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Fernando Colomo
‘CCCC-Claves para el cine’
Organiza: Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana
Dirige: Rafael Maluenda
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2-4, València
Miércoles 15 de enero de 2025
Woody Allen, en ‘Delitos y faltas’, pone en boca de uno de sus personajes la siguiente reflexión: “Lo de mi ex marido y yo fue amor a primera vista. Debí echarle otro vistazo”. Fernando Colomo, que participó en el Centre del Carme en una nueva sesión de ‘CCCC-Claves para el cine’, ciclo dirigido por Rafael Maluenda, digamos que lo que hace en sus películas -‘Tigres de papel’, ‘La vida alegre’, ‘Bajarse al moro’, ‘Cuarteto de La Habana’, ‘Los años bárbaros’, o ‘Rivales’, entre otras- es echar esos otros vistazos al amor, una vez comprendida la dificultad que encierra toda relación de pareja.
Hace, claro está, eso y mucho más, y lo hace como quien pasa silbando debajo de un fuerte aguacero, calándose hasta los huesos, mientras asume que el mal tiempo es razón suficiente para ponerle buena cara a la vida. De hecho, diríase que ha aprendido de la existencia lo afirmado por otro personaje de Allen, esta vez en ‘La última noche de Boris Grushenko’:
“¿Qué si he aprendido algo sobre la vida? Solo esto: los seres humanos están divididos entre mente y cuerpo. La mente abarca todas las aspiraciones nobles, como la poesía y la filosofía, pero el cuerpo se lleva toda la diversión”. De manera que Fernando Colomo, dejándose llevar por la diversión –a veces con su punto de amargura– que destilan los cuerpos de sus personajes, fue ofreciendo algunas de las claves de la comedia, empezando por esta.
De la comedia se ha dicho que es tragedia más tiempo, y también que, mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos parece una comedia. Entonces, ¿la comedia es una cuestión de distancia?
[Rafael] Azcona me contaba, porque trabajé con él en un guion, que todo estaba unido. En un funeral, te podías encontrar con una prima y, de pronto, pues podías estar metiendo mano con ella. En fin, es buena idea eso de tragedia más tiempo, porque [Jean-Luc] Godard también decía, enlazándolo con lo segundo, que comedia es el plano general y la tragedia es el primer plano.
Te he oído decir que no puedes ver a nadie sufriendo y que por eso haces comedias. ¿Es esto así?
Puede ser. Posiblemente es una forma de defensa. También una manera de enfrentarte a la vida, porque si solo ves la tragedia lo vas a pasar fatal. Entiendo que [Ingmar] Bergman, que es un nórdico, con un padre que era pastor protestante y con el frío que hace por allí, pues era normal que le salieran esos dramones, pero si eres, por ejemplo, de Valencia, pues tienes un concepto más mediterráneo de la vida, más placentera.
También te he escuchado que te salen comedias incluso cuando no quieres ser gracioso. ¿En esas ocasiones, tiene su gracia siempre y cuando la desgracia le ocurra a otra persona?
Pues fíjate, gran parte de lo que ocurre en mis películas son cosas que me han pasado a mí. No se trata de mantener una cierta autoría, porque, al fin y al cabo, la vida no da para tanto, pero cuando tienes cosas de primera mano, esas que solo puedes contar tú, pues creo que eso es lo que al final la gente te acaba comprando, lo que a la gente le termina interesando.
La comedia y el sexo (las relaciones amorosas) suelen llevarse bien, son términos que ligan, al contrario de lo que les sucede a quienes protagonizan las comedias. En tu cine, desde luego, es un hecho notorio, porque está plagado de enredos amorosos. ¿Por qué es tan difícil que dos personas casen, ya no digo que se casen?
Bueno, sí, efectivamente, la comedia ha jugado mucho con las relaciones sexuales. Lo vemos en el teatro de Lope de Vega, en las comedias de Shakespeare, donde se producen líos amorosos continuamente, y en el cine de enredo. Es una constante del género de la comedia y que, sin duda, está igualmente en mis películas.
Dándole otra vuelta de tuerca, en tus películas, a pesar de la dificultad que tienen los personajes para llevar a buen puerto sus relaciones amorosas, lo cierto es que, aunque sea a duras penas, logran salir adelante mediante una suerte de bricolaje.
Yo creo que, en cualquier obra, sea dramática o sea cómica, lo que el espectador quiere ver son cosas que le sorprendan un poco y, efectivamente, si intentas hacer un cine que sea como la vida tal cual, pues suele ser muy aburrido. En el cine tienes que comprimir en una hora y media o dos horas una serie de historias; intento, por eso, sintetizar. A lo mejor, si tuviera diecisiete horas para hacer una película…
Pues sería una serie.
Sí, pero incluso las series, al estar divididas en capítulos –de ahí la palabra serial–, pues termina siendo, en el fondo, un conjunto de películas con su estructura dramática en la que pasan cosas en sus tres actos y todo esto.
¿La comedia puede hacernos cambiar el carácter de nuestros pensamientos, por medio de la risa, en lugar del más racional enfrentamiento dialéctico?
