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‘La temeraria’, de Isabel San Sebastián
Plaza y Janés, 2024
Maltratada por un marido al que odiaba, obligada por motivos de seguridad a vivir separada de su amado hijo, ferozmente humillada por una turba colérica durante unos disturbios en Santiago de Compostela. No fue una mujer feliz ni afortunada, pero sí la primera soberana de pleno derecho en Europa: reina de León, emperatriz de España.
Hija de Alfonso VI, que le legó un extenso territorio en el cuadrante occidental superior de la península, y madre de Alfonso VII, la reina Urraca mantuvo durante veinte años, entre 1109 y 1126 (fecha de su muerte), la corona ceñida a su cabeza, aunque en más de una ocasión el oro se erizara de espinas.
Gobernó, intrigó, viajó y luchó en una época violenta y sombría, cuando las fronteras entre los territorios cristianos y los del Imperio almorávide, eran líneas fluidas y cambiantes alteradas por las incursiones de uno y otro bando. Las alceifas de los moros y las cabalgadas de los cristianos llamadas también razzias.
Por el simple hecho de ser mujer, tal vez también a causa de su carácter altanero y despótico, muy propio de los reyes medievales, Urraca no se granjeó el cariño de sus súbditos. Tampoco los cronistas que relataron los hechos de su reinado la tuvieron en gran estima.
Nueve siglos después de su muerte, su figura ha sido reivindicada en su justa medida sin idealizarla ingenuamente, sino sopesando las luces y sombras de su personalidad. En ‘La temeraria‘ (Plaza y Janés, 2024), la escritora y periodista Isabel San Sebastián relata su accidentada vida a través de la mirada de Muniadona, una joven doncella de origen astur, discreta, observadora y perspicaz.
La muchacha se gana la confianza de la reina, que la convierte en su confidente, espía y, en último término, en su cronista personal. «He querido hacer un retrato piadoso de una reina que recibió un trato despiadado, tanto por parte de sus coetáneos como de los historiadores, por el simple hecho de que siendo mujer se atreviera a reinar», dice San Sebastián.
En la nutrida galería de personajes que desfilan por la novela destaca la ambigua figura de Alfonso El Batallador, el rey de Aragón, con el que Urraca fue obligada a desposarse, un matrimonio de conveniencia que resultó una calamidad. «A Alfonso no le gustaban las mujeres. Según los cristianos, era un monje guerrero, un hombre casto y sacrificado. Las crónicas musulmanas dan otra versión y lo tildan de homosexual, algo que en esa época estaba totalmente proscrito».
Llama la atención que en los primeros años del siglo XII los burgueses ya empezaban a organizarse y reclamar sus derechos frente a los reyes y nobles, intentando rebajar la presión que sufrían a causa de los numerosos impuestos procedentes de la Iglesia y del Estado, como diezmos, montazgos o fonsaneras. «Los peregrinos que recorrían el Camino de Santiago fomentaron la aparición de una clase social emergente, comerciantes y artesanos, que empezaba a tener sus aspiraciones y voz propia».
Además de relatar con amenidad los hechos históricos que jalonaron el reinado de Urraca, sólidamente documentados a partir de numerosas lecturas, San Sebastián exhibe su habilidad como novelista al componer el perfil humano de la reina adentrándose en su alcoba con los ojos de Muniadona. Una mujer adusta y más bien antipática con raptos de crueldad, pero a la que es imposible no admirar por su entereza y capacidad de recuperación.
Largos e incómodos viajes a lomos de mulas que le provocaron hemorroides, los gestos de brutalidad de su esposo –que incluso la hizo cautiva–, las intrigas de su medio hermana Teresa, que deseaba adueñarse del condado de Portugal. Incluso superó un terrible episodio de humillación ocurrido en Santiago durante una revuelta.
«Sufrió una agresión colectiva que la dejó semidesnuda y tirada en el barro. “La raptaron como lobos”, describen las crónicas ese terrible suceso que remite claramente a una violación. Pero ella se rehizo y maquinó la venganza».
A pesar de las presiones y expectativas de la época, Urraca demostró una notable independencia y determinación en la toma de decisiones políticas, especialmente en asuntos relacionados con su matrimonio y la gestión del reino, así como en su vida privada, tuvo un par de amantes, en un claro desafío a las normas vigentes de su época.
«Fue una auténtica pionera y pagó por ello un alto precio en términos de juicio histórico, que le ha perseguido hasta nuestros días. Urraca sufrió un constante cuestionamiento sobre su capacidad para reinar debido a su género, ya que la idea de una mujer gobernante era considerada como algo inusual e inapropiado. Nunca se doblegó y luchó con determinación por su derecho a ejercer el poder como lo haría cualquier hombre. Siendo reina, fue muy consciente de su papel como mujer, hasta el extremo de especificar en alguno de sus decretos que se aplicarían a hombres y mujeres por igual».
No en vano, procedía Urraca del linaje de bravas mujeres astures como su abuela Sancha, su hermana Elvira y la hija de su primer marido, Raimundo, también llamada Sancha, «que fue consejera y firme apoyo de su hermanastro Alfonso VII que le daba el título de reina».
Uno de los capítulos describe el viaje de Muniadona a los lares de sus ancestros astures, donde su abuela le relata la historia de Huma, representante de un poderoso matriarcado que cuajó en esa zona septentrional por influjo de la cultura celta y debido a la escasez de hombres.
Mujeres de armas tomas como la mítica guerrera Boudina, que puso en jaque el Imperio romano, empoderadas avant la lettre a las que San Sebastián otorga papel protagonista en sus novelas en una suerte de «excavación o arqueología literaria», como ella dice.
«El feminismo es reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres», afirma. «Es un movimiento transversal, aunque la izquierda se haya apropiado indebidamente de él. Hay que recordar cómo se opusieron los socialistas al voto femenino en la República, desdeñando la capacidad de decisión de la mujer sometida, según decían, al criterio de sus confesores».
Tras muchos años de intensa actividad periodística en diversos medios, San Sebastián alterna su mirada sobre el presente con la recreación de tiempos pretéritos en sus novelas: ‘La visigoda’, ‘Imperator’, ‘La Peregrina’, ‘Las Campanas de Santiago’, ‘La Dueña’…
«La historia me ha enseñado que los españoles preferimos ser cabeza de ratón que cola de león», afirma. Mantiene su relación con el periodismo a un ritmo más pausado, pero su interés se centra en novelar la Reconquista. Sus próximos escenarios serán la decisiva batalla de las Navas de Tolosa y el simbólico viaje de las campanas de Santiago de regreso a su lugar de origen, cuya travesía hacia el sur relató en aquella novela homónima.
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