Joker

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‘Joker: Folie à Deux’, de Todd Phillips
Reparto: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Brendan Gleeson, Catherine Keener, Harry Lawley, Zazie Beetz
Música: Hildur Guonadóttir
Fotografía: Lawrence Sher
Estados Unidos, 2024, 138 min.

Nunca segundas partes fueron buenas. La frase, adjudicada comúnmente a la segunda entrega de El Quijote, se ha convertido en nuestros días en un lugar común y casi en una maldición cuando nos referimos a las franquicias cinematográficas (pongamos por caso, ‘Matrix’). Pero, ¿a qué se debe este hecho? Ahí va una teoría.

Supongamos que tenemos a un director/guionista con una idea realmente original para una película. Entusiasmado, se pone manos a la obra. La idea del relato encaja perfectamente en una brillante narración, el desarrollo de personajes se acoge como un guante a la evolución de la historia, el discurso queda contenido en la forma, como si brotara de ella de manera espontánea y natural, el desarrollo es ocurrente, ingenioso, inteligente y dobla las reglas del género y del estilo presentando nuevos caminos para el futuro dejando una obra cerrada, compacta y electrizante.

No es que esto esté asegurado, pero el estreno de la película se convierte en un gran éxito de taquilla. Y entonces la maquinaria del sistema de producción se impone y, con el fin de satisfacer las “necesidades de la oferta y la demanda” o por mero negocio, se lanzan a producir esa segunda parte que, con frecuencia, nadie ha reclamado. Y claro, no sale bien.

¿Y por qué no sale bien? Pues la razón es muy simple. Primero porque contar una buena historia no es tan fácil, más en los tiempos que corren donde la construcción de relatos ha dado paso a formas, con frecuencia, deslavazadas. Luego, porque, seguramente (estamos jugando a especular), el autor ya puso todas sus energías y sus buenas ideas sobre aquel primer proyecto.

Fotograma de ‘Joker: Folie à Deux’, de Todd Phillips.

La historia, como dijimos, estaba perfectamente cerrada y no había más que decir sobre esos personajes cuyo arco dramático habría terminado (‘Matrix’). Lo que puede suceder a partir de aquí es que el producto sucedáneo quede lastrado por esa manera de producir, contra el tiempo y el ingenio, la susodicha continuación, resucitando a unos personajes y líneas argumentales cuyas circunstancias no dan más de lo que dieron en aquella primera idea realmente inspirada.

Vaya por delante que no es cierto que ninguna segunda parte fue tan buena como la primera. Si hablamos del cine comercial (que es donde se dan estas situaciones), recordemos, por ejemplo, la saga de Indiana Jones, que dio en su día tres buenas secuelas.

La segunda entrega de ‘Star Wars’ sin duda llevó en su momento a aquel universo galáctico a un lugar superior sobre su predecesora. ‘El padrino 2’, ‘Terminator 2’olas tres partes de ‘Toy Story’ son de lo más inteligente que se ha visto en una sala de cine. Y en el comic, un medio del que el cine tendría mucho que aprender, sucede otro tanto.

En el caso de los superhéroes, durante los años 80 especialmente, cuando el género dio un verdadero salto hacia unos relatos más arriesgados dirigidos al público adulto, era habitual que a un buen guionista le siguiera otro de la misma calidad que supiera, no solo suplir la ausencia, sino llevar a los personajes a cotas iguales o superiores que sus predecesores en un juego permanente de cambios de estilo de una riqueza de tal calibre que las franquicias cinematográficas, aunque no los sepan la mayoría de espectadores, siguen hoy viviendo de todo aquel maná.

Con ‘Joker’, la primera, el realizador estadounidense Todd Phillips nos hizo a los aficionados el regalo de nuestras vidas. Frente al manoseo carente de ingenio al que veíamos que se estaban sometiendo a nuestras historias y personajes favoritos, devolviéndolos hacia sus orígenes más infantilizados, Phillips nos entregaba un trabajo redondo, sin fisuras, que apuntaba a aquellos relatos más elaborados que habíamos disfrutado en nuestra juventud (e incluso hoy, en la edad adulta) y, encima, encontrado una forma propia para la pantalla que, por fin, parecía encontrar su camino, distanciándose definitivamente del lenguaje de las viñetas, pero sin perder su conexión espiritual. Ahora sí, exclamamos.

