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‘Muerte en el meridiano’, de Carlota Suárez
HarperCollins, 2024
La isla canaria de El Hierro fue conocida como la Isla del Meridiano hasta que, en 1884, el poderío británico estableció Greenwich como nuevo meridiano de origen, o sea, eje del primer huso horario. Este dato es clave para aproximarnos a ‘Muerte en el meridiano‘, tercera novela de Carlota Suárez (Gijón, 1997), editada por HarperCollins, cuya acción transcurre en la imaginaria isla de Santa Lucía, unas millas al sur de la canaria de El Hierro.
Allí se celebra el Festival Meridiano Cero, al que acude Andrea Sabugo, escritora poco amiga de las relaciones sociales, huraña y antipática, adicta al kétchup y a las pipas Churruca. Cuando uno de los asistentes al evento es asesinado, Andrea muta en versión desenfadada y muy actual de Miss Marple, y junto a la veterana reina del crimen, Minerva Novoa –una de las contadas persona que soporta–, se lanzará a investigar el crimen.
‘Muerte en el meridiano’ es un homenaje a Agatha Christie, la escritora británica más leída en el mundo después de Shakespeare. Más allá de la trama criminal, Suárez plantea una osada e irónica crítica del mundillo literario y, al mismo tiempo, a partir de las reminiscencias en torno a una serie de traumas que sufrió Andrea en su adolescencia, ahonda en las relaciones humanas. La amistad, la primera reacción ante la muerte, los vínculos familiares, la necesidad de fantasear, la pérdida de la inocencia.
Suárez es colaboradora habitual en el programa ‘La buena tarde’, de la Radio del Principado de Asturias (RPA), con una sección semanal sobre actualidad literaria llamada ‘Carlota en la radio’. Ha participado en varias antologías, publicado dos volúmenes de cuentos y dos novelas: ‘Tinta, una muerte inexplicable’ y ‘La tumba del rey’.
¿Te costó mucho meterte en la piel de tu narradora y protagonista, Andrea Sabugo, una mujer egoísta, antipática y antisocial?
No me costó nada y me lo pasé genial en los zapatos de Andrea Sabugo. ¿Crees que debo preocuparme y pedir consulta con el psiquiatra?
¿Compartes con ella la afición al kétchup y a las pipas Churruca?
No, mis vicios son el café y el chocolate. No me gusta el kétchup y hace años que no como pipas. Eso sí, cuando lo hago, Churruca es mi primera opción. Esto suena a anuncio de TV, pero es algo más simbólico. Cuando era niña e iba al quiosco a comprar pipas, debía elegir entre Churruca (con sal) y Arias (sin). En ‘Muerte en el meridiano’, las pipas representan la necesidad de elegir. Vivimos en una sociedad que nos pide tomar partido desde nuestra infancia: Snoopy o Mafalda, Coca Cola o Pepsi, Asterix o Tintín…
Andrea Sabugo detesta que la llamen embustera, ¿pero acaso la ficción y fabulación no son engaños?
Andrea detesta que la llamen así, porque ella hace una diferencia entre embuste –mentira– y ficción, en la que el embuste consentido por el lector deja de ser un embuste para convertirse en una historia. En su imaginario, la recepción consentida por el lector hace de la mentira una ficción real. Para ella, las ficciones son verdades inventadas, pero verdades. Por ese motivo defiende que no es una embustera, sino una escritora.
¿Por qué has situado la acción en la isla de El Hierro?
Cuando describo la Isla de Santa Lucía veo La Graciosa situada al norte de Lanzarote. Su orografía, tamaño y características me ofrecen el escenario ideal para la trama de ‘Muerte en el meridiano’. Usé esa varita mágica que tenemos los escritores –y a la que llamamos “licencia literaria”– para situarla unas millas al norte de El Hierro, porque está muy próxima al lugar por el que pasó durante años el meridiano cero. La idea de una línea imaginaria como origen de todo me pareció mágica y muy literaria.
Tal y como explico en una nota al final de la novela, El Hierro es aún conocida por muchos como Isla del Meridiano, ya que el actual cabo de Orchilla, en el municipio herreño de El Pinar, se consideró durante siglos el extremo occidental del mar.
