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‘Los destellos’, de Pilar Palomero
Guion: Pilar Palomero, a partir de un relato de Eider Rodríguez
Reparto: Patricia López Arnaiz, Antonio de la Torre, Marina Guerola, Julián López y Ramón Fontserè
Fotografía: Daniela Cajías
101′, España, 2024
Estreno: viernes 4 de octubre de 2024
La llegada de la realizadora Pilar Palomero al mundo del cine español no pudo ser más espectacular. Con su primera película, ‘Las niñas’, Palomero ganaba todos los premios posibles: Goya a la mejor película, mejor ópera prima en los Premios Platino del cine Iberoamericano, Biznaga de Oro en el Festival de Málaga, mejor película en los Premios Gaudí, los Forqué, así como mejor película dramática en los Premios Feroz de aquel 2021, año de su estreno.
Después llegarían ‘La maternal’, su segundo trabajo. Si con ‘Las niñas’ Palomero exploraba el mundo del descubrimiento de la infancia, aquí se sumergía en una adolescencia conflictiva, marginal, en la que un embarazo inesperado venía a truncar la vida de su protagonista.
Los personajes de Palomero han ido creciendo y ya se encuentran en la edad adulta. Es el caso de Isabel, una mujer que vive en el campo y regenta una casa rural que alquila a los turistas. Isabel lleva una vida muy tranquila junto a Nacho, su actual pareja, músico y profesor de profesión. Pero esa paz se desmorona cuando recibe la visita de su hija Madelen.
Así arranca ‘Los destellos’, tercer largo de Palomero, que este viernes llega a salas comerciales después de pasar por el Festival de San Sebastián, donde su protagonista, Patricia López Arnaiz, obtuvo la Concha de Oro a la mejor interpretación protagonista.
Madelen no trae buenas noticias. Su padre, la anterior pareja de Isabel, está muy enfermo. En principio, Isabel no se siente interpelada por esta situación, pero los constantes reproches de su hija le hacen replantearse su postura. Isabel tendrá que enfrentarse, así, a una parte de su pasado que, como nos cuenta Palomero en esta entrevista, regresa para someterla a otra dura prueba.
Quisiera empezar preguntándote por el reciente estreno de la película en el Festival de San Sebastián. Patricia López Arnaiz, tu protagonista, conseguía la Concha de Plata a la mejor interpretación. ¿Cómo lo recibiste? ¿Estás contenta? ¿Decepcionada? ¿Esperabas algo más?
[risas] No, supercontenta. Al revés, decepción ninguna. Siento que la película ha recibido mucho cariño en San Sebastián y la guinda fue esa Concha de Oro para Patri, que ha hecho un trabajo magnífico. Me encanta que sea reconocido.
La película está basada en un relato de la escritora vasca Eider Rodríguez. Si no me equivoco, es la primera vez que tomas un material ajeno para hacer una película. ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Por qué escogiste este texto y qué pensaste que incorporaba a tu universo particular?
Pues todo empezó porque Fernando Bovaira, el productor, me enseñó el relato de Eider, ‘Un corazón demasiado grande’. Le había conmovido mucho y me propuso hacer una película a partir de él. Pero te estoy hablando del año 2020, o sea que llevamos ya mucho tiempo con esto.
Yo acababa de estrenar ‘Las niñas’ y todavía no habían sido los Goya. Yo no conocía la obra de Eider, pero el relato me encantó (ahora ya soy fan de todo lo que escribe). En el relato, lo que vi fue una oportunidad de hablar sobre un tema que a mí me llevaba obsesionando mucho tiempo y que, de hecho, está presente en casi todos mis cortometrajes y que tiene que ver con cómo nos enfrentamos a la vida, con cómo estamos presentes en el mundo, con cómo cuidamos a los demás y nos dejamos cuidar.
Pero, sobre todo, tenía muchas ganas de hablar sobre la perdida de un ser querido. En ese sentido, hacer la película ya era para mí como una búsqueda. Se trataba de ver si encontraba en la película algo de belleza que le diera sentido a todas esas vivencias tan dolorosas.
La película habla de una mujer que, de alguna manera, no sabe que hay algo de su pasado que tiene todavía pendiente o por cerrar. ¿Qué significa para ti el peso del pasado?
Bueno, yo creo que todo lo que somos son las cosas que nos han pasado. Al final, todo lo que cada uno es hoy en día es un cúmulo de las vivencias y los recuerdos que te quedan. Yo creo que somos todo memoria. Que, al final, como lo que está por venir no sabemos cómo es, lo único que nos puede construir es lo que ya ha sucedido.
