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‘Don Juan en los Infiernos’
Autor: Gonzalo Suárez
Adaptación: Joaquín Murillo
Dirección: Marián Pueo
Intérpretes: Joaquín Murillo, Gema Cruz y Saúl Blasco
Espacio escénico: Óscar Sanmartín
Producción: Carlos Agustí y Teatro Che y Moche
Sala Russafa
Dénia 55, València
Hasta el 3 de noviembre de 2024
Durante la víspera del día de Todos los Santos fue, durante muchos años, una tradición inexcusable pasar la velada con el ‘Don Juan Tenorio’ de Zorrilla. Irrumpía en los hogares a través del tubo catódico y sus lances cobraban vida en un sinfín de escenarios. El influjo americano de Halloween, con sus calabazas y disfraces, expulsó al ‘Burlador de Sevilla’ del imaginario colectivo, ninguneando uno de nuestros mitos más universales junto a ‘El Quijote’.
Se podría considerar, pues, una especie de victoriosa revancha que la Sala Russafa de València haya programado para estos días de muerte y duelo una versión trasgresora del ‘Don Juan’ dentro del festival Rayuela’24 y su XIV Ciclo de Compañías Nacionales. Una obra que muestra sin tapujos la otra cara del personaje: la faz crepuscular, hipócrita y oscura del cínico conquistador de doncellas.
Una adaptación teatral de la película de Gonzalo Suárez, ‘Don Juan en los infiernos’ (1991), de la compañía aragonesa Che y Moche, nombre que procede del modismo ‘a troche y moche’, en referencia a sus orígenes juveniles en el ámbito universitario cuando iban algo «azacanados y atropellados», recuerda su director, Joaquín Murillo.
Llevar largometrajes a escena no es muy común, pero los integrantes de Che y Moche, socios el Teatro del Temple, están avezados en ese empeño. ‘Metrópolis’, ‘El cielo sobre Berlín’ o ‘Nosferatu’ son algunos filmes que han adaptado. «Es consecuencia de la cultura cinéfila que cultivé gracias a mi madre y que ha marcado mi carrera teatral», dice Murillo. «Se debe, además, al deseo de hacer cosas que no se han hecho antes, aunque también he adaptado textos narrativos como ‘Requiem por un campesino español’ o ‘El viejo y el mar’. Estoy habituado a filtrar el lenguaje narrativo y el fílmico».
«Haced lo que os plazca». Es lo que le dijo Gonzalo Suárez cuando fue a comentarle su proyecto teatral, pero el montaje es fiel a la visión del creador, que, a su vez, se basa en el ‘Don Juan’ de Molière, porque «si uno elige a un determinado autor es para respetarlo y cambiar lo que sea estrictamente necesario, procurando que sea lo menos posible», comenta Murillo.
«Los lenguajes del cine y las artes escénicas son distintos; había que reducir localizaciones, personajes, etcétera. Además, apostamos por hacer un homenaje al teatro clásico, no un acercamiento contemporáneo. Nos parecía que trasladar al público a otra época era un viaje que permitía ser más crítico con el mito y su historia».
El perfil del personaje concebido por Gonzalo Suárez a partir de la obra de Molière no tiene nada que ver con el Tenorio romántico de Zorrilla. Nos presenta a un cortesano en el último tramo de su vida, dominado por su propia miseria, junto a una empoderada doña Elvira, su esposa, y establece un paralelismo con un Felipe II también en franca decadencia.
«La obra describe los últimos días de Don Juan y de Felipe II, dos símbolos de una España negra. El declive moral y la pérdida de fuerza de ambos transcurre al unísono. Además de doña Elvira, la esposa del conquistador, capaz de ponerle en su sitio, otro personaje importante es el sirviente de Don Juan, Esganarell, «su Sancho Panza, que lo desprecia, aunque no se atreve a enfrentarse a él por su condición de siervo». Saúl Blasco interpreta este papel y varios más de una obra en la que solo tres actores encarnan a veinte personajes. Todo un ejercicio de transformismo escénico.
Esta visión del mito, producto de una simbiosis entre Suárez y Molière, contradice la imagen complaciente y romántica del galán rompecorazones para mostrar la esencia del personaje en toda su crudeza. Un machista, manipulador, hipócrita y cruel incapaz de redimirse de la maldad en la que se regodea.
«Nosotros la mostramos tal cual, alternando momentos cómicos con el drama de quien va perdiendo la razón y la vida». El objetivo es hacer disfrutar al público con un cóctel de estímulos estéticos y, al mismo tiempo, plantear una reflexión sobre los casos de donjuanismos que se siguen dando en pleno siglo XXI.
La idea era establecer una cierta complicidad con los espectadores sobre la representación a la que están asistiendo. «Pensamos que así había más posibilidades de que se produjera un distanciamiento y fuera más fácil identificar comportamientos, tipos de relación con los demás que llevaran a la audiencia a darse cuenta de que, varios siglos después, siguen muy extendidos», afirma el responsable de esta adaptación teatral, para quien los avances sociales del feminismo y las resistencias que se le oponen «hacen necesarios montajes como este, que visibilizan actitudes censurables», concluye Joaquín Murillo.
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