#MAKMAArte
‘Hacia arriba sobre la montaña’, de Françoise Vanneraud
Comisario: David Armengol
Galería Ana Serratosa
Pascual i Genís 19 y Cabillers 5, València
Hasta julio de 2024
El filósofo griego Heráclito dejó dicho que «nadie baja dos veces a las aguas del mismo río». Esta imagen fluida y cambiante del mundo es también un reflejo de nuestra relación con la naturaleza. La experiencia personal de subir una montaña o de bañarse en un curso de agua es única e irrepetible. De esta relación individual e íntima con el paisaje nace la exposición ‘Hacia arriba sobre la montaña‘, de Françoise Vanneraud, en la Galería Ana Serratosa.
«A los 17 años un accidente mientras jugaba al balonmano la llevó a estar mucho tiempo hospitalizada. Ante la imposibilidad de caminar por una larga temporada, el dibujo y la escritura se convirtieron en el pasatiempo favorito de su recuperación», contaba Gabriela Ponte sobre la artista en el ABC, en 2018.
Ahora, es la propia artista quien nos revela que, debido a ello, la ascensión de montañas pasó a ser para ella un reto personal. «Es como un objetivo de sobrepasarse, siempre llegando a lo más alto. Si hay una cosa que me parece muy difícil en la montaña es que dices: ‘Voy a llegar a esta punta de arriba’, y llegas, pero siempre hay que ir a más. Hace falta siempre sobrepasarse. Y es un poco como en nuestras vidas, que siempre queremos ir a más, ser mejores, ser más sanos, más equilibrados».
En ‘Hacia arriba sobre la montaña’, Françoise Vanneraud nos lleva de la mano por picos escarpados, cuevas y mares. «Nos cuenta su historia, cuenta sus recorridos por los Alpes y los Andes», detalla la galerista Ana Serratosa.
La majestuosidad de sus imágenes nos atrapa. Como dijo el fotógrafo estadounidense Ansel Adams (por quien la artista confiesa sentir gran admiración), «no importa cuán sofisticado seas, no se puede negar una gran montaña de granito: habla en silencio al centro de tu mismo ser».
«Françoise tiene una larga trayectoria de mirada al paisaje desde una clave muy poética. Es un trabajo que te entra desde lo bello, desde esa relación de fascinación que genera el paisaje. Pero su trabajo siempre incluye también elementos que distorsionan o nos interpelan, quizá desde la extrañeza, que son elementos de cierto activismo, de cierto mensaje, de cierta capacidad de reflexión».
Lo que alega el comisario de la exposición, David Armengol, es precisamente lo que sentimos al contemplar la pieza ‘Fisuras’ (2023), una instalación mural con un imponente paisaje de los Alpes franceses pleno de caminos nevados. Sin embargo, al acercarnos nos damos cuenta de que «lo que parecía nieve, en realidad, es una alusión destructiva y desalentadora sobre la condición natural de la montaña», desvela Armengol.
«Voy haciendo estas grietas, voy arrancando trozos del papel y con la fuerza humana se deshace el paisaje», detalla Vanneraud. El mensaje no podría ser más claro. El proceso de creación de la pieza es una metáfora idónea de su significado. La definición se da por la falta de imagen, por el vacío creado por una gestualidad tan poética como potente.
Vanneraud nos enseña un territorio que ella pisa con sus propias suelas. El esfuerzo físico que invierte en ello se ve recompensado por las poderosas imágenes que captura. Tomando prestadas las palabras de Delibes, podríamos decir que sus «ingentes montañas, con sus recias crestas recortadas sobre el horizonte» consiguen transmitirnos con perfección la «impresión de insignificancia» que uno siente en escenarios como estos.
«Le pasa a mucha gente que le gusta mucho el mar o la montaña de sentir que realmente somos muy pequeños en comparación a ello. En la montaña, la inmensidad te devuelve a tu posición de humano», expresa la artista.
A la vez, se tratan de escenarios frágiles, afectados por la acción humana, a veces incluso por pequeños gestos. Vanneraud traduce esta idea desde sus procesos de producción. En el tríptico ‘Hacia la montaña’ (2024), por ejemplo, promueve un delicado grattage del papel, con efecto e intención similares a los del mural ‘Fisuras’.
En la serie de collages ‘Hacia ningún polo norte’ (2023), su gesto es igualmente sencillo: un pequeño recorte que, a partir de la combinación de dos postales, «hace emerger una suerte de iceberg en el paisaje marino».