Y sí que es verdad que es un personaje que no es que tenga que hacer las paces con su pasado, sino que ha tirado para adelante y el pasado la encuentra a ella. De repente, se lo encuentra frente a frente y ahí es cuando se ve ante un dilema, una disyuntiva. ¿Qué hago? ¿Le doy la espalda o lo miro a la cara? Y eso es lo que hace.
Una de las cosas más curiosas de la película es la relación que estableces entre la madre y la hija, en la que propones un interesante cambio de roles. En este caso, es la hija la que sabe, cuando, en general, suponemos que el que sabe es el adulto, el que tiene más edad. ¿Porque era tan importante ese cambio?
Bueno, eso es algo que también estaba en el relato. Me gustaba mucho esa idea de aprender de los hijos. Es decir, no solo los padres educan a los hijos, sino que los hijos también pueden educar a los padres. Pero, para eso, los padres también se tienen que dejar educar. O sea, hay que estar atentos y escuchar y, sobre todo, entender que son seres humanos independientes, autónomos, y que pueden tener una sabiduría que nosotros no tenemos.
Yo creo que el personaje de Isabel se siente un poco invisibilizada por su hija porque la siente más preocupada por su padre, ya que, en ese momento, necesita más cariño, más cuidado, más acompañamiento. De la misma forma, al final, las dos harán un viaje en el que se verán mutuamente y, de alguna manera, se validarán la una en la otra.
Quería preguntarte sobre el título, ‘Los destellos’. ¿Qué son los destellos? ¿A qué destellos se refiere?
Para mí, los destellos es toda luz. Es una luz que aparece en la oscuridad, esos recuerdos que te aparecen, de repente, en la cabeza o esos momentos en los que, en un instante, casi como en una epifanía, te das cuenta de tu propia vida, de tu propia existencia. Para mí, eso es como tener un destello.
En ese sentido, y por lo que me preguntabas antes del pasado, sí que siento que, al final, lo que nos queda de las personas que queremos son esos destellos que nos dejan. Por ejemplo, el hecho de escuchar una canción que te lleva a un momento vivido con esa persona que ya no está. Para mí eso es un destello de vida.
Hay algo que es particular de tu cine y que está muy pegado, creo yo, a una especie de costumbrismo de los objetos, de las cosas. ¿A que responde ese interés específico?
[risas] Pues la verdad es que es así, es cierto. Soy consciente de que me obsesionan mucho las cosas, la vida de las cosas. De hecho, la película empieza en un almacén de antigüedades en el que he grabado cuatro cortometrajes. Esta era la quinta vez que filmaba allí, es un sitio que existe.
La primera vez que lo visité, hace ya muchos años, lo sentí como un cementerio de recuerdos. Allí había cosas sobre las que yo me planteaba: ¿y esto de quién será? ¿Cómo ha acabado aquí? Igual este objeto tiene una historia detrás, pero para mí no significa nada. Lo que para mí es una piedrecita informe, para alguien podría ser una piedra con forma de foquita que encontró un día en un paseo muy bonito. Eso sí que me obsesiona, lo que dejamos.
Y, luego, también porque, así como hay algunas cosas que permanecen, no sé si eternamente, como un fósil, todo lo nuestro va a desaparecer. ¿Qué podemos conservar en la memoria de cuatro generaciones antes que la nuestra? Yo no sé cómo se llama mi tatarabuela, por ejemplo. Y si se lo pregunto a mi madre, me dice que no lo sabe. O sea, que hay un momento en el que desaparecemos por completo, hasta nuestro recuerdo. Quedan esos vestigios que cuentan mucho de quiénes somos, y la memoria emocional que viene con esos objetos.
Con frecuencia, la película parece que está conteniendo u ocultando una información sobre los sentimientos o razones que mueven a los personajes, de forma que, a veces, percibimos la ausencia de un algo que deberíamos conocer para completar el relato. ¿No te daba miedo que el espectador se sintiera despegado de la historia al no contar con esos elementos, con esas relaciones o información?
Sí, cuando estaba con Sofi Escudé, la montadora, y antes escribiendo el guion, nos repetíamos todo el tiempo aquello de “menos es más”. Es decir, yo prefiero quedarme corta que pasarme porque creo en la inteligencia de quien ve la película. Hay cosas que están voluntariamente omitidas para que cada uno las rellene como quiera, como es el pasado de los personajes.