Dices que esta novela es un homenaje a Agatha Christie. ¿Qué tiene esta autora para ti que no tengan otros grandes de la noir?
¡Has dado en el clavo! Ahora hay grandes escritores de novela negra y, si yo quisiera hacer lo mismo, no los podría superar. Por eso y porque no quiero ofrecer más de lo mismo, intento romper con los cánones, la estructura y la narración. Para hacerlo desde el origen, como el meridiano cero, veo interesante remontarme a una escritora que marcó un antes y un después en la novela policíaca. Ella fue para mí una autora de transición entre la Carlota niña y la Carlota adulta. El verano que cambié ‘Los Hollister’ por Agatha Christie la lectora niña se sintió mayor. Dime si no es motivo de homenaje.
¿’Muerte en el meridiano’ es una novela en clave?
Como todas mis narraciones –y ahí entra la vena cronopia–, ‘Muerte en el meridiano’ se puede leer entre líneas y tiene muchas lecturas. Tenemos un muerto, un puñado de sospechosos y un lugar aislado. Tenemos un festival literario que la narradora nos describe como una “hoguera de las vanidades”. Pero también tenemos una niña que pierde a su único amigo y decide salirse de la tribu; una niña que regala verdades inventadas, pero verdades; una niña que nos presta sus gafas, para que podamos ver el mundo como ella lo ve.
Quizá, si aceptamos mirar a través de la lógica de Andrea Sabugo, descubramos que lo que parece un disparate no lo es tanto y lo que asumimos como natural y cotidiano puede ser una locura. Una locura normalizada que nos está llevando a la destrucción de lo que somos como sociedad.
A continuación, Carlota Suárez glosa algunas opiniones críticas de Andrea sobre el mundillo literario:
“Cuando se habla de literatura, no tiene el menor sentido mencionar a la justicia”.
Andrea sabe que está donde está por casualidad. Trabajó durante años como negra para otros autores y conoce lo suficiente el mundo editorial como para saber que ni los concursos literarios los ganan las obras más brillantes ni las editoriales publican a los mejores –en la mayoría de los casos, no llegan ni a leerlos–. Andrea no cree en la justicia dentro o fuera del mundo editorial. Si me pides que me moje, estoy con ella.
“La mayoría de los escritores son unos capullos”.
Andrea Sabugo se incluye. No lo niega y admite que no lee a escritores vivos en su lengua por miedo a que escriban mejor que ella, o lo hagan peor y, aun así, vendan más. Andrea critica un mundo literario del que se beneficia con descaro y sin pudor alguno. En este caso, no estoy de acuerdo con Andrea al cien por cien. Como en la mayoría de los gremios, hay capullos, pero también gente estupenda que suma y son compañeros y tiran del mismo carro. Tengo la buena fortuna de contar con un puñado de nombres que hacen de este oficio un espacio de aprendizaje y enriquecimiento.
“Para un escritor, desprenderse de una novela es un salto al vacío”.
Cuando el escritor entrega un manuscrito al editor, deja de ser escritor hasta que vuelve a escribir. Y no hay mayor miedo para un escritor que abandonar su estatus. Por otro lado, está el temor a cómo van a encajar los lectores su obra, porque solo los más ingenuos creen que los lectores van a leer aquello que escribió. El escritor inventa una verdad y esa verdad llega a sus lectores de diferentes maneras. Habrá tantas verdades como lectores y la espera al veredicto es el purgatorio del escritor.
“Si algo se nos da bien a los escritores es el innoble arte de la envidia”.
Andrea sostiene que la condición de escritor está ligada de forma irremediable a la incapacidad de ver los defectos propios y al empeño en eclipsar a los compañeros de oficio. Como pasa con muchos artistas, los escritores sentimos un apego casi enfermizo por nuestra obra y no aceptamos las críticas, como tampoco aceptamos que otros sean mejores que nosotros. Todo ello se traduce en egos enormes que, a menudo, eclipsan al ser humano que hay detrás.
En mi opinión, el escritor tiende al egocentrismo, pero, como decía mi querido y recientemente desaparecido Aléxis Ravelo –no está pero es, diría Andrea–, “tengo ego, pero está bien domado”. Cuando el ego está bien domado, queda espacio para aprender y eso es lo mejor que le puede pasar a un escritor y a cualquier ser humano.
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