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XII Congreso Internacional de Análisis Textual Trama & Fondo
‘La ley’
Salón de Grados
Universidad Rey Juan Carlos
Quintana 21, Madrid
Del 5 al 8 de noviembre de 2024
“La ley se inscribe en el cuerpo a través del conflicto y la tensión entre las demandas psíquicas y las restricciones sociales”. Así lo apuntó Lorenzo Torres Hortelano, director del XII Congreso Internacional de Análisis Textual Trama & Fondo, que se ha celebrado esta semana en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, durante su conferencia de clausura ‘La ley encarnada. Hybris y corporalidad en Akira Kurosawa’.
Fue a través de la hybris (o desmesura) como Lorenzo Torres fue desgranando el modo en que tal desproporción se manifiesta en los cuerpos de los protagonistas de las películas del director japonés, al tiempo que contraponía la ley encarnada como contrapeso a la pulsión que anida en todo sujeto, amenazando su equilibrio.
“La hybris, en la antigua Grecia, representaba el orgullo desmesurado y la arrogancia que desafiaban tanto a la ley divina como el orden social. La hybris, en aquel contexto, rompía el equilibrio y la moderación, que eran valores esenciales en la sociedad cívica ateniense. Frente a la hybris, propongo situar lo que vengo a llamar la ley encarnada”, destacó Torres Hortelano.
“En el cine de Kurosawa, el concepto de hybris se traduce en cómo los personajes lidian con su propia identidad, con el poder, en situaciones que constantemente desafían su equilibrio interior. La hybris, en sus películas, se convierte en un fenómeno cultural donde los protagonistas experimentan sus propias transgresiones a través del cuerpo, en una constante lucha entre el individuo y la ley encarnada en el tejido social que los rodea”, añadió el director del congreso.
Su conferencia puso el broche a un congreso en el que se han presentado decenas de comunicaciones tomando como referencia la ley, abordada mediante el análisis de textos audiovisuales, literarios e incluso socioestadísticos, tal y como hizo Fuencisla Casanova, poniendo el acento en los datos que apuntan al incremento del suicidio infantil.
“El suicidio de chicos menores de 15 años se ha duplicado (siete, en 2020, frente a catorce, en 2021)”, subrayó la psicoanalista, mientras que han sido ocho las chicas que se han suicidado, alcanzando esa cifra por primera vez. Entre las causas, citó la debilidad de la función paterna –que vendría a poner límite a la demanda infantil– y el temprano acceso a las redes sociales.
“Las redes sociales son una jungla donde campa el sadismo”, advirtió Casanova, para quien el aumento del suicidio en la pubertad guarda relación con ese consumo exacerbado de los contenidos divulgados a través de las redes, sin mediación simbólica alguna, y con el añadido de que sea el propio sector educativo el que esté “poniendo a los niños en contra de sus padres, a los que se culpabiliza del deterioro del planeta por su conducta inadecuada”.
“El padre ausente, debilitado, es una de las causas del suicidio infantil”. Padres debilitados a causa de unas separaciones matrimoniales que “suelen ser conflictivas y que afectan a los niños, a los que se chantajea”. “El padre ha de ser bueno y coercitivo a la vez, equilibrio que resulta difícil”, añadió.
Jorge Camón se refirió a la desarmonía, “tan propia del hombre, entre inmanencia y trascendencia”, dando cuenta de la diferencia, a su vez, entre derecho natural y derecho positivo. “Frente a ello hay dos posturas extremas: la identificación con las leyes naturales, mimetizándonos con ellas –sería la postura sadiana– o trascendiéndolas, incluso negándolas, y ahí tendríamos a Kant”.
“Lo que late en el fondo del ser humano es una especie de rabieta metafísica contra la imposibilidad de realizar los deseos de omnipotencia y completitud. Los griegos lo tenían claro: era la hybris, tan ajena al concepto judeocristiano de pecado y, a la vez, tan parecida. Entonces, ¿qué ley? Pues aquella que nos enseña el límite a la pulsión, que es tanto como decir lo quiero todo y ya: sin obstáculos, sin intermediarios, sin demora”.
De esa hybris, vinculada con la desarrollada por Lorenzo Torres, se hizo eco, igualmente, Magali Dumousseau, ahora desde el punto de vista de algunas prácticas artísticas, en su conferencia ‘La representación de la figura real dentro de los límites de las leyes españolas en el arte contemporáneo’, trayendo a colación las obras críticas de Eugenio Merino y Martín Sampedro.
