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‘Cualladó: archivo / obra’
Comisaria: Sandra Moros
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Hasta el 27 de abril de 2025
Libertad, encuadre y simplicidad. Con estas tres palabras resumió su hijo la obra del valenciano Gabriel Cualladó (1925-2003), “renovador de la fotografía en España”, según Sonia Martínez, directora adjunta del IVAM, que acoge hasta abril de 2025 la exposición ‘Cualladó: archivo / obra’.
Basta contemplar la imagen que encabeza este artículo para percibir la terna de conceptos que según Gabriel Cualladó hijo caracteriza el trabajo de su padre. En ese encuadre, el fotógrafo (“uno de los primeros coleccionistas de fotografías en nuestro país”, afirma Martínez) concita toda la libertad a la que da lugar un simple retrato de boda, resumida en esa novia a la que le falta la cabeza.
“¿A quién se le ocurre hacer una foto de la novia sin su cabeza?”, se preguntó el hijo de Cualladó, durante la presentación de la muestra que recoge cerca de 300 piezas. Pues, sin duda, a Gabriel Cualladó, cuya libertad era innegociable a la hora de captar la realidad como parte intrínseca de sus retratados, a modo de subrayado antropológico de las gentes que le cautivaban al fotógrafo de Massanassa.
“Era radical en su defensa de la libertad y en que no le tocaran el encuadre”, aseveró su hijo. Marta Alonso, directora general de Patrimonio, destacó, precisamente, su “sensibilidad humanista”, al igual que Sandra Moros, comisaria de la exposición, resaltó el “interés antropológico por retratar a las personas en su contexto”.
‘Cualladó: archivo / obra’ se hace eco de su trabajo –presente en la Colección del IVAM con alrededor de 445 fotografías–, mostrando, junto a algunas de sus más icónicas imágenes, aquellas piezas que formaron parte de su propia colección: polaroids, fotomontajes, folletos, revistas, cartas y fotografías de aquellos otros artistas que despertaron su curiosidad.
“Todo fotógrafo lleva dentro un coleccionista”, apunta Jorge Ribalta, citado por Sonia Martínez. Quizás la generalización sea excesiva, pero lo cierto es que, en el caso de Cualladó, es evidente. Como lo es el hecho de su minuciosa aproximación a cuanto termina siendo objeto de su mirada entre realista y poética.
Le basta, para ello, con mostrar una mano que lánguidamente cuelga por la ventana de una cervecería alemana, o unos simples pies femeninos asomando por el hueco de una persiana que no termina de cerrarse contra el suelo en una calle de Gandía. Por no hablar del par de sillas vacías, contra una pared de la que cuelga un retrato antiguo, en el contexto de la Albufera.
“Sus fotos no parecen pensadas para ser enseñadas a los demás, sino realizadas como un acto de introspección, casi biológico o si se quiere casi místico. Así resulta de los escasísimos fotógrafos actuales en los que es dable contemplar, como en un acuario, la terrible lucha interior del hombre de hoy”, señala J. M. Casademont, en la revista ‘Imagen y sonido’, uno de los tantos documentos de la colección de Cualladó.
Más que terrible lucha interior, las personas que retrata Cualladó parecen sostener un tierno diálogo con el entorno, siendo éste la prolongación biológica de su ser, al tiempo que la elevación del mismo por esa impronta, esta sí, mística. De ahí la sensación que dan algunas de sus fotografías de hallarnos en el territorio metafísico de Giorgio de Chirico con sus espacios etéreos.
Volviendo a lo apuntado por su hijo, con respecto a la importancia del encuadre en sus fotografías para captar la esencia misma de los retratados, Gerardo Vielba, en su artículo ‘Imagen del ser en espacio y tiempo’, igualmente recogido en una de las vitrinas de la exposición, dice: “¿Qué vemos, vivimos, en los retratos de Cualladó? Esa esencialización concentrada en el ser; […] aquella densificación del momento, […] esos túneles de sombra, esas aperturas luminosas que dan salidas incitantes en el fragmentado paisaje alveolar, […] justeza del encuadre, casi nunca sobra o falta algo”.
Tamaña minuciosidad (“buscaba el detalle del minimalismo; quitar lo que sobra”, subrayó su hijo) le fue llevando a realizar una obra fotográfica que él deseaba poner a la altura de la pintura. “Quería que la foto tuviera el reconocimiento como arte mayor, para que pudiera estar en los museos”, afirmó Cualladó hijo en el museo que, precisamente, le ha dado la razón incluyéndolo desde muy pronto en su colección.
“Cada foto tiene su contenido, pero creo que hay que verlas juntas para contemplarlas bien. Por otra parte, siempre me ha interesado la fotografía con presencia humana, que se presta más a esto. A pesar de la fascinación por las fotos de Ansel Adams o de Weston, la presencia del hombre en la fotografía me interesa más. Aquel libro de Steichen, ‘La familia del hombre’, era como mi libro de cabecera”, aseguró Cualladó, en una noticia aparecida en Diario 16, en noviembre de 1985, presente en la exposición.
Como señaló Sandra Moros, Gabriel Cualladó estuvo más relacionado con fotógrafos que se dedicaban a la moda que con Robert Frank, autor del icónico ‘The Americans’, radiografía visual de los Estados Unidos de posguerra. Y, entre aquellos, con William Klein, quien dijo –pensamos que en sintonía con el propio Cualladó–: “Yo era una especie de etnógrafo, trataba a los neoyorquinos como un explorador trataría a los zulúes, buscando la instantánea más cruda, el grado cero de la fotografía”.
“Él tenía una gran intuición sobre la imagen y si tenía que romper el encuadre lo hacía. Incluso se atrevió con los negros y ultra negros en la fotografía”, destacó su hijo, para terminar de glosar el perfil de un fotógrafo que abrió puertas a muchos otros, en su afán por retratar la vida de las gentes como si fueran parte del entorno y viceversa.
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