En una sociedad como la nuestra, acostumbrada a que exista un abismo entre la teoría y la práctica, sucede con frecuencia que la letra de algunos principios jurídicos fundamentales se queda solo en tinta seca sobre papel. Esa laxitud asumida por la población es un signo revelador que, posiblemente, nos haya llevado al despotismo institucional con el que algunos administran su responsabilidad sobre los asuntos públicos.
Aunque resulte recurrente, para hablar de libertad de expresión debemos remitirnos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Según su artículo 19, “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Por su parte, la Constitución Española de 1978 reconoce y protege los derechos: “a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”, así como “a la producción literaria, artística, científica y técnica”. Dando un paso más allá, manifiesta que “el ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa”.
Sin embargo, estos derechos se ven continuamente vulnerados, nuestra libertad de expresión se ve limitada aquí y ahora, no es necesario referirse a regímenes totalitarios de otras latitudes ni a dictadores pasados. Hoy Valencia vuelve a ser el escenario en el que se representa el uso chusco y arbitrario del poder. El Ayuntamiento de Valencia ha destruido una intervención artística realizada en el espacio público, sobre los muros contiguos a la Casa dels Bous en El Cabanyal, propiedad de la Marina Auxiliante, que contaba con los permisos de la citada entidad. La obra de Jorge López, integrada en el proyecto Inside Out Project del conocido artista JR, retrata vecinos del barrio mientras realiza un ejercicio de integración. La obra, muy cuidada estéticamente, carece de aristas que pudieran incomodar. ¿Por qué, entonces, una patrulla de limpieza y otra de policía ha acabado con ella unas horas después de su instalación? Contaba con el permiso de la entidad propietaria del muro, se ha preparado con cuidado, han participado numerosos vecinos de esta zona de la ciudad, forma parte de un proyecto artístico que se desarrolla internacionalmente…
No cabe duda del desprecio que el Ayuntamiento de Valencia ha puesto de manifiesto hacia el arte y la cultura bajo el mandato de Rita Barberá, no solo por la ausencia de una política municipal en materia cultural sino por el uso caprichoso de los recursos y las infraestructuras. Se trata de un modelo de gestión política que ha caducado. Ya no se sostiene, como tampoco lo hace su aberrante plan de partir en dos el barrio de El Cabanyal, declarado Bien de Interés Cultural por la particularidad de su trazado urbanístico y el modernismo popular característico de su arquitectura. La protección legal que lo ampara, junto a la ejemplar lucha de los vecinos y vecinas del barrio durante los últimos diecisiete años, representa el principal escollo que la alcaldesa ha encontrado en sus años de gestión. Tras los éxitos obtenidos por Salvem El Cabanyal en los tribunales y con el reciente Premio Europa Nostra –refrendado por el Ministerio de Cultura- puede decirse que El Cabanyal ha ganado la guerra, a pesar de las feas maniobras desplegadas durante la contienda por esa alcaldesa de “caloret” subido.
Durante demasiado tiempo las prebendas, la indiferencia y el miedo han mantenido paralizados a distintos sectores sociales. El miedo es esa última frontera que como individuos debemos trabajar y superar, pues paraliza a las personas y nos inhabilita como sociedad. Puede que sea esa la gran revolución que ya se ha iniciado. Una revolución que no requiere de barricadas ni de manifestaciones, pues tiene lugar en lo más íntimo de cada persona, sin proclamas, siendo necesariamente el resultado de una libre toma de consciencia. Eso facilita una nueva escena para el desarrollo de otro modelo social y político. En ese territorio, liberado de signos, nos vamos encontrando como individuos emancipados integrantes de una colectividad, capaces de interactuar sin renunciar a la dignidad personal que nos confiere el ejercicio autónomo de la expresión. La pluralidad es la base de una sociedad sana, mientras que las acciones represoras que hemos conocido en los últimos años son el resultado de la administración abusiva del poder. Borrar a manguerazos una intervención artística en El Cabanyal es seguramente uno de los últimos exabruptos de ese poder lacónico que se retuerce frente al precipicio electoral.
Ante este tipo de atropellos se hace más necesario si cabe reforzar la práctica personal de la opinión y la expresión pública de las ideas propias, sin atender a las tijeras de un censor que ha perdido por completo su autoridad.
Nunca fue el momento de guardar silencio, pero ahora es sin duda el tiempo de hablar.
José Luis Pérez Pont
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