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‘El gran Gatsby’, de Francis Scott Fitzgerald
Cultos y bronceados (VIII)
Verano de 2024
«Había algo brillante en torno a él, una exquisita sensibilidad para captar las promesas de la vida».
Promesas. Eso es lo que nos susurra el sol de verano. Promesas. Una luz brillante, vacaciones largas y algún que otro romance. Idealización de la buena sin culpabilidad alguna. Un espíritu más fluido y banal levanta el velo de la rutina y nos impulsa al exterior.
El fragmento pertenece al inicio de la novela ‘El gran Gatsby’ (1925). Uno de los muchos que podemos destacar del libro. En ocasiones, son tan poéticos que el significado se pierde en la belleza misma, detalle que encaja muy bien con la historia de la novela. Sin embargo, las palabras del escritor Francis Scott Fitzgerald, sutiles o directas, sacuden como un látigo de seda, dejándonos la piel en carne viva y la mente funcionando.
En la novela, el narrador, Nick Carraway (vecino de Gatsby), rememora la época en la que se mudó al este de Estados Unidos con el objetivo de ganar dinero. El verano en el que se reencuentra con su prima, Daisy Donovan, conoce a Tom Buchanan, a Jordan Baker y acude a las fiestas exageradas y ostentosas de Jay Gatsby. Es el verano en el que entabla amistad con Gatsby. El gran Gatsby.
Carraway centra su historia en Jay Gatsby (del que no se sabe nada) y este, a su vez, centra su existencia, su dinero y todas sus esperanzas de futuro en su único amor, Daisy Donovan, casada con Tom Buchanan. Por ella, al menos eso parece, construye su imperio.
El relato de Nick es un retrato de las fiestas desenfrenadas, superficiales y exageradas de la clase alta que reflejan lo que debieron de ser aquellos locos años 20 que todos tenemos en mente: el comportamiento sin consecuencias.
Las risas, el alcohol y la música estridente como único nexo de unión entre unos invitados cuya profundidad solo es medible por la cantidad de champán que son capaces de beber. Insisto, el comportamiento sin consecuencias.
Después de tanta fiesta y lujo, que no glamour, la crueldad del ser humano sale a la luz: Daisy confiesa que quiere, también, a Tom Buchanan y este humilla a Gatsby. Su sueño romántico se rompe, pero, cuando una tarde de regreso, esta conduce su coche y atropella a la señora Wilson, podemos presentir que nada va a ir bien. En unas pocas páginas, se produce la caída y muerte de Jay Gatsby (asesinado por el Sr. Wilson). Y el remate, aunque él ya no pueda verlo, es un entierro sin gente.
Daisy y Tom desaparecen tras la muerte de Gatsby, y Nick Carraway los muestra como en realidad son: «Eran descuidados e indiferentes, y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión (…), dejando a los demás que arreglaran los destrozos que ellos habían hecho».
El matrimonio, al igual que Jordan y todos los invitados a las fiestas de Gatsby son quienes, sin darse cuenta, desgarran el mensaje del sueño americano. La defensa del objeto por encima de los valores y la ética son algo que puede verse en todos ellos.
Al inicio de la novela, Carraway recuerda el consejo de su padre: «Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien (…), ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas».
‘El gran Gatsby’ no (solo) es una novela de amor, es la mentira del sueño americano, del triunfo de la injusticia y de la hipocresía y decadencia moral. Todo bien mezclado, masticado y escupido a la cara. Finalmente, Carraway nos desvela la verdad: no es Daisy quien sostiene (solo) su vida, sino la excusa de la ejecución de su objetivo.
James Gatz creó a Jay Gatsby antes de que Daisy apareciera. Gatsby quería ser uno de esos alguien que veía en los yates o en sus Rolls-Royce. Del mismo modo que nosotros, tumbados en nuestras camas, fantaseamos con un alter ego brillante que nada tiene que ver con nuestro verdadero yo.
A pesar de la simpatía que podamos sentir hacia Gatsby, gracias, en parte, a su enamoramiento hacia Daisy y al papel de esta de niña ñoña, caprichosa e inaguantable, Gatsby no es una buena persona. «Tiene el aspecto de haber matado a un hombre», susurran en muchas de sus fiestas. Un rumor que, como un fantasma, se mantiene durante toda la narración.
Leyendo las palabras de Carraway (Fitzgerald), uno quiere de verdad abrazar la idea de que podemos cambiar nuestro propio destino, de que la justicia y el amor están por encima de todo lo demás. Nos agarramos a eso y nos aferramos a los nervios adolescentes que provocan malestar –Gatsby cuando vuelve a ver a Daisy cinco años después–. Nos aferramos con fuerza a la creencia de que todos los bulos son mentira y, finalmente, nos sentimos apenados al saber que nadie acude a su funeral. Solo sus criados, ojos de lechuza, su padre y el propio Carraway.
Sé que peco de omitir muchos detalles, pero me resulta imposible incluirlos todos sin convertir un texto veraniego en un ensayo de larga extensión. Por eso, solo espero que mis palabras os inviten a leer la novela y a disfrutar de las descripciones tan detallistas y visuales de Scott Fitzgerald.
‘El gran Gatsby’ es una novela amarga disfrazada de seda. Es el reflejo de una época que puede ser esta que vivimos. Es el encuentro fortuito con la injusticia y la superioridad de una clase sobre otra. Y es, ante todo, una historia que muestra todas las caras del ser humano.
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