A sangre fría

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Cine y filosofía
En torno a la sombra
‘A sangre fría’ (Richard Brooks, 1967), ‘Fatty y Mabel a la deriva’ (Roscoe Arbuckle, 1916) y ‘El color de la granada’ (Serguei Paradjanov, 1969)

Nos han engañado. Los encadenados de la cueva platónica son, en realidad, mucho más libres que cualquier persona del exterior: pueden vivir la finitud de la realidad a través de una sombra sin limitaciones. Y en eso consiste la poesía en el cine: en salir de la cueva, mirar con desengaño la desnudez del día y regresar al mundo de los espectros, donde no seguir ninguna norma es el único requisito.

Al ver una película solemos pensar que nuestra capacidad intuitiva basta para poseer el control de nuestra psicología y predecir cómo se desenvolverá la trama, qué sienten los personajes o de qué manera estos se comportarán. No obstante, conseguimos hacer experiencia estética, precisamente, cuando nuestra predicción falla y quedamos solos ante el peligro. Y esta superación de nuestra intuición significa también una superación de la propia realidad.

En el final de ‘A cold blood’ (‘A sangre fría’, 1967), dirigida por Richard Brooks, Perry, el protagonista, que espera a ser llevado a su ejecución, tiene la cabeza apoyada en una ventana a través de la cual vemos que fuera llueve. Y, mientras recuerda en voz alta, con melancolía y tristeza a su padre –a quien ya nunca volverá a ver–, vemos cómo las gotas de lluvia que caen por la ventana se reflejan en su rostro. Dicho en clave poética, vemos a Perry llorar sin llorar a través de la sombra de la lluvia.

La escena no impactaría en absoluto si el personaje llorara con sus propias lágrimas. La propia trama ya nos dice que Perry está triste, por lo que no es tanto el trasfondo lo que nos conmueve, sino la manera en que este subtexto se expresa.

Como decía Milan Kundera, “el sentido de la poesía no consiste en deslumbrarnos con una idea sorprendente, sino en hacer que un instante del ser sea inolvidable”; en otras palabras, la poeticidad no pretende hallar nuevos y originales temas, sino hablar de los temas de siempre como nunca antes se había hecho.

Fatty y Mabel a la deriva. Sombra
Fotograma de ‘Fatty y Mabel a la deriva’.

En ‘Fatty y Mabel a la deriva’ (‘Fatty and Mabel adrift’, 1916), de Roscoe Arbuckle, se nos muestra una entrañable pareja de recién casados. El tema, esta vez el amor, vuelve a ser poco innovador. En un plano de Mabel durmiendo, vemos cómo desde la habitación de al lado se desliza hacia la cama la sombra de Fatty, besa a su esposa y ella sonríe en sueños, consiguiendo así una sincronía onírica.

Pero creo que el ejemplo más representativo de la trascendencia de lo mero existente lo encontramos en ‘El color de la granada’ (1969), biografía surrealista sobre el poeta y músico armenio del siglo XVIII Sayat Nová dirigida por Serguei Paradjanov, quien, en vez de relatar fidedignamente la vida del escritor, aboga por que veamos el mundo a través de sus ojos.

El resultado es una asociación libre de imágenes poéticas, escenas surrealistas, símbolos, música religiosa y colores que, en términos cinematográficos, se traducen como un sistema expresivo cerrado, completo, pero lleno de infinitas posibilidades dentro de sí mismo. El filme supone una provocación para el entendimiento humano porque consigue, en tan solo 79 minutos, que seamos testigos de todo un cosmos psicológico.

En definitiva, la poesía permite al cine una reinvención inagotable de sí mismo. Hegel decía que “a la esencia le es esencial la apariencia”, pero este aparecer puede –y debe– suceder fuera de los parámetros de la normatividad cotidiana.

En una entrevista, le preguntaron a Michelangelo Antonioni con pretensiones fatalistas qué futuro le deparaba al cine. El director italiano puntualizó que, efectivamente, la materia es cada vez menos material, pero que esto, lejos de ser una tragedia, nos brinda la oportunidad de indagar y descubrir nuevos códigos expresivos que den apariencia a nuestras ideas. Y algo sabemos ya: donde el verbo calla, habla la imagen; cuando el cuerpo desaparece, se rebela la sombra.

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