Una cosa que tenía muy clara es que no quería que el tono de la película fuera melodramático. Lo que buscaba era una emoción contenida, esa es la propuesta. Luego, habrá espectadores que entren y otros que no, pero, ante la duda de pasarme o quedarme corta, a mí me gusta ser respetuosa con el espectador y no crear escenas que busquen una emoción básica, sino que sea todo un poquito más complejo. Ojalá que lo haya conseguido, no lo sé.
Esa contención, esa falta de información para construir las psicologías de los personajes, ¿cómo influyó a la hora de trabajar con los actores?
Bueno, es que ellos sí tenían toda la historia. Nosotros seguimos un trabajo que, más que ensayos sobre guion, fue una experiencia de convivencia, de generar ciertos vínculos. Y, ahí, el cómo se conocieron o por qué se separaron eran asideros que ellos tenían a la hora de enfrentarse al personaje.
O sea, a la hora de interpretar a Isabel, Patricia tenía muy claro por qué se resiste a hacerse cargo de Ramón. Ella sabe cuál era ese pasado que habían tenido. Pero, al final, para mí lo importante era decir: “¿Qué más da lo que les hubiera pasado?”. En realidad, no es importante.
Si lo comparas con lo que están viviendo en ese ahora en el que él se está despidiendo de la vida, a no ser que haya sido algo muy traumático, ¿qué más da que hubieran tenido diferencias? ¿Qué más da que uno hubiera acusado al otro de algo? Las parejas acaban, ¿no? El amor se acaba y ya está, no es la culpa de nadie.
Siquiera por comparación, la película confronta dos tipos de hombres: Ramón, la expareja de Isabel, y Nacho. ¿Por qué te interesaba tanto enfrentar a estos dos personajes? ¿A dónde te llevaba esa confrontación?
Esto es algo que también estaba en el relato. Por un lado, Ramón es un personaje que sientes que ha sido un hombre más, digamos, chapado a la antigua, menos consciente de su propia vulnerabilidad. Y, Nacho, digamos que es todo lo contrario. Y para mí esto tenía mucho sentido.
Una mujer que se ha separado y que ha acabado un poco cansada o harta de esa pareja, encuentro lógico que busque una persona que sea totalmente lo contrario. Yo creo que sí, que realmente son dos personajes muy distintos. El personaje de Nacho es un personaje más conectado con la actualidad, con cómo somos hoy en día y con cómo nos estamos construyendo.
A mí, esto es una cosa que me ha parecido siempre una putada para los hombres, el no poder mostrarse vulnerables, el tener siempre que aparentar ser el fuerte. Me gusta mucho mostrar un personaje que sea sensible y que, además, también sepa cuidar. Y Nacho cuida muy bien a Isabel. Da un paso atrás, le da su tiempo, su espacio, aunque a él le duela. Esa es una forma de cuidar.
Te quería preguntar, para terminar, por la fotografía de Daniela Cajías. Su trabajo me parece que no solo cumple una función netamente ilustrativa, sino que aporta mucho al juego narrativo que articula el relato. ¿Cómo trabajasteis ese aspecto visual dentro de la narración?
Yo tenía muy claro que quería hacer una película con un lenguaje diferente a las anteriores porque sentía que yo misma me lo pedía, y también la propia historia. Hemos rodado al norte de Sant Joan y alrededores, que es el pueblo de mi familia, con el que tengo mucha vinculación. Aparte de que he rodado casi todos mis cortos allí, es un espacio que conozco muy bien.
De hecho, el guion estaba escrito pensando en esos lugares concretos. La cantera donde encuentran la piedra, la foquita, es un lugar donde yo iba de pequeña buscando fósiles. Los campos de olivos son terrenos que tiene mi familia, el pueblo en sí…
Estuvimos allí mucho tiempo juntas y enseguida tuvimos muy clara esta idea de rodarlo todo con trípode, con movimientos de cámara muy suaves, buscando referentes de un lenguaje más académico, más clásico. Yo sentía que era lo que me pedía la historia y también, como digo, porque me apetecía hacer algo diferente a ‘Las niñas’ o a ‘La maternal’ en términos de lenguaje.
Si tuvieras que elegir una, ¿cuál dirías que es la imagen que contiene la película?
Fíjate, yo como imagen creo que me quedo con el momento en el que están en el hospital y Madelen le lee a su padre un capítulo de ‘Platero y yo’. El plano es un zoom que va poco a poco hacia la cara de Isabel y ahí yo siento, al ver la película, que ella se desarma, que entiende que lo que está haciendo lo hace por su hija y que, aunque no la apetezca nada, sí merece la pena cuidar a su expareja por la familia que fueron un día.
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