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‘El arte de inventar la realidad’
Áurea Ortiz
Diseño de cubierta: Isabel Mora
Barlin Libros
2024, 128 páginas
De la caverna de Platón hemos pasado a deambular por una galería de espejos que reflejan la realidad al tiempo que la van modificando. Una infinidad de productos audiovisuales reclaman nuestra atención. Imágenes en movimiento que relatan historias atrapándonos en un mundo paralelo, un metaverso en dos dimensiones que entraña un peligro, la posibilidad de empezar a confundir la ficción con la realidad.
Es el tema central que aborda Áurea Ortiz en su ensayo, ‘El arte de inventar la realidad. Cuando la ficción dinamita las certezas‘ (Barlin Libros, 2024), una colección de seis breves e incisivos apuntes en torno al influjo del séptimo arte sobre la sociedad. Ortiz no sabe cuántos filmes ha visto a lo largo de su vida, ni falta que le hace.
Es uno de esos seres afortunados que ha hecho de su pasión su modus vivendi como profesora de la Historia del Cine en la Universitat de València y técnica de la Filmoteca Valenciana. En su estudio concluye: «Que confundamos realidad y ficción no es culpa de la ficción, sino del modo en que nos acercamos a ella. Así que como solución, no se me ocurre otra que educación, educación, educación(…) El analfabetismo audiovisual es un problema educacional muy importante».
Para empezar podrías comentar el subtítulo del libro: ‘Cuando la ficción dinamita las certezas’
La ficción es muy poderosa y puede hacernos creer cualquier cosa. Fija como reales y definitivos muchos relatos e imágenes, crea clichés y estereotipos que emborronan nuestra relación con la realidad. Vamos con ideas preconcebidas que proceden de las películas y series que hemos visto; si alguien solo ve, pongamos por caso, series y películas comerciales, que proceden en un 90% de Hollywood, tendrá fijadas unas ideas muy concretas de cómo son algunas cosas o sobre cómo hay que comportarse en determinadas situaciones.
Con la cantidad de imágenes y relatos audiovisuales que consumimos, y teniendo en cuenta que la mayoría proceden del mismo sitio y están hechos según unas reglas muy concretas y parecidas, construimos una mirada sobre el mundo, especialmente sobre aquello de lo que no tenemos experiencia directa. Y muchas veces no nos damos cuenta de ello.
Necesitamos contar y oír historias desde las cavernas, pero el auge de las plataformas audiovisuales nos ha convertido en yonkis de la ficción. ¿Puede ser ese el motivo que nos impide distinguir la realidad de su representación?
Creo que la confusión se ha dado desde siempre, desde que el cine se convierte en la actividad de ocio favorita de todo el mundo y ocupa gran parte de nuestra imaginación y nuestro tiempo. Creció con la llegada de la televisión, porque suponía tener esos relatos e imágenes en casa, presidiendo el salón y en cualquier habitación.
Pero es cierto que la actual profusión de imágenes y relatos audiovisuales y el hecho de que estén en todas partes, ayuda a que crezca la confusión. La velocidad a la que se mueven, a la que se crean modas y memes, el aquí y ahora, el pensamiento binario de megusta/nomegusta sí/no, bueno/malo, tampoco ayudan precisamente.
Además de hacernos todavía más manipulables, ¿qué otros efectos perniciosos genera esa confusión entre lo real y lo imaginario?
Lo peor es que crea prejuicios, clichés, estereotipos y eso no ayuda a la convivencia.
¿El llamado séptimo arte es el primero en cuanto al influjo que tiene sobre la sociedad?
En realidad, no. El arte ha sido casi siempre un instrumento del poder, y la arquitectura, la escultura y la pintura, durante siglos y siglos, han sido reflejo de lo que sostenía ese poder y un medio de transmisión de sus mensajes: catedrales, palacios, monumentos, retratos, cuadros de historia…
Los mensajes religiosos llegaban a través del púlpito pero también de la arquitectura y las imágenes que contenían las iglesias; el poder político se exhibía a través de monumentos, estatuas y retratos. Piensa en la Edad Media, en el Renacimiento, en el Barroco. El concepto de arte y artista como lo entendemos ahora, asociado a la libertad y a la creación personal aparece en el siglo XIX, con los cambios sociales y políticos y la desaparición del Antiguo Régimen.
La aparición del cine supone la llegada de un medio que ofrece una ilusión de realidad nunca antes vista y ese es su enorme poder, el que hace que nos movamos, besemos, amemos, vistamos, hablemos o caminemos como lo que hemos visto en la pantalla.
Durante décadas la mayoría de los largometrajes eran protagonizados por wasp’s o similares, pero hoy día el espectro social y racial es mucho más amplio. ¿Efecto de la globalización o de las plataformas?
