#MAKMAArte
‘La pintura sin domicilio. Habitar la paradoja’
Entrevista a Carolina Ferrer
Shiras Galería
Vilaragut 3, València
Hasta el 8 de noviembre de 2024
“La pintura siempre es la suma de tus intereses profundos, de tus obsesiones, más lo que acaba de acontecer; la pintura es ir desvelando cosas, a partir de lo que no sabes; es conocimiento y auto conocimiento, y, en este sentido, es un viaje interior sumamente interesante”.
Quien así habla es Carolina Ferrer, artista que expone en Galería Shiras ‘La pintura sin domicilio. Habitar la paradoja’. Y dice bien, porque su obra destila lo que el filósofo Rüdiger Safranski, refiriéndose a la escritura de Kafka -igualmente aludido por la artista-llamó “el arte de residir en lo extraño”.
Y no hay nada más extraño que la muerte, de la que nada sabemos, como bien sentenció Epicuro: “Cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, nosotros ya no somos”. Muerte que experimentó Ferrer durante el tiempo que cuidó a su madre hasta su fallecimiento.
“Estuve entre dos y tres años sin pintar, para cuidar a mi madre. Por vez primera dejé de pintar tanto tiempo. De ahí la sensación de extrañeza que experimenté al estar fuera de mi hogar, que es la pintura. Si normalmente estás a la intemperie como artista, ahora era como estar doblemente. Eso es la pintura sin domicilio que da título a la exposición”.
Y es precisamente a partir de esa muerte de la que nada sabemos y que, sin duda, nos coloca fuera de los límites de lo cognoscible, como Carolina Ferrer pinta para ir desvelando la extrañeza nos embarga. Extrañeza que solemos evitar precisamente por el temor a que nos ubique en un terreno de arenas movedizas.
“La soledad y el silencio asustan, al igual que el vacío. Sin embargo, yo me sirvo de él, por lo contrario: a mí me nutre, porque no hay nada como el silencio para escucharte a ti misma. Y, además, cuanto más vacío, más posibilidad de que el ser humano se expanda”, señala Ferrer, quien dice haberse sentido atraída siempre por el silencio a la vez que por la palabra: “Lujuria verbal o casto mutismo. En ese movimiento pendular transito cargada de paradojas”.
Paradojas que, refiriéndose a la exposición que presenta en Shiras, formula como contenidas en estas tres: “Interior, exterior (espacios interiores en un entorno urbano); silencio y palabra (el ‘Nada que decir’, de Kafka, o ‘Toda palabra es una palabra de más’, de Becket) y, por último, construcción y demolición. De manera que supone una interrogación acerca de lo que está dentro y lo que está fuera”.
El arte de Carolina Ferrer, residiendo en esa extrañeza que supone habitar a un tiempo lo interior y lo exterior, se caracteriza por lo que ella misma denomina una “reducción iconográfica extrema, un silencio que grita”. Iconografía reducida a muros de hormigón, conos de balizamiento, grafitis sobre una pared de piedra, en contraste con objetos del hogar, como un perchero, una prenda, sillas o un sofá.
Esa dialéctica entre lo urbano, como espacio ajeno, aunque próximo al hogar, y el propio hogar, en tanto próximo, familiar, pero al mismo tiempo extraño, genera -de nuevo paradójicamente- que el silencio y la palabra tan pronto se abracen como den lugar a una cierta tensión. Anhelo de unidad, propio de la felicidad con uno mismo, y de libertad para sacudirse esa felicidad calmosa, que te encierra en ti mismo, para ir en busca de lo ajeno.
Para mostrarlo plásticamente, Carolina Ferrer se mantiene fiel a lo que considera las tres constantes en su obra: los espacios, las escenografías; el uso del color y la fluorescencia, que la emplea desde hace mucho tiempo (“porque pienso que es la saturación máxima del color y eso me permite la mayor expresividad, la mayor fuerza en la imagen”); y, por último, la resina, que eleva a la máxima intensidad ese color y esa luz y, al mismo tiempo, “permite que el espectador penetre en ella a través de su reflejo. Y todo ello, muy teatral”.
Para penetrar e incluso residir en ese mundo extraño que nos propone Ferrer, se hace necesario tomar conciencia de la propia fragilidad, caracterizada por esa quiebra que se abre al habitar dos espacios a la vez, y, en otra nueva vuelta de tuerca paradójica, de la energía que se necesita para poner todo eso en pie.
Lo dice la propia artista citando al pintor holandés Bram Van Belde: “¡Se necesita tanta energía para pintar…!”. Energía que parece salir de las propias fuerzas de flaqueza, cuando, allí donde parece habitar el sinsentido, emerge una y otra vez la necesidad de expresar aquello de lo que uno nada sabe: la nada y, por qué no, el vacío.
Por eso, hablando de la pieza ‘Nada que decir’, Ferrer subraye que alberga la paradoja de la imposibilidad que tenemos de comunicar los humanos y, sin embargo, la necesidad de seguir diciéndolo. “Kafka dice: “No tengo nada que decir, todo está escrito ya” y, sin embargo, sigue escribiendo. Como yo sigo pintando porque, en el fondo, sí hay mucho que decir o, por lo menos, la necesidad expresiva de seguir intentándolo”.
La luz que atraviesa el conjunto de obras expuestas en Shiras tiene ese halo de misterio, que concita lo no sabido, junto al poder de atracción al que nos convoca su atmósfera onírica. “La luz es un buen augurio siempre”, sostiene la artista, “por eso se salpican las escenas de elementos que la refieren: un cable, un foco, una lámpara, un interruptor”, para añadir a continuación: “Quizá los cuadros que conforman esta exposición, sean esos lugares raros donde se va guardando la vida”.
Y es así, rememorando lo guardado a lo largo de su dilatada y genuina producción artística, como Carolina Ferrer diríase que volvió a pintar, saliendo a la calle tras un tiempo de silencio, para lo cual resulta oportuna esta cita de Milena Busquets en su ‘Ensayo general’, evocada por la propia artista: “La vida tiene una manera particular de recogerse y esperar en la adversidad”.
“Yo no me trazo nunca itinerarios previos cuando me pongo a pintar. Todas las reflexiones teóricas o conceptuales son a posteriori, una vez hecha la obra. En este caso, me vi sorprendida, porque yo siempre había hecho espacios interiores e introspectivos, y, sin embargo, ahora de repente salí a la calle y me vi pintando muros. En el fondo, luego he pensado que era el marco idóneo para hablar de la intemperie, pero no me lo propuse previamente”, añade la artista.
Dice que ninguna forma es muda, pero que, al mismo tiempo, no todo significa algo. “En todo caso, yo me he conocido a mí misma a través de la pintura, pero, insisto, todo eso es a posteriori”. Lo que tiene claro es que su única tarea consiste en “crear imágenes que te golpeen visualmente, que te evoquen cosas y además te hagan reflexionar”.
‘La pintura sin domicilio. Habitar la paradoja’ es una exposición, a su juicio, “que habla del no lugar, porque te habla de lo que acaba de ocurrir y de lo que está a punto de suceder. En ese punto de transición me sitúo. Como decía [Jacques] Derrida, es la línea que separa la palabra perdida, de la palabra prometida. Por eso, la exposición muestra los vestigios de un derribo, junto a un espacio ya en construcción. Y estoy en ese intervalo, de ahí que sea una exposición gozne”, concluye.
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