Payal

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‘La luz que imaginamos’ (‘All We Imagine as Light’), de Payal Kapadia
Reparto: Kani, Divya Prabha, Hridhu Haroon, Chhaya Kadam, Azees Nedumangad, Anand Sami y Lovleen Mishra
118′, India, 2024

En una rueda de prensa con motivo del estreno en València de ‘El acontecimiento’, tuve a bien preguntarle a su directora, Audrey Diwan, por el público al que ella creía que iba dirigida su película. ‘El acontecimiento’ cuenta la historia de Anne, una joven estudiante universitaria cuya vida se desmorona cuando descubre que se ha quedado embarazada. Estamos en el año 1963 y en Francia, donde está ambientada la película, el aborto está todavía penalizado, por lo que Anne tendrá que recurrir a una clínica clandestina.

La cinta de Diwan contiene una de las escenas más desgarradoras que he visto en el cine en los últimos años. Ahora bien, el tono reivindicativo de su discurso sobre los derechos de la mujer incitaba a plantearnos, como espectadores, el siguiente interrogante: ¿en qué implicaba este relato a la sociedad francesa (y por extensión, europea) del siglo XXI?

La respuesta de la directora no despejó las dudas. Consciente del anacronismo en el que incurría su argumentario, Diwan evitó la pregunta redirigiendo sus reivindicaciones hacia aquellos otros lugares del mundo en los que la mujer aún no tiene reconocidos ciertos derechos. Y, sí, por supuesto, pero su película estaba ambientada en Francia, no en Afganistán.

Viene esta anécdota como introducción al estreno del debut en el largometraje de la directora india Payal Kapadia. En ‘La luz que imaginamos’ (‘All We Imagine as Light’), Kapadia nos presenta a tres mujeres que trabajan como enfermeras en un hospital de la ciudad de Mumbai. La primera de ellas, Prabha, divide su vida entre el trabajo y su casa. Una rutina que se ve trastocada el día que recibe un regalo de su marido, un hombre que vive en Alemania y del que hace años que no tiene noticias.

La ausencia de su esposo se hace de nuevo presente en la vida de Prabha a través de este obsequio que, de alguna forma, le recuerda que, a pesar de su aparente independencia, su vida se encuentra en un estado de suspenso, sola pero comprometida, libre pero atada sin remedio a la vida de otra persona; una sensación que se refuerza cuando comienza a recibir la atención de uno de los médicos del hospital que aspira a tener con ella una relación.

Prabha vive con Anu, su joven y alocada compañera de piso. Anu se cita cada día con un chico de su edad con el que trata de encontrar un lugar discreto para tener relaciones íntimas y escapar, así, de las miradas ajenas y del recuerdo del compromiso de matrimonio que sus padres le han concertado con otro hombre.

Y, por último, conoceremos a Parvaty, compañera de Prabha y Anu cuya vida se complica por culpa de un proceso de desahucio impulsado por un promotor inmobiliario dispuesto a dejarla en la calle. Forzada por las circunstancias, Parvaty se plantea dejar su trabajo en el hospital y regresar a su pueblo para trabajar en una modesta pensión.

Hay películas que sobresalen desde los primeros fotogramas y este es el caso de ‘La luz que imaginamos’. Payal Kapadia muestra con pulso firme la vida de una ciudad, Mumbai, sin duda el cuarto protagonista de esta historia. Para Kapadia, el espacio se hace en su propuesta tan relevante como las almas que lo habitan. Con más de 28 millones de habitantes en su área metropolitana, Mumbai es una de las urbes más densamente pobladas del mundo, una circunstancia que, aquí, cobrará un sentido especial.

La ciudad, pues, no solo como mero escenario, sino como una presencia que domina las vidas de los protagonistas de este relato. Payal Kapadia emplea un estilo documental para apropiarse de la pantalla. El sonido de fondo, las masas de gente anónima que se mueven de un lado a otro, enlazadas por una fuerza imperceptible pero interminable que las empuja hacia un adelante sin un horizonte preciso, transmite con crudeza la esencia de un lugar que devora al individuo particular en favor de una muchedumbre anónima, sin rostro.

La luz que imaginamos. Payal Kapadia
Fotograma de ‘La luz que imaginamos’, de Payal Kapadia.

Nuestras tres protagonistas llegaron a este lugar con la ambición de cumplir sus sueños de emancipación y libertad. Pero, pasado el tiempo, es la ciudad la que las ha devorado a ellas, derrumbando de manera cruel sus esperanzas, convertidas en células de un enorme organismo que las ignora como ignoramos el circular de los glóbulos rojos en nuestra corriente sanguínea.

Payal Kapadia nos habla en su película de la soledad, del vacío de la gran ciudad, del hueco que deja una fantasía que no tiene un cuerpo definido hasta que este se materializa, se concreta, para descubrir que detrás del decorado no había nada, solo esperanzas e ilusión. En ese contexto, la búsqueda de empatía con el otro aparece, por un lado, como un imposible impuesto por el ritmo al que nos vemos obligados a vivir, por otro como una necesidad a la desesperada de esos espíritus que lo habitan.

