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‘Negrura’, de Soraya Centeno
Galería CLC Arte
En Sala 6, València
Impelida por «el conocimiento que no pertenece a los sentidos, el intelecto o el corazón, sino a lo más profundo de tu ser, el espíritu», la artista sueca Hilma af Klint (1862-1944) guardó para sí en una enorme caja de madera “óleos y acuarelas, estudios botánicos de plantas, flores y semillas junto a incomprensibles diagramas matemáticos, así como unos 15.000 cuadernos que documentaban su proceso creativo”, recordaba el crítico y comisario de arte Daniel Birnbaum en ‘Hilma af Klint, visionaria’.
Una publicación ilustrada que rescata del légamo del olvido a una pionera del arte abstracto –con permiso de la hispanobritánica Georgiana Houghton (1814-1884)– que se hubo adelantado a las pesquisas teosóficas de Kandinski antes de sufrir un muy habitual damnatio memoriae entre sus contemporáneos.
Influida por su obra y pensamiento, la artista Soraya Centeno se encamina hacia “la inexplicable y ardiente aspiración del hombre interior a lo infinito” con ‘Negrura’, serie expositiva con la que recala en la galería CLC Arte de València a modo de una ópera prima “inspirada en el proceso de meditación”, a través del que “la obra se sumerge en la negrura de la mente y emerge con clarosucuros, como rayos de luz que atraviesan una densa niebla”.
Acaso porque “allí donde la luz no alumbra, tal vez alumbre la sombra”, tal y como advertía el poeta argentino Roberto Juarroz, para quien apagar una luz deslumbraba más que encenderla.
“La fuerza y el poder de transformar todo está en el interior; está dentro, no fuera”, confiesa Centeno. “Creo que todos tenemos un gran poder transformador que está en nuestro interior y se trata de cambiar de percepción; de esa forma es como yo creo que ocurren los milagros”.
Prodigios a los que la artista expone a sus figuras, aisladas como seres atomizados entre las tinieblas mediante un proceso de meditación que la artista alcanza tras una mirada analítica. “Tuve la necesidad de entender realmente cómo funciona la meditación físicamente en el cuerpo. Si no entiendo algo, no puedo vivirlo”.
Un ejercicio previo, razonado y metódico, tras el que, finalmente, “llegué al trance a través de la negrura. En muy poco tiempo, me adentré en una inmensidad, infinita en el vacío. Estaba tan predispuesta que me dejé llevar. A partir de ahí, empezó a nacer la idea de los claroscuros, sacar la luz en esa oscuridad que a mí me lo da todo”.
Un estado, a la postre, que equilibra el desgobierno de la razón con la intuición de lo creativo. “Todo el mundo piensa que la meditación es calma, relax…. En absoluto; para mí es oscuridad, porque gracias a esa oscuridad desconectas absolutamente y, entonces, puedes empezar a crear”.
Una naturaleza del ingenio que transita –como describen las cartelas de sus obras– de la actividad divina al conocimiento y la meditación piadosa, a la mirada complacida del deleite en el que “la negrura no solo es un elemento estético, sino también un símbolo de este espacio interior”, sumergida la artista y sus sujetos en las profundidades de la conciencia, abrazando la oscuridad “como parte integral de la experiencia humana”, tal y como Soraya Centeno revela en sus escritos.
Una peripecia vital que comunica la frágil y, a la par, perseverante lucha de esos pequeños individuos que protagonizan sus dibujos, sometidos, primero, y entregados, después, a ese cosmos eterno en el que, tal vez, aguarden las certezas. “Quiero transmitir la sensación de humildad del ser humano, porque somos muy pequeños en comparación con el vasto universo”.
En consecuencia, sus figuras, “concentradas en su actividad de introspección”, pugnan en silencio, entre negruras, por alcanzar un estado de supraconsciencia que dirige su existencia con intangibles capacidades de inspiración. A la postre, “abrir camino en la mente para llegar a ese yo supraconsciente que es lo que te da el conocimiento, la verdad, la conexión con el todo”, advierte Centeno.
Un modo de horadar la travesía mental que la artista ilumina con las resinas que cubren la epidermis de los cuerpos y rostros que habitan en sus negruras. “La resina simboliza el espejo, eso que no acabamos de conseguir, ese conocimiento, la verdad, lo que nos hace discernir entre el bien y el mal. Pero estamos gobernados por el ego, que es lo que no impide conocerlo”. Una materia que pocos individuos pueden advertir en primera instancia, pero que para la artista lo permea todo.
Sin embargo, antes de que el látex impregne la superficie con las últimas voluntades poéticas, “primero dibujo, boceto. Luego escaneo y sobre el digital añado texturas y hago todos los barridos, trabajo toda la obra, pero muy intuitivamente, sin seguir ningún patrón. Me dejo llevar, no hay nada estudiado”.
Tal vez una forma inmejorable de dejarse mecer por el azar, en tanto que “no hago esto con ningún objetivo ni como un medio para llegar a nada. Lo hago como una necesidad. Yo con mi meditación y este camino de conciencia y de ejercicio interior continuo. Creo mucho en mi intuición actual. Experimento muchos inputs que antes no tenía y que me hacen ver sincronicidades continuamente. Esto forma parte de uno de esos inputs. Yo sabía que quería transmitir el proceso, pero no sabía cómo”.
Una fórmula de introspección que habita entre la contingencia, la meditación y el descubrimiento, siempre en un estado de ‘Negrura’ a la que Soraya Centeno entrega sus voliciones para tratar de comprender en medio de la complejidad de la mente. “El único objetivo que tengo es poder amarlo y perdonarlo todo. Con el tiempo miraremos atrás y uniremos los puntos. Porque todo termina teniendo sentido”.
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