#MAKMAArte
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
Presentación en Fundación Bancaja
Plaza de Tetuan 23, València
13 de diciembre de 2023
“El estudio de la imagen es importante por ser un signo de nuestro tiempo; sin embargo, parece que llegamos con retraso. Entender cómo se construye, cómo se usa, cómo nos influye, qué hay detrás de lo que se ve y (mejor) de lo que no se ve. Requerirá pensarla constantemente porque, al igual que la comunicación escrita, está viva, cambia y evoluciona”, advertía en su artículo ‘#Pensar la imagen‘, publicado en MAKMA ISSUE #05 | Diseño, la artista y diseñadora Marta Negre, autora de la portada de nuestro monográfico en papel dedicado a Joaquín Sorolla, que ha contado, a la par, con la maquetación y vídeo de los contenidos del diseñador José Antonio Campoy.
Y a tales inquietudes nos acogemos –modo, causa y metodología de la obra, a la postre– cuando, en nuestro editorial, ya avanzamos que “mal haremos en quedarnos únicamente con el Sorolla de la luz blanca deslumbrante”.
Porque, tal y como y como refiere el director del Museo de Bellas Artes de València y comisionado del Año Sorolla, Pablo González Tornel, “las valencianas y valencianos sabemos que el mundo de Sorolla no existe. Sus cuadros están compuestos por retazos de realidad (…) que el pintor combinó para crear un ideal con el que toda persona querría identificarse”.
Quizás sea la primera de las razones por las que se haya escrito que “al pintor valenciano no le influyeron las vanguardias (…). No vemos en su producción referencia alguna al expresionismo o al cubismo, por ejemplo, y es que su camino ya lo tenía hecho”, asevera Pilar Tébar, comisionada adjunta del Año Sorolla y directora general de Patrimonio Cultural de la GVA.
Un camino que transita por territorios en los que, nos recuerda la comisionada adjunta del año Sorolla Ester Alba Pagán, “sus obras muestran una mirada no solo contemplativa, sino una arraigada forma de relatar y denunciar socialmente la dureza de la vida”.
Una aspereza existencial no exenta de otros bienaventurados predios, puesto que “la frenética actividad pictórica de Sorolla no supuso para él el abandono del cultivo de las relaciones personales ni con su familia ni con amigos ni mecenas”, nos matiza Inmaculada Rodríguez Moya, comisionada adjunta del Año Sorolla.
Una comunión de factores determinantes para cultivar la mirada del espectador que perfila Rafael Alcón Traver, presidente de la Fundación Bancaja, quien atestigua que “acercarse a Joaquín Sorolla es una experiencia intensa, emocionante y transformadora. Su obra conmueve e impresiona, y su personalidad despierta admiración y asombro”.
Un deslumbramiento que germina ya desde su visión de la infancia, un “tema válido para el arte” en el fecundo territorio pictórico intersecular. “Sorolla, como buen pintor del natural, refleja lo que ve. Y en el mundo hay niños”, refrenda la conservadora del Museo Sorolla Sonia Martínez Requena, entre ‘Cordeleros de Valencia’ y aquella ‘Niña hilando en El Cabañal’.
Y de entre ese indubitable reflejo de lo sustantivo, emparentado con aquel citado frenetismo, atesora cabida su amistad inquebrantable y artística con Mariano Benlliure; una relación que “se inició siendo los dos adolescentes en València y duró toda su vida”, rememora Covadonga Pitarch, conservadora del Museo Sorolla, quien atraviesa los venturosos intercambios artísticos entre “dos valencianos instalados en Madrid que vivieron para crear un arte único”.
Una residencia en la capital donde Joaquín Sorolla “ha quedado para la posteridad ligado a la vivienda madrileña que le acogió los últimos doce años de su vida” y que reflejó muchos de los gustos del pintor, “desde lo valenciano hasta lo andaluz e italiano”, compulsa Clara Gil Gimaré, becaria FormARTE del Museo Sorolla.
Un fecundo y definitivo lar instituido en la consecuencia última, en tanto que, según nos testifica el escritor y profesor Juan Laborda Barceló, “su casa-museo de Madrid es un centro de peregrinación para los amantes de una mirada sensible, de una retina plena de encanto mediterráneo. No obstante, y como es sabido, no hay solo un Sorolla. Son, como poco, varios”.
Y paseamos en su compañía por los detalles y “cargas semióticas, alejadas del simbolismo maniqueo de las luces y las sombras” que habitan en su ‘Defensa del parque de artillería de Monteleón’ o por el prodigio de “energía electrizante” que exuda ‘El crit del palleter’.
Fundamentos que ya hubo explorado sobre los adoquines de Via Margutta, mientras fue pensionado por la Diputación de València para ampliar conocimientos en Roma, rememora el catedrático de Historia del Arte de la UV Rafael Gil Salinas, autor de ‘Sorolla en Roma’. Una etapa en la que “el conocimiento de la antigüedad clásica le dio la posibilidad de concebir toda una serie de cuadros de la aclamada pintura de historia de su tiempo”.