Entonces pasó lo que tenía que pasar. Y bueno…

Fotograma de ‘Joker: Folie à Deux’, de Todd Phillips.

Quiero dejar claro que no creo que ‘Joker: Folie à Deux’ sea una película completamente desechable. Tiene, en mi opinión, bastantes cosas buenas. Pero luego tiene otras tantas que se podrían haber mejorado o, como veremos, haber controlado algo mejor. De haber sido así, hoy estaríamos encumbrando al nuevo Frank Miller del S.XXI.

La clave para esta segunda entrega estaba, como venimos diciendo, en cómo se respondía a la siguiente pregunta: vale, y ahora, ¿qué hacemos? ¿Por dónde llevamos a este personaje que hemos creado? Y hay que decir que, a pesar de todos los problemas que veremos, Todd Phillips y Scott Silver, su coguionista, tuvieron una intuición muy inteligente.

Pensemos un momento. ‘Joker’, la primera, nos presentaba a Arthur Fleck, un sujeto corriente al que la vida, el sistema, le ha dado muy malas cartas. No solo es que vive en unas condiciones deplorables, es que no tiene ningún talento particular ni el carácter o las herramientas necesarias para salir del atolladero. A Arthur la vida no solo le trata mal, lo hace todo el mundo, hundiéndolo hasta más allá de lo tolerable.

Un día, harto de respetar las reglas y que nadie lo respete a él, decide tomar cartas en el asunto y montar su propia revolución, arremetiendo contra aquello que lo ha dejado en la estacada: una madre que lo desprecia, unos jefes que lo humillan y lo tratan como un trapo, la gente común de la calle que le demuestra su desprecio sin razón, una cultura del espectáculo que, encantada de sí misma, ofrece basura a cambio de nada y hasta la mismísima Seguridad Social.

Contra todo ello, Arthur pondrá patas arriba las reglas del sistema. A su lado, otros desarrapados como él se unirán a su revuelta y lo convertirán en una especie de mesías. Al fin, la revolución de la gente común ha llegado… y es imparable.

Fotograma de ‘Joker: Folie à Deux’, de Todd Phillips.

Con ‘Joker 2: Folie à Deux’, Arthur se encuentra en la cárcel, esperando juicio por los asesinatos que cometió. Y aquí viene la idea germen que me parece brillante. Convertido en un héroe nacional, sus seguidores lo aclaman como una víctima del orden imperante.

Pero esa devoción que sienten por Arthur está, en el fondo, vacía, es pura imitación. Cuando Arthur se da cuenta de ello, tratará de volver a convertirse en ese tipo común que ha sido siempre, pero sus acólitos, que no lo siguen por lo que vale, sino por una forma de devoción fanática, no van a perdonárselo.

Esto es lo brillante de la propuesta de Phillips. Si en la primera parte, Arthur era el símbolo de una revuelta contra el sistema opresor, en la segunda parece querer advertirnos de ese momento en el que la revolución se convierte en un simple fanatismo sin sentido. Una vuelta de tuerca al primer argumento de mucha enjundia. El problema es que, si bien la idea queda explicitada, es decir, la entendemos, no está tan bien imbricada en el relato como en la primera parte.

Creo que el primer error que ha cometido Phillips es desvirtuar el sentido de su lucidísima primera entrega. Arthur, el Joker, es un tipo solitario, un hombre radicalmente solo frente al mundo que lo rodea.

En cambio, por aquello de buscar un reclamo comercial o con la intención de introducir nuevos personajes de la saga de los comics de DC, aquí se le ha buscado a una ‘partenaire’ que sirva de contrapeso o espejo en el que confrontar sus obsesiones o, mejor sería decir, ese diálogo que Arthur tiene consigo mismo, dejando fuera a esa masa que lo aclama y que habría sido, sin duda, su mejor oponente.

