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‘La bruja’, de Robert Eggers
Con Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson y Kate Dickie, entre otros
92’, Estados Unidos, 2015
Existe una notable diferencia entre sufrir un susto y estar asustado. Quizá sea una comparativa obvia, pero el trazo de estas líneas es esencial dentro de los marcos del cine de terror. Esta topografía funciona como herramienta que ayudará a analizar y valorar las obras de este género.
El susto se nutre de la tranquilidad previa. Después ataca. Además, ocupa un espacio muy pequeño dentro de una película. Una persona camina por la calle. Al final de la misma, una esquina. Un tipo con una máscara (o un fantasma, un zombi, un vampiro…) aparece bruscamente. La música truena. Pum. El pobre peatón ha muerto. Fin del susto. Por lo tanto, fin del miedo.
Existen muchos (demasiados) títulos que solo disponen de este elemento para ocasionar terror, lo que conlleva a la creación de una cadena de sustos. Ante esto, el espacio fílmico que queda entre un primer susto y el siguiente se convierte en un mero trayecto. Excusas narrativas sin exigencias formales que mandan a los protagonistas a determinada casa encantada, castillo o callejón para fermentar otro susto más.
Pongamos que una obra de estas características (se podrían poner cientos de referencias) dura 90 minutos. Si, por ejemplo, posee en su interior diez sustos de seis segundos cada uno (siendo generosos) se tendría un total de un minuto de terror en el metraje. Si los 89 restantes son simple y llanamente transiciones de A hasta B, ¿puede considerarse que esta película es una película de terror?
Sin más derroteros, se alcanza el punto central de este texto: ‘La bruja’ (2015), de Robert Eggers. Los párrafos anteriores, aunque puedan pecar por su extensión, son necesarios para vitorear su existencia.
La Filmoteca Española ha traído de vuelta a sus pantallas ‘La bruja’, celebrando así el inminente estreno de ‘Nosferatu’, el remake de Eggers cuyo estreno será el próximo 25 de diciembre. Este hecho justifica una visita y una posterior lectura de uno de los títulos de terror más interesantes de lo que llevamos de siglo y, por ende, una mirada panorámica al género actual en sí mismo.
En ‘La bruja’, existen estos impactos puntuales ya mencionados. Sin embargo, no conforman el eje central de su mecanismo de terror. En su lugar, usa una atmósfera perenne cimentada en la sugestión, es decir, en aquello que no se ve. Esta postura ya está presente en sus segundos iniciales (con una pantalla en negro incómodamente larga en la que solo se oyen susurros y lamentaciones) y se mantiene hasta los créditos finales. No hay escapatoria al miedo.
Los personajes de ‘La bruja’, una familia de colonos cristiana del siglo XVII, intentan rehacer su vida cerca de un bosque. Los árboles, tristes y afilados, inundan planos generales en multitud de ocasiones. La cámara los enseña y los mantiene. No forman parte de una localización. Tienen protagonismo. Te recuerdan que están ahí. Acechando. Eggers construye una sensación de que algo pasa o algo hay dentro de ese lugar.
Entonces, las desgracias empiezan a sacudir las vidas de esta familia. Un simple plano contraplano arrebata a un bebé. La cámara panea hacia arriba cuando el infante ha desaparecido y se encuentra de bruces, por supuesto, con el bosque. Majestuoso, denso. Con un ligero movimiento mecánico, Eggers inyecta más terror aquí del que cualquier sacudida musical pudiera conseguir.
El director guarda sus cartas con paciencia y mantiene estas alusiones sin precipitarse a enseñar. Todo lo mostrado posee la misma importancia para construir terror. Juega con un dispositivo de imágenes y sonidos insinuantes (pasos en el tejado, la mirada vacía de un carnero negro o una puerta entreabierta) capaz de mantener la tensión para romperla en el momento justo.
Y es que cuando las grietas de este filme, la familia o los propios espectadores no aguantan más la presión, todo explota. Todos los miedo y temores se revelan. Y lo que se ve es mucho más aterrador de lo que hubiéramos podido imaginar.
Puede que con ‘La bruja’ ningún jumpscare sacuda tu cuerpo y no saltes del sofá. Pero siendo su duración de 92 minutos, lo que queda claro es que se trata de una película de terror que como mínimo dura esos 92 minutos (existiendo la posibilidad de que la sensación de horror se alargue más que el propio metraje).
Llegados a este punto, no quedará más remedio que atravesar los límites que bordean a la figura que se supone es un buen crítico. Aquellas normas que dictan, según determinadas corrientes, mantenerse lo más alejado de la película, evitar la primera persona y/o nunca situarse por encima o por debajo de un filme.
Se asumirá ese riesgo (nimio) y este crítico apelará directa y personalmente tanto a Robert Eggers como a ‘La bruja’ (sin importar el orden): de todo corazón, gracias.
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