De la globalización, obviamente. Un efecto bueno. Lo justo sería decir de la realidad. El cine no puede dejar de reflejar lo que la sociedad es y el mundo, afortunadamente en este caso, evoluciona. Nuestra sociedad es cada vez más diversa, lo cual está muy bien.
¿Como configurador de deseos y aspiraciones, el cine es el mejor aliado del capitalismo consumista?
La esencia del capitalismo consumista es la publicidad, cuyo objetivo es la persuasión. Y la publicidad es omnipresente. Pero deseamos y copiamos lo que vemos en las pelis y series: el coche que conduce tal personaje, la ropa que lleva, una casa como la suya, su vida. El componente aspiracional del cine y las series es innegable.
¿Por qué la ficción ‘penetra’ más que el documental o no ficción? ¿Por la metáfora?
Sí. Porque construye un relato en el que nos incluye, nos ofrece mecanimos de identificación extraordinariamente eficaces, a través de la emoción y los sentidos. Es difícil escapar de ello.
Al final mencionas la IA pero no parece que te quite el sueño. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
Me preocupa, porque el uso y abuso puede dar lugar a cosas terribles, a engaños permanentes, a desprestigiar personas concretas, a lanzar mensajes políticos y sociales, además de atacar directamente, y esto me parece fatal, muchos trabajos creativos, como la ilustración, la traducción, la escritura, etc.
Según quien controle la herramienta, nos pueden engañar de muchísimas maneras. Lo que también creo, como comento en el libro, es que hacer cine y crear relatos audiovisuales seguirá existiendo como ahora, convivirá con la IA: mucha gente escribirá su historia y su guion; cogerá una cámara y filmará paisajes reales y rostros reales y emociones reales.
Tus padres eran de la farándula y tú te hiciste ‘peliculera’. ¿Te perdonaron esa ‘traición’?
No hay traición, es el mismo mundo. Aunque pertenecían al mundo de la zarzuela, adoraban el cine y en mis primeros recuerdos cinematográficos estamos los tres juntos viendo pelis en la tele. De hecho, salieron en alguna película.
Mi padre trabajó con Ignacio F. Iquino y actuaba con un papelito de una frase en ‘Apartado de correos 1001’ (1950), también trabajó con Rosario Pi en una película hoy perdida, ‘Molinos de viento’ (1938). Y mi madre trabajó con Orduña, quien la conocía de la zarzuela y, por ejemplo, aparece en ‘El último cuplé’ (1957), es la cantante que actúa en la verbena cuando nombran reina de la fiesta a Sara Montiel.
Tu vida profesional ha estado vinculada a la Filmoteca. Explica a los escépticos el sentido que tiene esa institción.
Una filmoteca tiene como misión preservar el patrimonio cinematográfico. Todas esas imágenes de archivo que se ven en un documental o en un reportaje televisivo sobreviven hoy en día porque, desde los años treinta del siglo pasado, cuando nacieron las filmotecas, estas instituciones se dedicaron a conservarlas. El cine es muy frágil, no solo el realizado en soporte fotoquímico, lo que conocemos popularmente como celuloide, también el digital.
Si nadie se preocupa de su conservación, se pierde. Y la parte de industria que el cine tiene, aunque también es un arte, se preocupa poco de preservar, digamos que su objetivo principal es tener ganancias. Las filmotecas han garantizado y garantizan la supervivencia de lo filmado desde que nació el cine. Y eso, además de arte e industria, es también nuestra memoria audiovisual. Y sin memoria no somos nada.
¿Cómo te enamoraste del Cine? ¿Es un sentimiento que se puede transmitir o enseñar?
No sé cómo me enamoré del cine, me recuerdo desde siempre viendo películas y siendo feliz viéndolas. Y fue más feliz cuando descubrí que se podía estudiar no el hacer cine, sino el entenderlo, que se podía destripar el juguete y analizar las películas.
Eso fue en unos cursos que Pilar Pedraza y Juan López Gandía impartían en los ochenta en las facultades de Derecho y Geografía e Historia. Fue una auténtica revelación descubrir qué era un plano, el montaje, el raccord, la composición, la escala de planos, el encuadre… y comprobar que todo aquello que yo sentía al ver una película estaba construido. Fue fascinante.
Por supuesto que se puede transmitir y enseñar, no tengo la menor duda. Lo sentí con mi familia, sentada con mis padres y mis primos y mis tías viendo pelis, lo sentí cuando empecé a ir al cine con mis amigas, lo sentí cuando me explicaron esas cosas en el curso y lo sentí en mis alumnos y alumnas cuando lo explicaba yo. Esa fascinación se puede y se debe transmitir, nadie debería perdérsela.
¿Has pensado alguna vez en escribir un guión?
No, no es lo mío. Amo el cine, la ficción, la literatura, pero no, no tengo esa clase de imaginación y talento. Yo entro luego, a explicar porqué la película es como es y porqué sientes lo que sientes cuando la ves.
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