Efectivamente. La comedia te da permiso para contar cosas que a lo mejor si vas de frente producen rechazo o chirrían; hace que la gente se ría por dentro y, de esta forma, pueda aceptar mejor aquello que se presenta de una manera más frontal. La comedia es una forma de darle la vuelta a un argumento saliéndote la risa casi sin que quieras.
Has llegado a decir que, en todos los premios, incluidos los Goya, la comedia está penalizada. ¿Por qué?
Sí, eso es verdad siempre, porque la comedia no se considera cine serio y porque dentro del término comedia se engloban muchos tipos de películas y, generalmente, algunas muy malas.
Además, hay una tendencia que piensa que la comedia lo que busca es agradar al público y ser comercial, lo cual va contra el arte más puro. Y siempre es más fácil tocar la fibra dolorosa que la cómica: hacer reír no es fácil y yo las veces que lo he intentado normalmente he fracasado. Y, sin embargo, a veces la gente se ríe de cosas que tú no esperabas y eso es lo bonito de la comedia, que tiene una parte de aventura, porque nunca sabes lo que va a pasar.
¿El público se ríe en tus películas de las mismas cosas en diferentes zonas geográficas de nuestro país?
En mis películas, si veo la primera proyección y observo los sitios en que se ríen, en España va a ser siempre igual, independientemente del lugar donde se proyecte. Lo que pasa es que a lo mejor en Málaga se ríen más que en San Sebastián, por poner un ejemplo. Pero lo asombroso es que, en general, ya sabes los momentos de la película en los que se van a reír. Y en el extranjero depende de si los subtítulos están bien colocados y los entienden bien, o si culturalmente están en la misma sintonía, pero en general suele ser igual.
¿Y de qué nos reímos por igual en nuestro país?
Nos reímos de lo inesperado: de un personaje que se cae al pisar una cáscara de plátano, que es lo clásico, y si es un personaje engolado te ríes todavía más. Por ese contraste.
Hiciste tu primera película, ‘Tigres de papel’, en 1977, poco después de la Transición. ¿Sientes más influencia en tu cine de ese contexto más inmediato vinculado con Mayo del 68, el movimiento hippie, el underground o la música pop, o con la tradición española del esperpento, la fiesta o el carnaval?
En aquel momento, tenía más influencia de la nouvelle vague francesa, como tipo de cine, que con el esperpento valleinclanesco. Estaba más cercano al movimiento europeísta que al propiamente español.
Volviendo a esa penalización de la comedia en nuestra cultura, hay quien todavía sigue viendo este género asociado a los “mendigos, comediantes, bufones y toda esa ralea” manifestada por alguien. ¿No hemos dejado todavía atrás esta percepción?
Sigue habiendo cierto menosprecio al titiritero, que luego tiene su contrapeso cuando el titiritero triunfa internacionalmente y se le respeta. Pero aquí se le sigue viendo como el gracioso, el payaso, el chiquilicuatre.
Te formaste como arquitecto. ¿Hasta qué punto te ha ayudado luego a la hora de construir tus películas?
Me ayudó mucho. En primer lugar, me ayudó a convertirme en productor, porque con mis ahorros de cinco años trabajando como arquitecto, más un grupo de amigos que invirtió también, pude formar mi primera productora. A nivel conceptual, la arquitectura es una disciplina que tiene relación con el cine, porque te da una visión espacial, dentro de un universo cinematográfico en el que lo que haces es contar en una superficie plana diferentes puntos de vista. Tener una visión clara del espacio te lo facilita. Y un guion ha de tener una estructura, lo mismo que tiene un edificio; al igual que sucede en la relación de las matemáticas con la música.
¿Las cosas que te hacían gracia cuando empezaste a hacer películas, te hacen ahora igualmente gracia o la corrección política actual ha cambiado tu apreciación?
Es verdad que ahora la corrección política es una forma de censura o autocensura, porque te limita mucho. Con la Movida posterior a la Transición y recién llegada la democracia se produjo una explosión de libertad. No nos auto limitábamos tanto como ahora, que, sin tener una censura exterior, como pasó durante el franquismo, pues resulta que nos controlamos más para no ofender a nadie, lo cual hace más difícil ejercer el humor. Tienes que hilar muy fino para no herir tantas sensibilidades. De manera que el humor siempre está en la cuerda floja.
‘Las delicias del jardín’ es la película que ahora tienes entre manos, cuyo título guarda relación con el cuadro ‘El jardín de las delicias’, del Bosco. ¿Es una vuelta de tuerca al mundo del arte, tal y como llevó a cabo la serie ‘Bellas artes’? [De Andrés Duprat, Mariano Cohn y Gastón Duprat].
Bueno, yo no había visto la serie antes de hacer la película, aunque sí tiene algún contacto. Yo siempre he estado muy interesado por las artes plásticas, porque he sido pintor, me gusta la pintura y mi hijo es pintor. De hecho, hemos escrito el guion entre los dos. Es una reflexión sobre el mundo de la pintura contemporánea, a partir del momento en el que el protagonista tiene que hacer una reinterpretación de ‘El jardín de las delicias’. De ahí lo de ‘Las delicias del jardín’. Y hasta ahí puedo leer [risas].
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