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‘XIX. El siglo del retrato. Colecciones del Museo del Prado. De la Ilustración a la Modernidad’
Comisariado: Javier Barón
Organiza: La Fundación “la Caixa” y el Museo Nacional del Prado
CaixaForum València
Eduardo Primo Yúfera 1A, València
Del 12 de julio al 20 de octubre de 2024
Decía el escritor francés Georges Perec que cualquier retrato se situaba en la confluencia de un sueño y una realidad. Javier Barón, comisario de la exposición que sobre el retrato del siglo XIX acoge CaixaForum València, se refirió a Gustave Flaubert, de quien apuntó haber dicho: “Madame Bovary soy yo”. En esa misma novela, ‘Madame Bovary’, se recoge lo siguiente: “La audacia de su deseo protestaba contra el servilismo de su conducta”.
Y es así, a medio camino entre el sueño y la realidad, entre el deseo y el servilismo, como se va radiografiando ese siglo XIX objeto de la muestra ‘XIX. El siglo del retrato. Colecciones del Museo del Prado. De la Ilustración a la Modernidad’, que reúne 159 piezas de los fondos del Prado pertenecientes a artistas tan significativos como Goya, Sorolla, Pinazo, Benlliure, Rosales, Madrazo, Fortuny o López Portaña.
Álvaro Borrás, director de CaixaForum València, aludió a la “mirada de voyeur’ que puede desplegar el espectador a la hora de observar unos retratos que radiografían esa centuria a través del poder de los retratados, sus identidades, el reflejo de la infancia, sus efigies, la muerte o el propio autorretrato, para concluir que, después de todo, “el observado eres tú”, en una suerte de cacofonía visual.
Y es que los retratos, mediante los cuales hacerse una idea de los cambios que se venían produciendo en el XIX, ofrecen esa doble vía que el ensayista Roland Barthes denominó del ‘studium’ y del ‘punctum’: esto es, la vía del conocimiento mediante el estudio del testimonio revelado en pinturas, esculturas, dibujos, grabados, fotografías e incluso medallas, y la vía, más connotativa, de lo que en la imagen nos punza hasta descolocarnos.
Así lo explica el propio Barthes: el ‘studium’ sería “la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa” de las obras, “ya sea porque las recibo como testimonios políticos, ya sea porque las saboreo como cuadros históricos buenos: pues es culturalmente como participo de los rostros, de los aspectos, de los gestos, de los decorados, de las acciones”.
Mientras que mediante el ‘punctum’, subrayará Barthes, queda perturbado el ‘studium’ por efecto de cierto “pinchazo” o “herida” que nos asalta provocando un vuelco en nuestra mirada: “El ‘punctum’ es ese azar que en ella [en la imagen] me despunta, pero también me lastima, me punza”, pasando el espectador, siguiendo a Borrás, de voyeur a inquietamente observado.
La exposición, dividida en ocho ámbitos temáticos -poder, infancia, identidades femeninas y masculinas, muerte, retratos y autorretratos, efigies y el artista en su estudio-, permite navegar por el siglo XIX, ya sea por las más calmadas aguas del testimonio histórico de los retratos, o por las más turbulentas tempestades marinas de quien contempla sobrecogido ciertas imágenes. Al decir de Barthes: “Tal foto me adviene, tal otra no”.
Volviendo a Flaubert, también cabría decir que la muestra ofrece la doble posibilidad de recrearse con la floresta del paisaje que late amable en los diferentes retratos, o con el misterio que, de pronto, aflora como un pinchazo. “Necesitaba poder extraer de las cosas una especie de provecho personal y rechazaba por inútil todo cuanto no contribuía al consumo fulminante de su corazón”, prefiriendo, así, “las emociones a los paisajes”, apunta el narrador de ‘Madame Bovary’.
Así, por ejemplo, podemos observar en la exposición tan pronto un estudio preparatorio de Goya para la ejecución de su gran retrato de la familia de Carlos IV, según se indica en el dossier de prensa, como los retratos yacentes de muertos, cuyas imágenes adquieren especial interés durante el Romanticismo que, como reverso, surge con la Ilustración.
Javier Barón se refirió al “realismo y naturalismo” de la época como estilos que tratan “de buscar algo más fiel”, aunque luego matizara que “no se puede clavar un alfiler” para dar por cerrada la creatividad. “Cada artista desborda cualquier etiqueta”, resaltó, incluida la propiamente naturalista con la que se caracteriza el XIX, en cuyo siglo, como lo demuestra el propio recorrido expositivo, se van dando la mano el realismo y el sueño romántico.
Cada retrato da cuenta de la alteridad del otro, ya sea en forma del poder que representan reyes, ministros y altas personalidades públicas, como de hombres y mujeres cuyas identidades son reflejadas mediante pinturas y fotografías que exaltan cierto narcisismo. De ahí que Borrás y Barón aludieran al selfi actual como reminiscencia postrera de aquel pasado.
“Todo retrato es un retrato del artista, no de la persona que posa”, advirtió el escritor Oscar Wilde. He ahí la máxima alteridad posible, donde, nuevamente, confluyen la realidad y el sueño, allí donde se trata de captar en el otro lo que se busca para sí por caminos a veces intrincados.
Como le sucede al Fausto que evoca Mariano Fortuny en la imagen de portada de este texto: una fantasía que, frente al naturalismo tan presente en el XIX, arroja numerosos claroscuros en los cientos de retratos que acoge CaixaForum València.
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