Estas piezas de pequeño formato nos dan prueba, además, de la capacidad de la artista de fijarse en el paisaje desde distintas perspectivas, desde lo macro hasta lo micro.
Otro buen ejemplo de ello es la serie sobre el paisaje andino, que representa la mirada a la fragilidad de la flora autóctona. En piezas como ‘Astragalus’ y ‘Lathyrus’ (2023), Vanneraud extrae de la escena plantas en peligro de extinción. La forma recortada pende frágilmente. En su lugar, la no-planta, el vacío. «Este homenaje telúrico denuncia el deterioro de un paisaje sublime», afirma Armengol.
Se atribuye a Maurice Herzog la idea que «no es más quién llega más alto, sino aquel que influenciado por la belleza que le envuelve, más intensamente siente». Con ‘Hacia arriba sobre la montaña’, Françoise Vanneraud nos demuestra que no solo lo siente, sino que también logra transmitir sus sensaciones y las reflexiones que le generan sus exploraciones.
Lo hace confirmando su extensa práctica en el campo del dibujo expandido, a partir de una concepción de la imagen y utilizando técnicas propias de una persona que dibuja de forma compulsiva, íntima y cotidiana. «Françoise rasga el papel, dibuja encima de la fotografía, recorta, aplica cromatismo», desgrana Armengol.
La artista lo resume: «Siempre he dibujado y, aquí, hago estas intervenciones en las fotos. Lo que intento es crear otro paisaje dentro de uno, para hablar del deshielo, del ataque humano al paisaje, pero de una manera muy bonita [y con gran sensibilidad, nos permitimos añadir]. Siempre intento buscar estos gestos poéticos porque quiero transmitir algunos mensajes conceptuales, pero de manera poética».
Bajando de las altas cumbres, nos encontramos con el mar, un elemento tan poderoso y sugerente como las montañas. Vanneraud lo representa inundando un macizo, en la serie ‘Parté par le courant’ (2024). Por otra parte, justo delante de estas pinturas, se presenta la escultura ‘El color del agua’ (2024), una suerte de refugio donde el mar penetra creando una ola que, a su vez, también hace de refugio.
En la sala siguiente, esta idea gana eco en las cuevas de la serie ‘Dentro de la montaña’ (2024). En la opinión de la artista, las cuevas «son sitios mágicos, sin ruido, sin luz, donde nos volvemos a encontrar nuestra esencia». «Y representan también ese refugio, ese cobijo», añade Armengol. «Tampoco puedo dejar de pensar en esas cuevas como posible alternativa al progresivo deterioro del paisaje […] Una fantasía distópica. Una posible alternativa interior», ya había declarado el comisario en el texto que acompaña la muestra.
‘Hacia arriba sobre la montaña’ se completa con otras dos piezas: el collage ‘Mares’ (2024) –que convierte antiguos mapamundis en olas indómitas enfrentadas al vacío dejado por los continentes– y ‘Paisaje caído’ (2024).
Expuesta en el escaparate del Domicilio Particular de la galería (en Cabillers), esta última pieza «es como un resumen de lo que tenemos aquí», apunta Vanneraud. Impresa en una tela plena de pliegues que forman relieves alternativos, la imagen de la majestuosa montaña se desvanece, como si una fuerza la tirara desde la llanura, intentando romper su mítica ligación con el cielo.
La obra de Françoise Vanneraud es bella, inquietante e íntima, así como la canción que presta su nombre a la exposición: ‘Upward over the mountain’ (Iron & Wine), traducido literalmente, ‘Hacia arriba sobre la montaña’.
La muestra nos transporta hacia paisajes idílicos trabajados de manera tan sugerente que nos permite, incluso, extrapolar lo que hemos dicho hasta aquí. Basta con recordamos de algunos conceptos que Vanneraud suele trabajar: la relación ser humano-territorio aquí es clara, pero están también el desplazamiento, el desarraigo, la presencia y la ausencia, la memoria y la reminiscencia, el deterioro inminente y la esperanza imperecedera.
Al salir de la galería, antes de inmiscuirnos en la ruidosa calle, nos ponemos los auriculares y buscamos la canción que artista y comisario nos descubren. Es el músico estadounidense quien pone el fecho a nuestro paseo, cuando susurra en el refrán: «Que el amanecer traiga esperanza donde antes estaba olvidada».
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