotros, si no dejamos que la historia penetre en nuestro interior, si no permitimos que nos remuevan y nos hagan sentir incómodos y nos planteen preguntas de las que a lo mejor no tenemos respuestas. No sirve de nada si solo leemos aquello que encaja en nuestra línea de pensamiento, si pasamos por encima de las palabras solo para sentiros orgullosos de añadir un libro más a nuestra lista.

Bertrand Russell afirmó, con más razón que un santo, que “el problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”. La estupidez es una fuerza que arrasa con todo, pero no invencible.

Dudemos, preguntemos, busquemos, leamos, abramos nuestros sentidos, cuestionemos la verdad que nos presentan y que nadie discute. Peleemos contra nuestra propia ignorancia.

Dejad el móvil y esa serie de moda, abre la mente y acaba el libro que descansa desde hace meses sobre la mesita de noche. No digáis que no os lo advirtieron.