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‘Plegaria para pirómanos’, de Eloy Tizón
Editorial Páginas de Espuma, 2023
Los relatos breves podrían clasificarse en estas categorías: los que se tragan rápido como cápsulas analgésicas o tranquilizantes, los que se paladean cual caramelos o bombones haciéndolos durar lo máximo posible, y los que se mascan como chicles hasta exprimir todo su sabor. Y, luego, en una categoría aparte, los de Eloy Tizón (Madrid, 1964). Porque los del autor madrileño ofrecen un exquisito menú de lenguaje molecular de exigente digestión y elevado efecto saciante imposible de clasificar.
Autor de tres novelas y tres libros de cuentos –’Técnicas de iluminación’, ‘Parpadeos’ y ‘Velocidad de los jardines’–, Tizón se ha consagrado como uno de los máximos exponentes de la narrativa breve en este país. Publicados con amplios intervalos de tiempo, sus títulos son esperados con expectación, y nunca defraudan.
El cuarto y último, ‘Plegaria para pirómanos‘ (Páginas de espuma), ya en la segunda edición, incluye nueve relatos entrelazados en una suerte de laberinto tridimensional que recuerda los dibujos de Escher, en torno a un personaje, Erizo, en el que el autor se proyecta bajo el revelador disfraz de las palabras.
¿Ser considerado uno de los mejores autores españoles de narrativa breve no te agobia un poco? ¿Te molesta que te llamen cuentista?
Que me llamen cuentista es un mal menor, considerando los epítetos mucho peores que podrían propinarme. La presión a la que te refieres existe, desde luego, pero bendita presión. Más vale acostumbrarse a convivir con ella, ya que en caso contrario tendría que abandonar la escritura y dedicarme a otro oficio. Puestos a elegir, prefiero escribir con presión que abstenerme de escribir por miedo.
Si en ‘Plegaria para pirómanos’ has invertido diez años e incluye nueve relatos, el resultado es que escribes uno al año. ¿Cuánto tiempo sueles dedicarles?
Es difícil calcularlo, porque es un tiempo complicado de cronometrar. Aparte de la creación pura y dura, detrás hay muchas horas de relectura, corrección, cribado… ¿Cómo se mide todo eso? Imposible llevar las cuentas. Siempre se me dieron mal las matemáticas. Supongo que será mucho, seguramente meses para cada relato, pero eso no me preocupa.
¿Qué más da? Lo único que importa es el resultado final, si es digno o no, y el resto carece de importancia. Imagínate que en las cubiertas de los libros, debajo del título y el nombre del autor, apareciese esta advertencia: «Tardó seis años en escribirlo». O esta otra: «La improvisó en una semana». Sería bastante absurdo, ¿verdad?
Hay muchos autores que publican una novela cada dos o tres años. ¿Cómo llevarías tú ese ritmo?
Mal. Ese ritmo no es para mí, eso lo sé de sobra. Supe desde el principio qué clase de escritor quería ser, y se parece bastante al que soy. Más allá de la mayor o menor productividad, pienso que cada uno debe ser leal a su proyecto personal y no traicionarlo por baratijas. Juan Rulfo publicó dos libros en toda su vida y es perfecto; para qué más. En cambio, Marcel Proust acumuló miles de folios para aproximarse a lo que había soñado; y también es perfecto. Ninguno es superior al otro. Los dos llevaban razón en lo suyo.
¿Por qué el nombre de Erizo para tu ‘alter ego’?
Me resulta sugerente por varios motivos. En primer lugar, es breve y rotundo. De las cinco letras que tiene, comparto cuatro con él; eso da una idea bastante precisa sobre cuál es nuestra relación: estamos muy cerca pero no somos idénticos. Me gusta que no se sepa si es un apellido o un mote que alguien le puso. Y me gusta el animal en sí: se protege, tiene púas, si te acercas más de la cuenta con malas intenciones puedes salir lastimado, aunque mírale la cara: cuánta ternura.
Tu prosa se mueve entre la poesía y la filosofía. ¿Más cerca de una de ellas o equidistante?
Sinceramente, llamarlo filosofía creo que me queda grande. No aspiro a tanto. Tal vez podríamos hablar mejor de reflexiones, que resulta menos apabullante. En lo que sí estoy de acuerdo es que el cuento es un arte de encrucijadas: comparte elementos narrativos con la novela; capacidad metafórica con la poesía; y posibilidades de pensamiento con el ensayo. Esto lo convierte en un género muy maleable e híbrido, ideal para hacer pruebas y experimentos. Por mucho que disguste a algunos académicos, la experimentación está en el adn del cuento.
La lectura del libro es como ascender una montaña y tener cada vez menos oxígeno narrativo y mayor abstracción atmosférica. ¿Por qué has invertido la estructura de tus libros anteriores?