Un tiempo, aquel, traído al feudo artístico de lo contemporáneo a través del proyecto expositivo ‘Sorolla Poliédrico’, conformado por una veintena de estudiantes de la Facultad de Bellas de València, a partir del que Ismael Teira, miembro del Consejo Editorial de MAKMA, nos plantea en su artículo la interrogante principal acerca de la que pivota la muestra organizada y comisariada por MAKMA: ¿cómo acercarse, hoy, al pintor Sorolla? En el caso del proyecto que nos ocupa la aproximación fue simple y evidente: desde la pintura”.
Un acercamiento que atesora, igualmente en este número, otra incógnita cuya inquietud se asila en lo pecuniario: “Joaquín Sorolla, ¿sigue siendo una buena inversión en el Año Sorolla?”. De este modo, la tasadora y experta en mercado del arte María Tinoco nos desgrana en detalle el comportamiento de las obras del pintor valenciano en el mercado artístico para tratar de averiguarlo.
Factores económicos bajo los que deben gravitar, siempre, otras motivaciones cualitativas que cercioran la calidad de su trabajo, como “el trazo volátil y suave del pincel y la paleta luminosa de tenues grises y malvas” que habita en retratos como el de la dama del cuplé Raquel Meller, por cuyo rostro amanece la exaltación del dolor y la gloria analizados por Begoña Siles Ojeda, directora de la Cátedra Luis García Berlanga de la Universidad CEU-Cardenal Herrera.
Una paleta refulgente, la de Sorolla, que nos exhorta a escrutar también ese Mediterráneo feliz que, “alumbrado por una luz placentera con el que se asocia al genio levantino, posee a su vez otra cara menos amable igualmente aflorando en sus obras”, rubrica el director de MAKMA, Salva Torres, para quien en ese mar “también cabe la oscuridad atribuida al Cantábrico de Miguel de Unamuno, por entero entregado a la defensa de la pintura de Ignacio Zuloaga”.
Un envés polisémico que franquea todas las pulsiones que perfilan el zeitgeist de su época, resonando sobre la epidermis identitaria y cultural de un tiempo uniformado a la moda de la belle époque. Sorolla se postula, así, como un rastreador de tendencias cuyas obras, en palabras de Merche Medina, miembro del Consejo Editorial de MAKMA, “deben entenderse como cápsulas temporales que nos conducen a un contexto donde la moda, sorteando el mero accesorio, debía postularse en medio para definir y expresar quiénes eran (fuimos) como sociedad”.
Elementos que eclosionan como una inmersión emotiva en la escena, que también sabe a pigmentos y especias de un horizonte cocinado por Jorge de Andrés, quien traslada el paisaje sorollesco a la cazuela tras una ineludible epifanía: “La contemplación de ‘Visión de España’ generó en mí la necesidad de trasladar a mi cocina la crónica gastronómica que vislumbré tras esa intensa experiencia imersiva que tuve la oportunidad de disfrutar”, confiesa el chef del Restaruante Vertical.
Un ejercicio de consanguinidades temáticas que, asimismo, se traza en paseíllo y desfile de cuadrillas sobre los cosos de València y Sevilla, tal y como recupera el director de Avance Taurino, Paco Delgado, para indagar acerca de la relación pictórica de Joaquín Sorolla con la tauromaquia, ya que “sin ser ni tenerse como un gran aficionado, no fue ajeno a una de las grandes tradiciones y costumbres de nuestro país: los toros, la temática de la que se ocupó en varias obras”, apostilla el periodista.
Umbilicalidades tan costumbristas como poéticas que dan cuenta lírica de cuanto palpita en lo efímero, trufado de valores sinestésicos. Porque “las escenas que pinta Sorolla contienen en sí mismas los momentos anterior y posterior a la acción que despliegan ante nuestros ojos; hay en ellas una gran valor cinético, si no cinematográfico”, desvela el cineasta, escritor y gestor cultural Rafael Maluenda.
Un hallazgo que debía contar, además, con el vívido testimonio en este número del recientemente fallecido Felipe Garín, otrora director del Museo del Prado, del Instituto Cervantes en Roma o del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana. Por esta razon, Salva Torres procura una excursión celeste y documental por diversas reflexiones apuntadas por Garín durante los últimos años.
“’Yo lo que quisiera es no emocionarme tanto, porque después de unas horas como hoy, me siento deshecho, agotado, no puedo con tanto placer, no lo resisto como antes, es que la pintura, cuando se siente, es superior a todo, he dicho mal, es el natural lo que es hermoso’. Unas palabras de Sorolla que parecen dichas a modo de epitafio de Felipe Garín, cuyo saber descansa, ahora y siempre, sobre aquella paz vinculada con la educación y la confianza evocadas por Confucio”, concluye Salva Torres.
Llegamos, así, al epílogo ineludible del óbito. Un luto de sepelios y camposantos que atesoró, durante el funeral de Joaquín Sorolla, una exuberancia corpore insepulto de gracia popular con la que un servidor se interroga acerca de si debemos encontrar la singularidad de los ritos en los modos y excesos de aquellos que despiden a sus iconos.
A la postre, “una defunción que habría de despejar las incógnitas de su celebridad –tan folclórica como institucional– en València, en la que uniformar de luto al escepticismo propio del cainismo provinciano”.
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