“En una obra de arte, la ética individual o social puede aplicarse en la intención siempre que se estime que una creación debe ser moral buscando la felicidad, lo justo y lo útil a nivel personal o de la sociedad”, señaló.
“El derecho a la producción y creación artística protegido en el artículo 20.1 relativo a la libertad de expresión aparece como un derecho fundamental, pero no como una libertad absoluta, ya que además de las restricciones impuestas por la ética individual o política, que puede conllevar una autocensura por parte del artista o un boicot por parte del receptor, puede encontrar límites cuando se convierte, según la ley y la interpretación que los jueces hacen de los textos, en delito de opinión”.
Esa controversia entre censura y libertad de expresión se desarrolló después en el debate, una vez contempladas las obras de Merino y Sampedro, el primero de los cuales presentó en una edición de ARCO la figura de cinco metros del rey Felipe, que luego sería objeto de las llamas en una suerte de incendio simbólico contra aquello que representa.
Jesús González Requena, presidente de la Asociación Cultural Trama & Fondo, organizadora del congreso, afirmó que una de las grandes conquistas de nuestra civilización “fue suprimir los sacrificios humanos”, por los cuales “hay, desde luego, una gran fascinación”. Y añadió: “Entonces, me da la impresión que este tipo de rituales que tendéis a construir los artistas son extraordinariamente arcaicos”.
Para Martín Sampedro, en la obra artística, “el rey no es eso que está ardiendo, sino su representación, de manera que lo que arde es su imagen, no la persona”. Eugenio Merino dijo que la ley “permite quemar imágenes del rey, porque no es lo mismo quemar a alguien que hacerlo en una obra de arte, porque eso está en otros códigos”.
“Quien sea monárquico no entenderá la obra porque su ideología se lo impedirá, pero quienes no lo sean, como es mi caso, entienden que podamos jugar con la idea de su quema simbólica. El arte tiene cierta capacidad chamánica porque te permite hacer cosas que no se cuestionan en la realidad”.
González Requena resaltó que el ser humano “es una máquina pulsional tremenda y la tarea de la cultura es contener esa violencia, al igual que la del arte ha de ser simbolizar, articular, esa pulsión. Y el problema del arte occidental de las últimas décadas es que está abismado en un proceso de entrega a un goce cada vez más primario. Y lo están haciendo artistas con toda su buena voluntad, pero con una ceguera antropológica absoluta”.
“Esto no es nada violento, sino la realización de una obra con humor, porque insisto que lo que se quema es la imagen del rey, figura que, por otro lado, considero ilegítima”, concluyó Merino.
Luisa Moreno y David Carabias tomaron ‘La ley del silencio’, de Elia Kazan, para mostrar, precisamente, cómo se desarma la violencia del poder mafioso con las armas del sujeto que termina encarnando la ley, mientras Estrella Pulido analizaba el último anuncio de la marca Nocilla, revelando los cambios en el seno familiar a favor del protagonismo adolescente.
La ley en contraste con las emociones también tuvo su apartado, encargándose de ello Basilio Casanova, a través de la fábula de la guirnalda preciosa que aparece en un cuento tibetano. María Sanz hizo lo propio mediante la película ‘Nebraska’, de Alexander Payne, trayendo a colación la ley del reconocimiento debido a un anciano con síntomas de Alzheimer que emprende con su hijo un viaje de mutua comprensión.
Antonio Díaz se refirió a la plataforma Netflix para, ofreciendo una serie de datos en torno a su programación, su audiencia y los hábitos de consumo de sus usuarios, poner sobre la mesa una nueva ley: la de la inmediatez, que es tanto como decir, de nuevo, el aquí y ahora pulsional al que se refirieron tanto Jorge Camón como Fuencisla Casanova en sus distintos enfoques.
Carolina Hermida, analizando ‘El verdugo’, de Luis García Berlanga; Luis Sanguinet, por medio del filme ‘El gabinete del Doctor Caligari’, de Robert Wiene, y Maia Gugunava, a través de ‘Blow up’, de Michelangelo Antonioni, se hicieron eco del ocaso de la ley, esta vez a causa de la debilidad del sujeto, incapaz de hallar una inscripción digna en el seno de una sociedad sentida como foco de opresión.
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