Por pura necesidad de cambio. Intento no repetirme. Mis tres libros de cuentos anteriores iban de lo no-narrativo a lo narrativo. O de la música a lo concreto, si se prefiere decir así. Hacer lo mismo por cuarta vez me habría resultado redundante. En lugar de eso, he probado a hacer lo contrario: comenzar con ‘Grafía’, que es un cuento bastante narrativo (tanto, que incluso es -meta) y hacia el centro del libro romper con piezas menos catalogables. La segunda mitad la ocupan los cuentos más oníricos, hasta llegar al último, que creo que es bastante transparente. Así es como lo veo yo.
«El entrenamiento literario no tiene utilidad. La escritura es una modalidad de entrenamiento que solo sirve para entrenarse más». Tu trayectoria parece desmentir lo que piensa Erizo en ‘Grafía’, pues has ido ganando dominio sobre el lenguaje, de forma que ya no importa lo que cuentas sino cómo lo haces.
Lo cierto es que me siento incapaz de separar el fondo de la forma mientras escribo. El cuento aparece ya circunscrito dentro de una forma determinada y única, o sería otro cuento distinto. Mi deber es encontrarla. El mismo ritmo y la sonoridad de las frases, la cadencia de los párrafos, en gran medida predetermina el argumento de mis historias. Si el ritmo de la prosa fuese diferente, quién sabe, tal vez eso me obligaría a decantarme por otros temas. Diría que son elecciones simultáneas, el qué y el cómo, imposibles de analizar por separado. Se habla poco de esto. No sé otros escritores, pero para mí lo que cuento es cómo lo cuento.
Siguiendo con el tema de los entrenamientos, el que sufre una pulga en ‘Mi vida entre caníbales’, ¿no es el mismo al que nos somete la vida?
Esa metáfora se puede aplicar a numerosos aspectos de la vida, estoy de acuerdo. A la educación, en primer lugar; o a la disciplina castrense. Y a muchos otros más. Me lo explicó hace bastantes años una domadora colombiana, cuando viajé por allí, que se dedicaba a montar “circos de pulgas”, que no son un mito, sino que existen en la realidad, incluso en nuestros días. Y la manera de amaestrar a esos pobres bichos es como lo describo en el libro.
Este relato, ‘Mi vida entre caníbales’, situado en el ecuador del libro, es el que, aparentemente, más se desmarca del resto por la voz femenina, aunque luego también se conecta con el resto en ‘Anisópteros’.
Sí, así es. Ese cuento puede resultar desconcertante al principio, lo admito, debido a que es la primera vez que cambio de voz: el narrador deja de ser Erizo y pasa a ser una narradora. Al final, creo, una vez leído el libro entero, ese cambio está justificado. En el fondo, me interesa plantear la cuestión de la autoridad (que ya aparece apuntada desde el comienzo en ‘Grafía’) y la pregunta acerca de quién es el dueño del relato. ¿A quién pertenecen las historias? Saber eso sería haber desentrañado media verdad, como poco. Y me gusta que sea una narradora (mujer) quien le disputa a Erizo el control del relato.
«Ah, la timidez. Por fin vamos llegando. ¡Si al menos se pudiera operar y extirpar, como las amígdalas o el duodeno. ¡Qué alivio sentiría uno, liberado del peso de ese órgano improductivo que solo genera trastornos». ¿Eres una persona tímida y la literatura te ayuda a combatir la timidez?
Lo fui. Soy un extímido reconvertido. Durante la adolescencia y parte de mi juventud, fui ese alumno callado, sentado al fondo del aula, que prefiere quedarse con la duda dentro antes que alzar la mano, preguntar en voz alta y correr el peligro de llamar la atención. Mi peor pesadilla era tener que hablar en público. Ahora, irónicamente, no paro de hacer presentaciones, dar charlas e impartir clases. La propia vida (y la literatura, sí) me ha liberado de muchas timideces, que al final son barrotes. Si creyese en el karma, pensaría que se está tomando la revancha.
¿Quiénes son los miembros de tu familia literaria que sientes más cercanos?
Tengo amigos escritores con los que siento una especie de fraternidad: Andrés Neuman, un casi hermano para mí; Daniel Monedero, otra alma cercana; Emma Prieto, que es una de las autoras más compasivas que conozco. Todas ellas, junto a algunas otras, como María Codes e Isabel Cañelles, irradian una bondad inteligente que deseo mantener cerca de mí, para alimentarme de esa fuente de energía que es, como diría Lezama Lima, «una suerte de seda de manantiales y cariños».
¿Por qué tu fidelidad al cuento?
No lo sé bien. El cuento como género me fascina y le sigo encontrando infinitas posibilidades. No me canso de él. La novela también me atrae, pero tal vez exige un tipo de estructura mental más organizada que la mía en estos momentos, en que tiendo más a la discontinuidad y lo fragmentario. Si alguna historia me demandase un tratamiento más extenso, por supuesto que recurriría a la novela. Hasta este momento, el formato breve se adapta mejor a mis necesidades y cubre todas mis expectativas a la hora de narrar algo.
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