Es esta necesidad de conectar con el otro lo que primero van a descubrir las tres protagonistas de esta historia. Prabha, Anu y Parvaty coinciden cada día en el trabajo, viven incluso bajo el mismo techo, pero, en el fondo, no saben nada la una de la otra.

En una de las escenas de la película, Prabha es informada por otra compañera de la reputación que tiene Anu entre el resto de enfermeras del hospital, que han descubierto los encuentros clandestinos que mantiene con un hombre. En principio, Prabha no quiere creer los chismes, pero según el comportamiento de Anu la alejan de cumplir con sus responsabilidades, empieza a dudar.

Hasta el momento, Prabha no se había atrevido a entrometerse en la vida de su compañera, pero viendo, quizá, en su situación una proyección de su propia vida (¿quién es ese hombre con el que se ve a escondidas?, ¿qué pretensiones tiene?, ¿a qué se está condenando Anu con esa relación?), empezará a preocuparse por ella y a reprenderla como una madre.

La luz que imaginamos. Payal Kapadia
Fotograma de ‘La luz que imaginamos’, de Payal Kapadia.

Poco a poco, las tres mujeres irán construyendo un lazo de afecto, invisible, pero mucho más real. Como si fueran saliendo de un sueño, irán cimentando una nueva identidad, más conscientes de sus cuerpos y, sobre todo, de sus espíritus, más seguras de sí mismas.

Para ello, será necesario que tomen una decisión: abandonar esa ciudad que las ha absorbido, robándoles el alma como un parásito le chupa la sabia al cuerpo anfitrión. Incapaz de resolver sus problemas de vivienda, Parvaty decide volver, así, a su pueblo natal. Pero no se irá sola.

Payal Kapadia mueve con inteligencia los hilos ocultos de la narración para hacernos comprender sin llegar a explicitar sus intenciones. El pueblo de Parvaty es también un lugar donde se percibe el yugo de la pobreza. De hecho, la casa donde va a residir a partir de ahora ni siquiera tiene electricidad. Pero el paisaje abierto, la playa, las palmeras, liberan la mirada del espectador y lo recompensan tras el largo y agobiante periplo vivido en la gran urbe.

Pero incluso en este escenario, Kapadia renuncia a cualquier intención preciosista. La directora india nos habla con verdad y un exceso de esteticismo destruiría todo lo que ha construido hasta ahora. Kapadia no busca contarnos un cuento de hadas. Hay en su propuesta su parte de artificio (estamos en el terreno de la ficción y esta tiene sus argucias), pero quiere que veamos a sus personajes como lo que son, seres reales, no abstracciones idealizadas.

Y lo mismo ocurre con el paisaje. La belleza en Kapadia está siempre en lo pequeño, en lo mundano, en las cosas simples y sencillas que se encuentran al alcance de cualquiera, en las pequeñas diferencias. Alejadas temporalmente de sus obligaciones, las tres protagonistas de esta historia se toman tiempo para pensar, para observarse a sí mismas, para aclarar sus ideas. Quizá hayan encontrado al fin su pequeño Paraíso, encontrándose a sí mismas.

A diferencia de la directora francesa Audrey Diwan, Payal Kapadia sí le habla a un presente concreto, dialoga con un aquí y ahora que conoce muy bien. Así, los problemas que sufren sus protagonistas quedan agravados por la incidencia de una tradición y una cultura que las reduce a un mero ornamento.

Cuando Prabha recibe el regalo de su esposo, algo cambia en su mundo. En ese momento, Prabha toma conciencia de su propia insignificancia, pues el regalo no solo da la medida de su dependencia de un hombre que la ha abandonado, sino de su falta de identidad, de su falta de entidad, espiritual y corpórea, pues no puede tener cuerpo ni espíritu un sujeto que depende de una relación que solo la define en el contexto social, que condiciona sus decisiones y, al mismo tiempo, la aparta a un rincón como se aparta el recuerdo de un compromiso con el que no se quiere cumplir.

Y lo mismo le sucede a Anu, cuya alegría vital se enfrentará a la mirada implacable de los presentes, sus compañeras de trabajo que la juzgan como una mujer frívola, y de los ausentes, representados por unos padres que no vemos nunca, pero que dibujan su futuro con mano de hierro.

Aun así, Kapadia no carga las tintas. Su denuncia es dura contra un sistema (esta vez, sí) patriarcal, pero también deja espacio, desde la lucha, para el amor. Payal Kapadia no quiere dejar a sus personajes en la estacada. Hay salida.

En ese contexto, donde las emociones se mueven a un nivel muy sutil, Kapadia se permite jugar con elementos mágicos para poder representar esa conversación pendiente entre los presentes y los ausentes. No podría ser de otra manera. De esta forma (que no revelaremos) surgen las palabras, los reproches, bien para explicarnos ante el otro, bien para explicarnos a nosotros mismos.

Payal Kapadia ha compuesto un texto bello y complejo a la vez. Una película que no se lo pone fácil a su propia directora, ni en sus planteamientos discursivos ni en los formales, que se atreve a lanzarse al vacío, cambiando de registro sin que por ello quede afectada su coherencia final. Un debut muy prometedor.