Fotograma de ‘Joker: Folie à Deux’, de Todd Phillips.

Por alguna razón, Phillips y Silver vuelcan todo el peso de la película en esta relación. Sin embargo, ese planteamiento les impide u obstaculiza desarrollar esa idea base que tendría que haberla sostenido. Por el contrario, y para llenar los 138 larguísimos minutos que dura la cinta, los dos autores se regodean en plantear situaciones intrascendentes y números musicales que no hacen sino incidir en el carácter de dos personajes que son, de alguna forma, dos caras de la misma moneda.

De alguna manera, Joker y Lee (interpretada por Lady Gaga) son, durante buena parte del metraje, el mismo personaje, lo que hace que la narración no se desarrolle hacia ningún sitio, puesto que no existe confrontación entre ellos. Joker se siente feliz de haber conocido a Lee en la prisión-manicomio de Arkham.

Al fin, alguien parece quererlo, un alma gemela que lo comprende. Esta situación, provoca un nuevo despertar de Arthur hacia su alter ego, el Joker, única evolución del personaje, pero hasta que se consume la gran traición y, salvo algunos momentos brillantes (ese Joaquin Phoenix riendo bajo la lluvia está magistral), al final de la cinta no ocurre nada más.

No describiremos aquí los numerosos números musicales que se van diseminando a lo largo de la película. Aprovechando el éxito del juego con algunos referentes a los que apelaba en la primera parte, Phillips hace un nuevo alarde de su conocimiento y el afecto que siente por la cultura popular de su país, desde los dibujos animados de la vieja Warner Brothers (mil veces menos cursis y ramplones que los que ven los niños ahora), pasando por temas de Sinatra, Ella Fitzgerald, Fred Astaire, y otros muchos.

La selección es una delicia que ha sido interpretada, con frecuencia, por los propios actores. El problema es que, como decíamos al principio, estos números aparecen descolgados de una trama principal que ya se ha despreocupado por sí misma de presentar un verdadero desarrollo dramático.

A pesar del genial tratamiento de imagen (brillante la fotografía de Lawrence Sher) y la planificación de las secuencias, ‘Joker: Folie à Deux’ cae con demasiada frecuencia en lo inane. A falta de un verdadero argumento, Phillips lleva a sus personajes por terrenos trillados, repitiendo una y otra vez la misma situación dramática para acabar confiando el sentido del relato a unos diálogos que son demasiado explícitos.

Para ello, todo el segundo bloque de la película, claramente desproporcionado, se desarrolla en el juicio al Joker donde, para esconder esa ausencia de trama, se plantean situaciones realmente risibles o gratuitas, que no sirven más que para aportar una información que no suma al argumento, más allá justificar su papel de gancho para sostener la idea base de la que hablábamos (no hay nada como un buen speech que nos explique lo que no aparece en pantalla).

Esta falta de una estrategia dramática bien articulada se traslada, cómo no, a las interpretaciones. Y ahí veremos a Joaquin Phoenix repitiendo muchos de los gestos con los que nos deleitó en la primera entrega. Pero donde allí todo quedaba justificado en favor de esa evolución psicológica del personaje, aquí queda en una mera imitación que trata de emular aquel éxito y lo que entonces tenía un sentido, aquí parece un tic. Una falta de tono que asiste a toda la película y que acaba caricaturizando lo que pudo ser un buen ejercicio de estilo.

Al final, ‘Joker 2: Folie à Deux’ deja un sabor agridulce. Y temo que el problema principal se encuentre en la contradicción que palpita bajo esa idea original que inspiró esta película. Si Todd Phillips llevó a Arthur a convertirse en un héroe contra la podredumbre del sistema, aquí se enfrentaba al reto de tener que derrocar, no solo su figura, sino el sentido mismo de su propia revolución. Y aquí creo que Phillips se ha mostrado más bien dubitativo y, probablemente, con razón. Una verdadera pena.