#MAKMAArte
‘España en color fresson’
Bernard Plossu
Comisario: Juan Pedro Font de Mora
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2, València
Hasta el 15 de septiembre de 2024
Aparece en muchas reseñas acerca de su trayectoria artística siempre ligada a la fotografía, pero en las que se destaca su faceta más desconocida: la de pintor. Bernard Plossu, durante la presentación de la muestra ‘España en color fresson’, que el Centre del Carme acoge hasta el 15 de septiembre, se sinceró: “Soy demasiado nervioso para ser pintor”, añadiendo que, como pintor, era “muy malo”.
Quizás sea esa la clave de que, una vez descubierta la técnica del papel Fresson, se volcara en la realización de sus fotografías utilizando este sistema similar al de impresión al carbono. “Me gusta porque se trata de un papel mate que tiene grano y no es brillante; es muy suave”. Con él, Plossu logra dotar a sus imágenes del carácter pictórico para el que, según el propio artista, no está dotado fisiológicamente.
Sus imágenes, en este sentido, podríamos decir que tienen cierto aire zen soplado mediante la filosofía del aikido. Porque Plossu, sabedor de sus limitaciones como pintor, ha aprovechado la fuerza contraria de la disciplina que le niega sus favores para convertir el defecto en virtud fotográfica.
“Para hacer algo rápido, hay que ir despacio”, dice quien asegura haber tenido a Camarón por rival, dado que a su esposa –natural de Almería– le fascinaba el gran cantaor flamenco. “El buen fotógrafo tiene que ser flamenco”, añadió. Y esa mezcla de suavidad zen y de granulosidad flamenca, inherente a la propia técnica del papel Fresson, dotan a sus fotografías de una materialidad onírica.
Los ochenta paisajes reunidos en la exposición ‘España en color fresson’, casi todos ellos despojados de figuras que, solo a veces, comparecen como si fueran fantasmas, dan fe del carácter metafísico de sus fotografías. Metafísica anclada en la tierra que, por elevación del impulso creativo (“un fotógrafo es joven hasta el último día de su vida”, subrayará Plossu), transforma la aspereza de los paisajes áridos en una sinfonía de colores bien dispuestos para que den la nota.
“Sentir una fotografía es estar en disposición de verla llegar. Es muy extraño, sientes que algo fuerte está sucediendo. Sientes la fotografía. A veces incluso está detrás de ti. Tienes un instinto, te das la vuelta, no tienes tiempo para pensar. Una gran fotografía está hecha de esa chispa”, señala Bernard Plossu en una de las citas que salpican el recorrido expositivo.
Chispa que tiene mucho que ver con el punctum al que se refirió el ensayista Roland Barthes en su imprescindible ‘La cámara lúcida’. “El punctum es pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también causalidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero también me lastima, me punza)”.
Hay algo en ese mismo texto de Barthes que, actualizado, cobra todavía más sentido, cuando dice que el studium (“una suerte de dedicación general, pero sin agudeza especial”) pertenece a la categoría del to like (que serían los likes que tanto proliferan en las sobrecargadas redes sociales) y no del to love, aquello que se ama con los brazos abiertos y no con ese querer a medias del like.
Las fotografías de Bernard Plossu diríanse animadas por esa emoción que convierte al fotógrafo en un artista eternamente joven. Joven, pero, a su vez, subrayando el paso del tiempo depositado en sus imágenes fantasmales, por aquello que apunta de nuevo Barthes al decir que la fotografía “repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”.
Esa desconexión entre la mecánica y su singularidad, absorbiendo el instante vivido para dejar en la imagen una existencia muerta, nos conduce en la dirección del spectrum que el ensayista francés postula ligado a su raíz etimológica de “espectáculo”, al que se le añade “ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto”.
Los paisajes áridos, desolados, de Plossu, tomados en lugares distintos de nuestra geografía (València, Albarracín, Calatayud, Tarragona, Creus, Níjar, Montalbán, Almería…) poseen la materialidad del territorio captado, a la vez que despiden ese aroma metafísico del tiempo cronológico disuelto en la memoria, como si fuera el líquido amniótico en el que se fueron tejiendo nuestras primeras sensaciones.
Por eso no es extraño que el propio Bernard Plossu se refiera a su trabajo como efecto de cierto clima: “Se suele decir que mis fotos captan el clima: es verdad. El doble clima: el interior del alma, y el atmosférico del lugar. Los dos juntos hacen una fotografía”. Un clima que recuerda al de las atmósferas metafísicas de Giorgio de Chirico o de Edward Hopper, cuyos espacios se hallan levemente habitados por figuras que parecen levitar en el espacio.
En las fotografías de Plossu, esas figuras surgen a través de ciertos reflejos o compareciendo en la escena como espectros. Figuras, en cualquier caso, femeninas que insuflan a la imagen el erotismo de lo vago, como se dice del ojo vago que provoca una visión deficiente.
Por eso sus paisajes, sus edificios y sus calles son estampas que alumbran lo inerte, como retándose a duelo para ver si la luz puede con las sombras o son éstas las que solicitan dejarse llevar por el misterio. Es el propio Bernard Plossu quien lo enuncia a su manera en otra de las citas de la exposición: “Hay que ir siempre allí donde acaban los caminos en el mapa, allí donde ya no queda nada, es decir, allí donde todo comienza”.
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